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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Como a una pura cosa

‘Jauría’ va directa a la vena. Enorme María Hervás, soberbio quinteto de actores, grandes trabajos de Jordi Casanovas y Miguel del Arco

Marcos Ordóñez
María Hervás, junto al resto del reparto de 'Jauría'.
María Hervás, junto al resto del reparto de 'Jauría'. Vanessa Rabade

Jordi Casanovas, que parece estar en racha, firma dos funciones de “teatro documento” en el Pavón Kamikaze. Una, Port Arthur, narra una masacre sucedida en Australia en 1996. La otra, Jauría, evoca la violación que tuvo lugar en Pamplona la noche del 6 al 7 de julio de 2016, y cuyos ecos siguen latiendo. Los cinco enjuiciados se hacían llamar La Manada, y no parece un nombre azaroso. Sus formidables intérpretes son Fran Cantos (José Ángel Prenda), Álex García (Jesús Escudero), Ignacio Mateos (Ángel Boza), Martiño Rivas (Antonio Guerrero) y Raúl Prieto (Alfonso Jesús Cabezuelo). En Jauría no aparece el nombre de la muchacha de la que los cinco abusaron, como si Casanovas y Miguel del Arco (el director, en uno de sus mejores trabajos) no quisieran añadir angustia a la protagonista real. Es “Ella”, a secas, y la interpreta la enorme María Hervás, que crece a cada obra. ¿Qué hará después de esto? Ha de ser muy duro para la actriz encarnar el dolor con tanta verdad y tanta delicadeza. Y para los actores, lograr transmitirnos la psicopatía con esa mezcla de puerilidad y amenaza, envuelta en peligro y gracejo: han de persuadirnos, y lo logran, de que la muchacha no pidió auxilio “porque no pensó que aquello iba a pasar”. Quizás para Hervás suponga un cierto alivio interpretar también a la fiscal que acusó a La Manada, y para los cinco actores desdoblarse entre jueces y magistrados. Y todo el reparto tal vez encuentre también algo de liberación, pese a la evidente dureza del asunto, en el descomunal trabajo físico de los seis.

El programa informa de que Jauría es una dramaturgia “a partir de fragmentos de las declaraciones de los acusados y la denunciante”. Casanovas no ha tenido que inventar nada. ¡Ojalá lo hubiera hecho! Es posible que una imagen permanezca indeleble gracias a la función, porque nos llega de boca de la fiscal, y la vemos representada: “Una mujer de rodillas, con cinco hombres rodeándola”. A mí me vuelven ahora, como alimañas, algunos lacerantes recuerdos de la indignidad. Por ejemplo, el asfixiante momento que evoca lo sucedido en el estrecho portal aquella madrugada. Y el peso de toda la pena que carga María Hervás, y esa voz que parece a punto de romperse en un sollozo. La han tratado peor que a un animal: como a una pura cosa. Eso es lo que se percibe en escena, lo que te desgarra, lo que la información no puede inyectarte directamente en vena. No puedo olvidar la capital transcripción de los terribles whatsapps, porque es donde más se percibe el aire fétido y la bajeza de sus risas. Quizás basta y sobra con esta frase: “Follándonos a una entre los cinco. Ja, ja, ja. Todo lo que cuente es poco. Puta pasada de viaje. Hay vídeo”.

Sí: hay la ignominia de grabar la humillación con el móvil, y no sentir la menor empatía con la víctima. Para ellos es una fiesta en la que quizás “no fueran muy cuidadosos”. Pero la filmación es el trofeo, como quien muestra una presa recién abatida. Y sabían lo que hacían, porque también le robaron el móvil a la muchacha. Tampoco se me va el interrogatorio judicial, donde parece que ella fuera la culpable, obligada a dar más detalles de su intimidad que los denunciados. En algunas preguntas giran las sombras de esos penosos lugares comunes (“seguro que provocaba”) que tantas veces hemos oído. Anoto esta ruindad: “¿Usted se encontraba, permítame la pregunta, excitada?”.

Escena de 'La Jauría'. en el Teatro Pavón Kamikaze.
Escena de 'La Jauría'. en el Teatro Pavón Kamikaze.

Única pega que le pongo a este poderosísimo montaje: la coreografía del cerco físico de los magistrados, que a mis ojos parece equipararles con La Manada y que me pareció un tanto fácil y, sobre todo, innecesaria: la atmósfera de intimidación se expande en las frases del interrogatorio, como la que he mencionado. Creo que no hacen falta más subrayados. Me parece mejor que se reseñe, en el tercio final, la declaración de dos jueces a favor de la víctima, con la suficiente decencia para darse cuenta de lo que sus compañeros no perciben o no quieren percibir: que los vídeos exhalan sumisión y miedo. Y el detalle de que tan solo uno de los cinco agresores parece sentir un golpe de culpa, lo que destaca la falta de humanidad de los otros. Triste, terrible, salvaje historia. Con su decepcionante sentencia, pero también la proclama de la muchacha, a favor de la vida y la supervivencia: “Tengo 20 años. Me queda mucho”. Bienvenida frase, con la que al fin se puede respirar, un poco. Luego llega el silencio. Y los aplausos como una marea. El reparto abrazándose, y el público puesto en pie, igualmente emocionado, y aquí y allá estallidos de lágrimas. La semana próxima les hablaré de Port Arthur, muy bien dirigida por David Serrano, y afinadamente interpretada por Adrián Lastra, Joaquín Climent y Javier Godino.

Jauría. Texto: Jordi Casanovas. Dirección: Miguel del Arco. Teatro Pavón Kamikaze. Hasta el 21 de abril.

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