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Crítica | Jojo Rabbit
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mi amigo Adolfo Hitler

'Jojo Rabbit' acaba siendo una estupenda película para toda la familia, con todo lo que ello conlleva: sus virtudes populares y sus inevitables defectos melosos e intrascendentes

Imagen de 'Jojo Rabbit'. En vídeo, un avance de la película.
Javier Ocaña

JOJO RABBIT

Dirección: Taika Waititi.

Intérpretes: Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Sam Rockwell, Taika Waititi.

Género: comedia. EE UU, 2019.

Duración: 108 minutos.

La puntual y sanísima tradición de la risa alrededor del nazismo, de su poderosa y ridícula parafernalia, nacida incluso con Adolf Hitler en vida, con Ser o no ser, de Ernst Lubitsch (“¡Heil, yo mismo!”), con El gran dictador, de Charles Chaplin (“Demokratia schtunk!”), tiene un nuevo capítulo con Jojo Rabbit, película del talentoso neozelandés Taika Waititi, basada en la novela de Christine Leunens El cielo enjaulado.

Aparente comedia negra, por su temática, en realidad de tono tirando a blanco pues la carcajada cruel aparece en menor medida que la pantomima y que incluso el melodrama, Jojo Rabbit acaba siendo una estupenda película para toda la familia, con todo lo que ello conlleva: sus virtudes populares y sus inevitables defectos melosos e intrascendentes. Waititi, desmitificador del universo vampírico en la tronchante Lo que hacemos en las sombras (2014), apólogo de la fortaleza lúdica y de la frescura superheroica en Thor: Ragnarok (2017), ha compuesto una sátira sobre la necesidad de los afectos en la edad infantil a partir de una situación fabulosa y arriesgadísima: un crío de la Alemania nazi que tiene en Hitler a su amigo imaginario, lo que da pie a los mejores momentos de la película, junto a las brillantes secuencias de arranque en el campamento de las juventudes hitlerianas y a la preciosa amistad con el niño gordo.

Waititi, también intérprete del dictador, reúne en su brillante gestualidad física y en su tonalidad de voz el peligroso absurdo, el patetismo y la inevitable comicidad de un personaje trágico para la historia. Y, como director, parece haberse inspirado en el cine de Wes Anderson, tanto en el uso del color como en la frontalidad de los planos, conformando así un cuento procaz sobre la facilidad de matar y, ay, lo más discreto de la película, una fábula moral sobre la amistad entre diferentes, el crío nazi y el arquetipo judío de Ana Frank, que en algún momento recuerda demasiado a El niño con el pijama de rayas.

Mejor cuanto más despiadada y sinvergüenza, Jojo Rabbit, candidata a seis premios Oscar, será recordada en mayor medida por sus chistes insolentes y por sus deslumbrantes montajes musicales que por su aliento humanista, más tristón que emotivo. Pero eso, en una obra sobre un tema tan comprometido, supone un doble mérito.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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