Muere Alan Parker, el cineasta comercial que quiso conquistar conciencias
El director, que alcanzó el éxito con 'El expreso de medianoche', fallece a los 76 años
Alan Parker (Matlock, Reino Unido), fallecido ayer a los 76 años después de una “larga enfermedad”, según un comunicado de su familia, pertenecía a una generación de cineastas británicos, entre los que también figuran Ridley Scott y en menor medida John Boorman, que lograron convertirse en magos de la taquilla con un cine comercial de calidad capaz, en el caso de Parker, de abordar además asuntos intensos y espinosos.
El efecto disuasorio que tuvo en más de una generación su famosísima El expreso de medianoche (1978) valía y sigue valiendo más que cualquier campaña millonaria para evitar que los incautos jóvenes del primer mundo trafiquen o trapicheen con drogas en países como Turquía o Marruecos. Décadas después, la imagen que pervive en el imaginario popular de lo que es la vida en una cárcel tercermundista le debe mucho más a esta violenta y sórdida película que al telediario.
También los trabajos de John Hurt, Randy Quaid y la estrella fugaz Brad Davis marcaron una época en la que se anunciaba “la próxima de Alan Parker”. Pese a ser su gran hito, al El expreso de medianoche le siguieron un buen número de éxitos que entre los ochenta y los noventa marcaron toda una época de colas en el cine. Fama, The wall, Birdy, Arde Mississippi, El corazón del ángel, The Commitments y Evita no siempre recibieron el aplauso de la crítica, que por lo general tuvo recelo hacia un cine muy hábil pero retórico, basado en un efectismo tramposo con el espectador.
Parker había empezado su carrera audiovisual rodando anuncios publicitarios, hasta que en 1976 estrenaba Bugsy Malone, nieto de Al Capone, una película musical de gánsteres protagonizada por niños, entre ellos Jodie Foster. Dos años después le llegaría el encargo que cambió su vida: dirigir el guion que Oliver Stone había escrito sobre la historia real del ciudadano estadounidense Billy Hayes, detenido en el aeropuerto de Estambul con unos bloques de hachís pegados al cuerpo.
El sistema penitenciario que retrataba El expreso de medianoche era tan espantoso que se convirtió en una mancha para la política exterior de Turquía. Parker siguió su carrera con una película opuesta: Fama (1980), un verdadero fenómeno para la juventud de la década que empezaba, que derivó en serie de televisión y que con sus bailes y sufrimientos sellaba una nueva manera de ver Nueva York y sus escuelas de arte.
Los personajes, las canciones, hasta las mallas y los calentadores que se ponía Irene Cara fueron copiados en medio mundo hasta el delirio de Flashdance tres años después. Parker siempre mostró su debilidad por la música. Pink Floyd. The Wall (1982) era una suerte de película-videoclip animado del disco del grupo inglés de rock progresivo pero, sobre todo, The Commitments, sobre un grupo de músicos callejeros de soul de Dublín, daba con una tecla de autenticidad no tan frecuente en sus otras películas. Después llegaría Evita (1996), con Antonio Banderas en la piel del Che Guevara y Madonna en la de la gran dama peronista.
Un proyectil de ópera rock con partitura de Andrew Lloyd Webber y guion otra vez de Oliver Stone que puso a la gran diva del pop llorando por Argentina. Otra vez Parker chocó con el gobierno de turno y el presidente Carlos Menem se llegó a manifestar en contra de la producción por significar una afrenta al peronismo.
La polémica solía acompañar a muchos de sus estrenos. Los thrillers Arde Mississippi (1987), con el Ku Klux Klan de fondo, y El corazón del ángel (1988), con el mismísimo demonio, llevaron al director británico por la senda del sur de EE UU y, en el caso de Arde Mississippi, de los Oscar. Birdy (1984) fue su sensiblero drama anti-Vietman y su reconocimiento en el festival de Cannes, donde ese año ganó el premio del jurado.
Con un pie en cada continente, Parker señaló que había optado por una carrera en Hollywood por su “magnificencia, diversidad y hasta sus imperfecciones”. Su última película, La vida de David Gale (2003), ya no era ni el cadáver de un supuesto estilo. Esta vez ni público, ni crítica. Fue destrozada.
Babelia
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