Muere con coronavirus a los 73 años John Prine, gran figura del country y el folk
Admirado por clásicos con Bob Dylan, en lo últimos tiempos fue reivindicado por rockeros de las nuevas generaciones como The Black Keys o Drive-By Truckers
Fue un grande que vivió en segunda línea. John Prine, una de las voces más destacadas del country moderno, ha muerto este miércoles a los 73 años con coronavirus. Su familia informó de que lo habían tenido que intubar y que permanecía en la UCI de un hospital de Nashville. Admirado por varias generaciones de músicos, Prine fue un retratista del ciudadano de a pie norteamericano mientras su música transitaba libre pasando del country al folk o del rockabilly al soft rock.
Nacido en Illinois (Estados Unidos) en 1946, Prine aprendió a tocar la guitarra por su padre y de joven empezó a moverse por el circuito de cafeterías de Chicago, donde se dejaba actuar a los músicos por un puñado de dólares. Fue su graduación en el folk, aunque su debut no vería la luz hasta que se trasladó a Memphis después de que Kris Kristofferson, uno de los outlaws de Nashville, quedase prendado con él. Publicado en 1971, John Prine mostró a la música norteamericana un nuevo talento, capaz de captar los sinsabores de la clase media estadounidense, dibujando los dramas de una inaugurada década marcada por la crisis económica, la desconfianza en las autoridades y la guerra de Vietnam. La composición Sam Stone era una dura estampa de la drogodependencia en la que acababan muchos veteranos abandonados a su regreso de la guerra.
En palabras de Robert Hilburn, reputado crítico musical de Los Angeles Times, Prine era “el Bruce Springsteen del country”. A diferencia de Springsteen, Prine nunca tuvo su Born to Run, el disco con el que salir catapultado a la fama, pero no fue así al referirse a una obra de calidad que demostrase todo lo que podía hacer este músico de voz nasal y letras cargadas de humor afilado y casi documentalistas del tiempo que le había tocado vivir. Diamonds in the Rough', de 1972, y Sweet Revenge, de 1973, son dos joyas del country moderno, dos revisiones de los preceptos de la Carter Family, banda filosofal del country. Como Springsteen, Prine -el forajido del gran mostacho- poblaba sus canciones de trabajadores sin redención y batalladores desorientados desde las raíces del country y el folk de los Apalaches, una de sus grandes pasiones. Más que con Springsteen, tenía que ver con Hank Williams, hasta el punto de que su música con su tímida atmósfera oscura, pero palpitante de humanidad, acabaría por definir el country alternativo de los ochenta.
En palabras de Robert Hilburn, reputado crítico musical de ‘Los Angeles Times’, Prine era “el Bruce Springsteen del country”. Pero a diferencia de Springsteen, Prine nunca tuvo su ‘Born to Run’, el disco con el que salir catapultado a la fama
Sin John Prine, no se podrían entender importantes embajadores del género actuales como Steve Earle, Rodney Crowell, Lucinda Williams o John Hiatt. No fueron solo sus discos de los setenta, sino también todos los artistas que desde el primer día grabaron sus canciones, elevando su categoría como compositor: Everly Brothers, Joan Baez, Bonnie Rait, Bette Midler… Y una legión de admiradores que le reconocían como un compositor de primer nivel. Entre ellos, Bob Dylan, quien alababa “el existencialismo errante” de sus composiciones. Ese existencialismo era su gran marca. Prine reflejaba como pocos la condición humana del ciudadano anónimo. Fuera de la pomposidad del country comercial, se podía pasear por la América desgastada a través de sus canciones.
Sin ningún éxito que le llevase a saltar a los círculos del rock, desde el que tanto le solicitaban artistas y críticos musicales, montó su propio sello discográfico en 1984. En Oh Boy Records sacaba sus discos e iba tirando con una audiencia fiel a lo largo y ancho del país. No era una estrella, pero tenía un reconocimiento solvente que le llevó a ganarse un hueco en Europa. Decir John Prine era referirse a un compositor independiente, con sentido del humor y que se había codeado con los más grandes. Tanto fue así que en 1992 en el disco The Missing Years, por el que ganó un Grammy al mejor álbum de folk contemporáneo, tuvo como invitados a Springsteen, Tom Petty y John Mellencamp.
Fue ya una constante en su existencia. Prine, que sacó muy bellos trabajos en este siglo como Fair & Square en 2005 y el más reciente For Better, or Worse, de 2016, plagado de versiones de Hank Williams y otros pioneros del country y rodeado de voces femeninas que le admiraban como Alison Krauss, Kacey Musgraves, Susan Tedeschi o Miranda Lambert, fue homenajeado en Broken Hearts and Dirty Windows: The Songs of John Prine, con la participación de última hornada del country alternativo norteamericano. My Morning Jacket, Lambchop, Josh Ritter, Drive-By Truckers, Josh Ritter, Avett Brothers e incluso Justin Vernon, conocido como Bon Iver, se citaron por un artista que había moldeado su propio universo. En 2018, Dan Auerbach, líder de The Black Keys, se alió con él para publicar The Tree of Forgiveness. Recientemente, Prine había dejado su colaboración en el último disco de Swamp Dogg, otro forajido talentoso en este caso del soul.
Había superado un cáncer, pero el coronavirus le obligó a ingresar en un hospital hace apenas dos semanas. En sus redes sociales se informaba de su situación con un evidente tono de tristeza. El pesimismo por su estado de salud se transmitía en cada mensaje. En el último en su Instagram, se usó una viñeta humorística, fuera de todo drama, haciendo referencia a su condición de “ángel de Montgomery”, título de una de sus mejores canciones. Todavía sigue ahí a la espera del nuevo que se haga eco de su fallecimiento. El humor le acompañó hasta cuando la muerte imponía sus condiciones. Era así.
Sus canciones resuenan con ese guiño irónico ante la lucha diaria por salir adelante en condiciones desfavorables. La pena y el desgaste quedaban siempre supeditados al valor humano de la música de John Prine.
Babelia
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