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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La felicidad

La gran Marta Poveda encabeza un fenomenal reparto a las órdenes de Mario Gas en La hija del aire, de Calderón, con la CNTC

Marcos Ordóñez
Imagen de 'La hija del aire', dirigida por Mario Gas.
Imagen de 'La hija del aire', dirigida por Mario Gas.LAURA ORTEGA

La felicidad de ir al teatro un día triste y encontrarte en la Comedia lo que ibas buscando e intuías: La hija del aire, una inyección de energía, un gran relato contado con gran arte. Mario Gas cada vez está mejor y más sabio: parece llevar una vida trabajando con la gente que elige. Felicidad en la impresionante escenografía de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, un frontispicio en altorrelieve con la imagen de un león matando a un toro que nos lleva a Babilonia, a Asiria, a la cueva secreta de Tiresias. Imagen de una gran nube pétrea sobre la que Álvaro Luna proyecta imágenes de pájaros y soldados, mientras las acciones se desarrollan abajo, en un espacio desnudo, pautadas por los aires orientales, con destellos electrónicos, de la partitura de Orestes Gas: todo espléndidamente movido y enlazado. Felicidad en la iluminación misteriosa y cambiante, rica en matices, creada por Fiammetta Baldiserri. Vestuario majestuoso de Franca Squarciapino. Las mujeres, con resplandores de una dinastía legendaria; los hombres, generales decimonónicos, con uniformes azul oscuro de un batallón de largos inviernos.

La felicidad de una historia arborescente y barroca. “Pieza monumental, mítica y violenta”, se lee en el programa. La felicidad de un puñado de pasiones anudadas como serpientes furiosas. Y del enorme trabajo de amor ganado por Benjamín Prado, que ha pulido, aclarado y reescrito el poema dramático de Calderón (casi 8.000 versos) respetando los metros y las rimas, llevándolo a nuestros días. En la nueva versión, que elimina personajes tal vez innecesarios, como el gracioso Chato, el lenguaje avanza como un río joven, y la música de sus aguas entra por el oído. Me hizo pensar en la hondura mítica del Mahabharata y en una herencia: las embestidas del arrasador y calderoniano Paul Claudel. La versión de Prado y Gas se pone en dos horas y media que no pesan. Felicidad de un reparto tan amplio (14 intérpretes) como bien igualado, óptimo de tonos y de ritmos, con la naturalidad de recitar un verso que avanza a caballo de la prosa, pero sin olvidar nunca la cadencia poética, bajo una posible consigna básica: no perder claridad.

En el centro, prisionera de una cueva como Segismundo y también marcada por una profecía fatal, Semíramis (Marta Poveda), la reina de Asiria. Un personaje complejo, fascinante y terrible. Víctima y verdugo, siempre apasionada. Como bien dice Gas, en la primera parte nos hace pensar en mitos fatales como Lilith o Pandora, cuyo atractivo enloquecía a los hombres. Más peligrosa que una tarántula, pero es difícil condenarla: lucha por su libertad. Gran momento: cuando se niega a bajar la testa ante los hombres. En la segunda parte, su ambición de poder la lleva al abismo, y eso conduce a una sorpresa de gran fuerza teatral. Felicidad de ver la pura e indesmayable energía, en voz y en físico, de la descomunal Marta Poveda. A su lado, el preceptor Tiresias: Ricardo Moya, mejor que nunca, poderoso y proyectando muy bien. El conflicto central de la primera parte: víctima de los celos, el rey Nino (Germán Torres) se enfrenta a su fiel Menón (espléndido Agus Ruiz) por poseer a Semíramis y suscita la ira de Irene (Marta Betriu, que fue la Roxana en el Cyrano de Broggi y aquí tiene un aire a Mayrata O’Wisiedo). Irene, a quien ama en secreto el gobernador Lisías (Lander Iglesias), podría ser una hermana aparentemente civilizada de Semíramis, pero lo es de Nino. Mediada la primera parte crece José Luis Alcobendas en uno de sus mejores trabajos. Casi por partida doble: primero se hace llamar Arsidas, el guerrero de fortuna que ofrece sus servicios a Nino, y luego resulta ser el rey Lidoro, que cae y se levanta, con la indumentaria y la autoridad de un general turco. En la segunda parte brillan también los hermanos Licas y Friso, enfrentados por Semíramis como antes lo estuvieron Nino y Menón, pero ahora por los vaivenes de la reina. Friso es José Luis Torrijo, al que recuerdo igualmente estupendo en Blackbird, con Irene Escobar, y Licas es David Vert, al que nunca había oído un castellano tan nítido. Semíramis sentirá furiosos celos de su propio hijo, Ninias (Aleix Peña: claro, pisando fuerte), otro importante motor escénico.

Pietro Olivera, al que había visto en roles de comedia a las órdenes de Sanzol, es Libio, consejero de Arsidas, y Anteo, del joven Irán, hijo de Lidoro e Irene: lo sé, parece la nómina de Juego de tronos. Ariana Martínez, Silvana Navas y de nuevo Marta Betriu interpretan los breves pero atractivos roles de Astrea, Libia y Flora, doncellas de la reina. Y Jonás Alonso es el mencionado Irán, un rol a lo Fortimbrás. Salí muy feliz de La hija del aire. Pese a su fiereza, rebosa alegría narrativa. No se la pierdan.

La hija del aire. Texto: Calderón de la Barca. Dirección: Mario Gas. Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 23 de junio.

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