Diez obras de teatro destacadas en 2019
Una selección de espectáculos ordenados por orden de aparición en escena
Hermanas
Dos felinas frente a frente, Irene Escolar y Bárbara Lennie, dirigidas por Pascal Rambert en una de sus obras más equilibradas, con un lenguaje fiero, directo y, marca de la casa, extenuante. Las hermanas llevan 20 años enfrentándose pero, eterna paradoja, las palabras son su salvavidas. Lennie y Escolar sirvieron uno de sus mejores trabajos: ritmo, fuerza, entrega. (Crítica: Dos ruedas de fuego)
El chico de la última fila
Andrés Lima cada vez es más sorprendente, capaz de alternar tonos y estilos muy distintos. En su encargo de la sala Beckett de Barcelona destacó la elección de un “clásico” de Mayorga, El chico de la última fila, pero que no se repone con frecuencia; la viveza y el ritmo de la puesta; y lo inusual del reparto, encabezado por Sergi López (que no suele interpretar en escena textos ajenos) y Miriam Iscla; los infrecuentes David Bagés y Anna Ycobalzeta, y los jóvenes Guillem Barbosa y Arnau Comas: todos admirables. (Crítica: Dos de Mayorga).
Jauría
“Una mujer de rodillas, con cinco hombres rodeándola”, como emblema de la indignidad. La historia de la violación grupal que sucedió una noche en un portal de Pamplona en 2016. Jordi Casanovas, trabajando a partir de declaraciones de los acusados y la denunciante, en una electrizante puesta de Miguel del Arco, dieron en la diana. Y el reparto, encabezado por la enorme María Hervás: Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Martiño Rivas y Raúl Prieto. (Crítica: Como a una pura cosa).
La bona persona de Sezuan
Una joya del Brecht maduro y sensual y uno de los mejores trabajos, a un paso del musical, de Oriol Broggi y su formidable compañía, encabezada por dos fuera de serie: Clara Segura, ángel de los suburbios con mandíbula feroz, y Joan Carreras, aviador sin avión, seductor y canalla. Y soberbia música en directo, que combina las guitarras de Joan Garriga con Velvet y The Tiger Lillies. (Crítica: ¿Alguien dice que Brecht no era un poeta?).
La geometría del trigo
Alberto Conejero ha escrito piezas memorables, pero esta, que también dirige, quizás sea la más personal: sucede en un Sur como el que no llegó a filmar Erice, y cuenta dos historias separadas por 30 años y unidas por un poderoso vínculo. Los diálogos, espléndidamente representados por seis intérpretes rebosantes de verdad (José Bustos, Eva Rufo, Juan Vinuesa, Zaira Montes, José Troncoso y Consuelo Trujillo), tienen el perfume de Natalia Ginzburg. (Crítica: Nuestros ayeres).
La hija del aire
Un chute de energía narrativa, arborescente y barroca: Calderón pulido y reescrito, acercado, por Benjamín Prado, guiado por un Mario Gas en plenísima forma. Semíramis, la reina de Asiria, víctima y verduga, apasionada y loca por el poder, es la descomunal Marta Poveda. Y brillaron también José Luis Alcobendas, Agus Ruiz, Ricardo Moya y José Luis Torrijo en un elenco de 14 intérpretes. (Crítica: La felicidad).
Falaise
Un espectáculo indefinible, bello e inquietante, a cargo de la compañía francocatalana Baró d’Evel, dirigida por Blaï Mateu y Camille Decourtye, también grandes intérpretes. A destacar, igualmente, Oriol Pla, Guillermo Weickert y Claire Lamothe. Un castillo al borde de un acantilado; un mundo oscuro que se aclara con brochazos de luz. Reflejos en negro y plata. Doce palomas casi humanas, el caballo Chapakan, saltos y acrobacias superlativas. Arrasarán donde vayan. (Crítica: Acantilado en blanco y negro).
Las bárbaras
Tres amigas maduras, un hotel llamado Juventud, una muchacha muerta. Podría ser un thriller, pero el principal asesino es el paso del tiempo. Y los personajes de Lucía Carballal, como siempre, luchan por el “derecho a la contradicción”. Es muy difícil ver y escuchar a esas tres e imaginarlas por otras que no sean Amparo Fernández, Mona Martínez y Ana Wagener. Y alternan su rol dos estupendas cantantes: Miren Iza y María Rodés. Una delicia. (Crítica: Tres cabalgan juntas).
Las canciones
Uno de los espectáculos más insólitos de la temporada (y quizás el mejor de Pablo Messiez). Empeño que roza lo irreal: actuar la escucha de la música. Y conseguir que, escuchando, los actores parezcan cantar. Siete intérpretes: Rebeca Hernando, Mikele Urroz, Íñigo Rodríguez-Claro, Carlota Gaviño, José Juan Rodríguez, Joan Solé y Javier Ballesteros, a los que apenas he visto pero, otra paradoja, es como si les conociera de varias vidas. Este árbol de raíces chejovianas roza lo sacro. Hay que verlo. Y oírlo, claro. (Crítica: La caja de música).
Una història real
Pau Miró escribe y dirige una historia de tema y tono imprevisibles. Los personajes no tienen nombre: el Escritor (Julio Manrique), el Hijo (Nil Cardona), la Editora (Laura Conejero) y la Psicóloga (Mireia Aixelà). La madre murió, lo que desata un violento incidente. Ningún personaje tiene fácil definición. Lo importante son los careos y las progresivas revelaciones, sin golpes de efecto, tan bien interpretadas como dirigidas. (Crítica: Padre e hijo, muy lejos).
Lo personal es político
Este 2019 empezó con el estreno del que ha resultado ser uno de los espectáculos más relevantes del año en España, Jauría, obra de Jordi Casanovas que reconstruye el juicio por violación a La Manada. Lo es no solo porque aborda en caliente uno de los temas más polémicos del debate social actual, sino también porque da un paso más en el desarrollo del teatro político documental, género pujante que despegó en España precisamente hace cinco años con otra obra de Casanovas, Ruz-Bárcenas, también basada en transcripciones judiciales, en este caso del proceso contra la financiación ilegal del PP. Si la temática de aquella era explícitamente política, la de Jauría no lo parece, pero lo es: lo personal es aquí lo político.
Jauría no es un fenómeno aislado, sino que forma parte de una tendencia en la escena europea: el teatro quiere recuperarse como espacio para el debate llevando al escenario historias reales. Otra producción destacada ha sido Shock (el cóndor y el puma), de Andrés Lima, que entre otras cosas reconstruye el golpe de Pinochet. No solo eso, sino que cada vez se ven más obras que no son interpretadas por actores, sino por sus protagonistas reales. Marcos Ariel Hourmann, el primer médico condenado en España por eutanasia, se somete en persona al juicio del público en Celebraré mi muerte, dirigido por Alberto San Juan. La brasileña Christiane Jatahy congrega a refugiados y exiliados en O agora que demora, programada en el Temporada Alta de Girona. Milo Rau hace algo parecido en Orestes in Mosul, vista en el Festival de Otoño de Madrid. La actriz Alba Pujol se encarna a sí misma hablando con su padre moribundo en el nuevo trabajo de Àlex Rigola.
Lo particular se hace universal en estas obras. Lo personal es radicalmente político. Solo el hecho de obligar al público a detenerse a pensar sobre un asunto controvertido más allá de la opinión que pueda extraer de un titular de prensa es un acto político en sí mismo. La materialización perfecta de aquella máxima que guio la segunda ola feminista rechazando la tradición de que la ley no debía meterse en asuntos “privados”, entre ellos la violencia machista o la muerte digna.
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