Muere Leopoldo Pomés, fotógrafo de la sensualidad
El también publicista de 87 años era el creador de anuncios como el de las burbujas Freixenet
Muchas de las imágenes más sensuales que se crearon en la gris España del franquismo de los años sesenta y setenta, como la de la bella amazona semidesnuda a lomos de un caballo blanco para anunciar el brandi Terry o la de las famosas burbujas doradas del cava Freixenet, tienen un padrecomún: el fotógrafo y publicista barcelonés Leopoldo Pomés, que falleció este martes a los 87 años de edad. Renovador de la fotografía, junto a otros grandes como Ramon Masats, Oriol Maspons, Joan Colom, Ricard Terré, Colita, Francisco Ontañón, Paco Gómez, Francesc Català-Roca, Xavier Miserachs, Alberto Schommer y Gabriel Cualladó, Pomés estuvo vinculado con grupos de la vanguardia artística como Dau al Set o la agrupación almeriense Afal. Su trabajo elegante, sofisticado y, sobre todo, hedonista, como a él mismo le gustaba calificarse, llevó al escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán a asegurar en 1966: “Pomés había erotizado a todo un país”.
El fotógrafo había vivido en los últimos años momentos de gran reconocimiento profesional y personal: en 2015 Fundación Catalunya La Pedrera organizó la mayor retrospectiva de su obra con 140 de sus fotografías; fue galardonado en 2018 con el Premio Nacional de Fotografía “por su contribución a la historia de la imagen en España”. Tras el premio y las numerosas llamadas de colegas y amigos, Pomés aseguró: “Lo mejor del premio no es el reconocimiento, sino darme cuenta de que lo más importante en la vida es tener amigos”. A mediados de junio presentó su libro de memorias No era pecado. Experiencias de una mirada (Tusquets / Edicions 62), rodeado de muchos de ellos. En él repasaba su vida profesional y personal a modo de menú, con primer y segundo plato, café y copa, reflejando otra de sus pasiones, la de la gastronomía. No en vano era el responsable de varios restaurantes de Barcelona, entre ellos, Il Giardinetto y la emblemática tortillería Flash-flash, uno de los epicentros de la gauche divine.
En los últimos meses, Pomés, corpulento y siempre coqueto, parecía cansado, caminando con ayuda de un bastón, pero sus ojos recobraban la vitalidad que le ha caracterizado cuando comenzaba a hablar de sus fotografías: “Lo más importante en mi vida ha sido mirar”. Retrató a personajes como Antoni Tàpies, Jorge Herralde, Óscar Tusquets, Eduardo Mendoza, Julio Cortázar, Joan Brossa y Teresa Gimpera, entre otros muchos, pero, sobre todo, a esbeltas y sensuales mujeres. Cuando se le preguntaba por alguna de estas imágenes Pomés era capaz de relatar las circunstancias y, sobre todo, la luz que había en cada momento. “Todo el mundo piensa que la rubia amazona de Terry, Margit Kocsis, iba desnuda, pero solo iba descalza y con el pelo suelto. Con frecuencia los detalles terminan pesando más que la verdad”, le gustaba comentar.
Pomés se reconocía influido por autores como Helmut Newton, por “su descaro y por sorprender al espectador”, y pese a que se le achacaba ser un gran seductor, él mantenía lo contrario: “Me he enamorado de los personajes y de sus gestos, y me he dejado seducir por ellos”.
Con una de sus modelos y musa, Karin Leiz, formó una familia y fundó, después de comprobar que con las fotos no se podría ganar la vida como el quería, un estudio de publicidad, Studio Pomés, en el que crearon, mano a mano, cientos de anuncios publicitarios y algunas de las producciones más destacadas de las últimas décadas, como la ceremonia de inauguración del Mundial de Fútbol de España 82. “Estuvo a punto de arruinarse todo cuando, en los ensayos, del balón que llevaba un niño en el momento cumbre no asomaba la paloma blanca que tenía que salir volando. Por suerte, el día indicado dio varias vueltas al estadio e hizo llorar hasta a Pelé, que estaba en las gradas”, recordaba con su característico humor fino. Años después también realizó la película de la candidatura de Barcelona para los Juegos Olímpicos de 1992.
Pomés, además de la fotografía, la publicidad y la restauración, cultivó otros aspectos creativos. Escribió, aparte de su autobiografía, otros libros como Comer es una fiesta (RBA, 2004) y Teoría y práctica del pan con tomate (Tusquets, 2016), en el que establecía las infinitas maneras de preparar uno de los platos de comida catalana más típicos. También un libro de poemas en el que reunió los versos que escribió de joven en catalán y de adulto en castellano bajo el título Vidre de nit seguit de Polvo de sombras (Quaderns Crema, 2015).
En diciembre de 2018, en su casa del barrio barcelonés de Gracia, se reunió (a iniciativa de EL PAÍS) con cuatro colegas fotógrafos: Pérez Siquier, Colita, Masats, y Joana Biarnés, fallecida a los pocos días del encuentro. Juntos recordaron muchos de sus trabajos que renovaron y refrescaron la fotografía desde los años cincuenta y sesenta tras abandonar el “salonismo” y echarse a la calle a fotografiar la realidad política, social y cultural del país. Tras preguntarle Masats si se podía fumar, él le respondió: “Si me das uno, sí”. Pomés, pese a tenerlo prohibido por la enfermedad que ha acabado con él, terminó fumándose tres pitillos mientras decía: “No hay que perder las malas costumbres”.
Pero lo que más sorprendió ese día fue su comentario sobre que de su enorme producción solo salvaría un centenar de imágenes. “Y de ellas, 15 o 20 imprescindibles”, dijo: “Para mí, lo más complicado son los retratos de mujer, ya que me hacen ser más consciente de la dificultad del arte de la fotografía”. Lo dijo delante de Imagen blanca, de 1959, que presidía el blanco salón de su casa junto a un enorme cuadro de Modest Urgell, su pintor preferido, que antes que él había tenido su estudio en este mismo luminoso espacio. En la fotografía se ve a Karin en bañador tumbada sobre la arena. “Por el tipo de luz y el contraste entre las líneas curvas del cuerpo y el horizonte recto. Tenía que hacerla como fuera”.
Pomés le gustaba contar que la fotografía digital “había acabado con la magia”. “Ese sentimiento nacía cuando se suponía que aparecería en una hoja de papel aquella foto que tenías la esperanza de haber hecho. Cada vez que conseguía una, comenzaba a gritar de tal forma que asustaba a los que tenía cerca. Parecía que tenía un orgasmo”. Últimamente había comenzado a poner orden en su producción fotográfica: “Aunque nunca lo tendré solucionado porque soy un desastre”. Por eso lo hacía junto a su hijo Poldo, que tendrá que continuar solo.
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