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El hombre que fue jueves
Columna
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Tonight

Muchas historias volvieron a mi cabeza la otra noche, viendo y escuchando 'West Side Story', en el Tívoli barcelonés

Marcos Ordóñez
Una representación del musical 'West Side Story' en Salzburgo, en 2016.
Una representación del musical 'West Side Story' en Salzburgo, en 2016.SILVIA LELLI

Llegamos al Tívoli, desbordante de luz y de gente, y vuelve una rara y poderosa sensación de eternidad. West Side Story no es mi musical favorito, pero entre su docena de éxitos hay un quinteto que no olvido: Something’s Coming, Maria, Tonight, Somewhere y America. He escrito la palabra “rara” y esa extrañeza empieza con la propia partitura: la música es de Leonard Bernstein, pero no puedo evitar que me suene a Stephen Sondheim, que en esta ocasión solo escribió las letras.

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También me pasa cuando comienza la segunda parte con I Feel Pretty, aunque su rareza tiene una cierta razón: me suena a vals de Bernstein o (un eco, no exageremos) de Green y Comden, porque en esa época Sondheim fue discípulo muy aventajado de muchos. De cosas así tardé bastante en enterarme. Y hay otras que flotaron como un conjuro sobre mi infancia entera. Como, por ejemplo, que West Side Story venía del teatro. En los sesenta, la película de Robert Wise permaneció dos años en el cine Aribau de Barcelona (y con subtítulos: regalos ambos muy infrecuentes). Escribí una historia de entonces. Yo pasaba por la plaza Universidad, de camino a la casa de mis abuelos, y me quedaba alelado ante los carteles del Aribau. La película era para mayores: la imaginaba por sus fotos, y cuando sonaban algunas de sus canciones en la radio (Maria, sobre todo), pero estaba convencido de que West Side Story iba a ser eterna, inmutable.

Ahora entra Bernardo, que en el Tívoli es Oriol Anglada, y en mi historia, delante de la horchatería Fillol, cruza mi prima abuela Florentina, rumbo a su cita amorosa con George Chakiris. “Aquí, como cada tarde, a ver a mi Bernardo”, le decía al acomodador, contaban. Le sacaron el mote de La novia de Bernardo. Se hizo tan popular por sus visitas diarias que el distribuidor, para celebrar el éxito de la película, invitó al mismísimo Chakiris, que besó a la anciana en la mejilla.

Volvemos al presente. En el montaje de Federico Barrios, que firma la dirección de escena y la adaptación de las coreografías de Jerome Robbins, hay mucho que aplaudir, pero en mi podio están Talía del Val (María), Silvia Álvarez (Anita) y Javier Ariano (Tony). En bloque me quedo con el reparto femenino, que canta con gracia y con fuerza. Y me encanta la orquesta, de dieciocho intérpretes, dirigidos por Gaby Goldman. Quizás falte algo de tensión, de fiereza, en sus escenas dialogadas entre los Jets y los Sharks.

Dentro flashback: el director de teatro Joan Ollé vivía junto al cine, y su embeleso era puro hijo de la música. Me contó y yo escribí que el Aribau daba al patio trasero de su casa, y las canciones se colaban en verano por las ventanas abiertas. Las vecinas tarareaban las melodías, y él estaba convencido de que Tonight sería, también eternamente, la sintonía de la cena familiar. Todas esas historias volvieron a mi cabeza la otra noche, viendo y escuchando West Side Story en el Tívoli barcelonés.

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