Pero, ¿alguien quiere la ‘vieja normalidad’?
La “nueva normalidad” nos ha regalado silencio y autenticidad, pero la crispación de la antigua vuelve como las rimas de la historia de las que no podemos escapar
“Nadie sabía qué era el tiempo y, aunque a todos los relojes del mundo se les diera forma circular, el tiempo seguía avanzando en línea recta, y el hombre no podía evitar un vértigo mortal al pensar que esa línea pudiera tener un final”, escribió Cees Nooteboom en Noticias de Berlín.
Y el tiempo es precisamente la dimensión vital que hemos tenido que reestructurar para abordar en las mejores facultades posibles la endeblez de nuestro quehacer diario, que en la vieja normalidad estaba abrasado por prisas, ruidos y un ritmo que dificultaba la calma necesaria para pensar y ocuparse más de los seres importantes que de los sobrevenidos. Aquel sí era el tiempo circular, que nos atrapaba como a Bill Murray en Atrapado en el tiempo y nos sofreía cada día como un caldo que a ratos puede hervir, a ratos humear, a ratos enfriar, pero nunca escapar de la olla.
Estos días nos atrapan y sofríen otras cosas –los muertos, los fallos, la distancia de seres que amamos y otros marcadores íntimos que se repiten circularmente desde que aplaudimos a las ocho hasta que volvemos a aplaudir a las ocho- pero también hemos ido aplanando el tiempo como la famosa curva y nos hemos percatado de que avanza tan linealmente que a ratos parece detenido. Así, en la nueva fragmentación temporal se ha abierto una dimensión que no deberíamos perder: la del silencio, la autenticidad, la privacidad, la compasión.
Nooteboom, nuevo premio Formentor, es precisamente un maestro en la mirada sobre el tiempo y la historia, que ha vivido como rimas poéticas que regresan una y otra vez: así vivió la Segunda Guerra Mundial, la represión de Hungría y la caída del muro, acontecimientos que –suele contar- dieron a su generación no un pasado, sino tres o cuatro. El tiempo de hoy lo vive confinado en una casa de campo a dos horas de Múnich, leyendo y produciendo poesía.
Obseso del tiempo y de la mirada que te proporciona, Nooteboom recuerda en El Bosco la teoría de Heráclito de que es imposible parar dos veces ante el mismo río porque el agua que pasa siempre es nueva. Así también él, asomado a El jardín de las delicias varias veces desde los 20 años a los 80 años, puede haber visto el mismo cuadro, el mismo río, pero el mundo es siempre otro. Su mirada ya es distinta.
En las rimas de este tiempo, sea circular o lineal, también vuelven el ruido, la fractura, el odio, viejos conocidos de la vieja normalidad. La nueva nos ha dado oportunidades, pero la crispación de la antigua vuelve como las rimas de las que no podemos escapar. Porque, como reflexiona Nooteboom en una videoconferencia entrañable, “somos incurables”.
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