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Un museo para estar, coser y bailar

Los centros de arte contemporáneo se abren a nuevos públicos con iniciativas que experimentan con el espacio museal. El reto es no provocar con ellas un nuevo elitismo

'Baile impar, Estudio de la imagen', en el centro de arte CA2M un taller con Ohiana Altube.
'Baile impar, Estudio de la imagen', en el centro de arte CA2M un taller con Ohiana Altube.SUE PONCE (CA2M)

Hace unos días, la cuenta de Instagram del Ministerio de Cultura lanzaba un post invitando a responder a la pregunta clave que define el arte hoy: “¿Cómo pueden los museos fortalecer los derechos culturales de las comunidades? ¡Cuéntanoslo!”. El comentario general del sector del arte es que la propia idea de museo está en un momento de cambio. Un cambio lento y difícil, pero necesario.

Aunque hay museos que parecen cuarteles del patrimonio, la tendencia aperturista empuja para reforzar los lazos de comunicación con toda la sociedad, sin exclusiones. El objetivo es la integración real de los públicos, muchos y distintos, pensados en su pluralidad. De ahí que se hable del museo como un espacio flexible, mutante. Museos más humanos y empáticos, más solidarios y creativos. Espacios pensados de manera holística, atentos a la diversidad, que respeten los ritmos individuales y colectivos, y que actúen como catalizadores para la transformación social. Un museo tentacular, según Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía, que permita una coexistencia desregulada. Ese museo situado, proyecto lanzado en la etapa de Manuel Borja-Villel, que actúa local e internacionalmente al mismo tiempo.

Hablamos de iniciativas que van más allá de las visitas guiadas gratuitas, los talleres asociados a las exposiciones o las jornadas de puertas abiertas de los museos. Proyectos que reclaman otras formas de imaginación institucional, que luchan contra la idea de elitismo para evitar la barrera social y responder a las muchas necesidades de la audiencia, tanto la que trabaja en el museo como la que lo visita. En este momento bisagra, lo que hay que hacer está claro, pero cómo hacerlo todavía está en fase de ensayo y error. El reto es poner en marcha proyectos inclusivos donde la experimentación no genere nuevos elitismos.

En Barcelona, Vitoria o Móstoles, los museos cultivan la heterogeneidad del visitante y tratar de crear vínculos afectivos

Le traslado el dilema al colectivo que firma la segunda edición de Panorama, un proyecto trienal lanzado por el Macba en 2021 para profundizar en la colaboración y el diálogo con artistas y agentes culturales del contexto de Barcelona. Tras un primer intento hace cuatro años con la exposición Apuntes para un incendio de los ojos, a cargo de Hiuwai Chu y Latitudes, llega ahora (contra)panorama, comisariada por Alicia Escobio (programas públicos), Yolanda Jolis e Isaac Sanjuán (educación), Anna Ramos (radio web) y Yaiza Hernández, profesora de cultura visual en la Goldsmiths University de Londres. El suyo es un ejercicio expandido a lo largo de un año que le da la vuelta a la idea que da título al proyecto para cuestionar tanto el formato trienal como su capacidad para ofrecer una imagen panorámica del presente. Las preguntas son más que oportunas, aunque el formato que adoptan estas preguntas no es fácil llevarlo a las salas.

Lo vemos hasta el 21 de abril en Epílogo, una muestra que recoge cinco trabajos que se irán desplegando en el espacio de manera transicional. Primero, las obras de Julia Montilla, Nicolas Malave y Jara Rocha, en relación con las acciones de Albert Gironès, Eva Paià y Marina Ribot, para finalmente cederle el espacio a Montserrat Moliner y Elena Blesa. Todas tienen en común el gesto de desnaturalizar el espacio del museo, llamando la atención sobre los protocolos, condiciones de trabajo, normas e infraestructuras. “Respecto a la cercanía no es un proyecto que quiere ‘entrar fácil’. No pretende ser de masas, ni por escala, ni por forma de operar. Quizás tiene más sentido verlo como una carta de amor (¡tal vez no correspondido!) a la comunidad de artistas y otros agentes que los rodean”, explican sus responsables.

'Contrapanorama 3', instalación de Julia Montilla titulada 'Espíritus ruidosos agitando herramientas para reclamar que el servicio de limpieza es trabajo estructural', (2024).
'Contrapanorama 3', instalación de Julia Montilla titulada 'Espíritus ruidosos agitando herramientas para reclamar que el servicio de limpieza es trabajo estructural', (2024).

No es el único proyecto de este tipo en el Macba. En La cocina se reflexiona sobre alimentación o cambio climático mientras se guisa y se charla. Y hay más: desde 2020, las áreas de educación del Macba, IVAM, La Panera y Es Baluard trabajan en red, con apoyo de la Fundación Daniel y Nina Carasso, para impulsar dispositivos de arte móvil como activadores de la participación ciudadana desde la producción artística. Asimismo, Es Baluard tiene en curso un proceso de investigación colectiva con Biennal B fuera de los muros del museo, buscando fomentar la conectividad ecológica y cultural a través de acciones y exposiciones en diversas instituciones.

La idea es pensar el museo como un lugar de lo posible, donde las propuestas son más reales y veraces que nunca. Toda la actividad del CA2M (Móstoles) está basada en la heterogeneidad de públicos y en la capacidad de la institución para crear comunidades de atención y de afecto. “Es un museo polifónico capaz de acoger distintas voces, un museo para estar, atravesado por proyectos de carácter más social”, sostiene su directora, Tania Pardo, aludiendo a las jornadas Desfolklorizando lo gitano o al proyecto Cosmorama, centrado en el arte y la reclusión, sin contar con el grupo de tejedoras de Móstoles que desde hace años se reúnen en el bar del museo.

También Artium, en Vitoria, está pensado como un lugar permeable en el que, a través de los lenguajes del arte, se construyen espacios colectivos. “Esto significa un interés particularizado por los procesos curatoriales y educativos. La pandemia nos forzó a revisar muchas de las certezas que nos encerraban en un espacio físico y fue quizás la idea de vulnerabilidad la que nos hizo desplazarnos hacia otras direcciones”, señala su directora, Beatriz Herráez. De esa reflexión surgió el proyecto Plazaratu, que vincula programación y espacios del museo, y donde se enmarcan, por ejemplo, la obra Core, de June Crespo, un conjunto de esculturas que son activadas por quienes visitan el museo, especialmente los más jóvenes.

El museo ha perdido el monopolio del contenido y requiere un cambio de mentalidad. Debe dejar de moverse entre la identidad nacional y la franquicia. Debe pasar del paternalismo a lugar de debate y participación. Debe romper la barrera entre alta y baja cultura y, sin duda, cuestionar el canon. Por eso, debe descolonizar la cultura, ese glosario que Europa creyó universal y que no lo es. Debe pensar la cultura como un bien común, como el agua o el aire, temas, por cierto, bien teorizados ya desde las salas de exposiciones. Debe ser un laboratorio de la nueva institucionalidad que se debate en los foros internos de los museos. Un lugar que construye sobre algo que hemos perdido. La voluntad está y el trabajo también. ¿El punto negativo? La burocracia de la administración. En algunas estructuras, cada pequeño cambio implica una enorme gestión. Otro punto que demanda un cambio urgente.

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