El cómico alemán que se reinventó en un viaje por España
La autobiografía llevada al cine del humorista Hape Kerkeling llega a las salas españolas convertida en un éxito de taquilla en Alemania
Con camisa a rayas naranja metida en el pantalón, gafas tintadas del mismo color y cigarrillo en la mano derecha, Hape Kerkeling se mueve con desparpajo por el escenario. En esta parte del espectáculo, el humorista debe fingir una llamada telefónica desde una cafetería a su enamorado, un tipo llamado Víctor. Es una mañana cualquiera de un fin de semana cualquiera. "Oh, Víctor, no me lo creo. De verdad que no me lo puedo creer. Víiiiictor…". El tono es socarrón, y el público ríe, casi hasta desternillarse. El asunto sexual asoma: quizá no se entiende del todo, pero el auditorio intuye. Y aplaude la hilarante parodia del costumbrismo que el cómico pasea ante su mirada.
El registro para hacer reír, cuenta al teléfono desde Italia el cómico alemán (Recklinghausen, Renania del Norte-Westfalia, 54 años), lo aprendió muy pronto. En familia. Junto a una abuela extrovertida y a otra algo más huraña y gracias también a un par de abuelos que habían conocido los horrores de la guerra. Ese círculo familiar no sólo "toleraba" a un niño diferente, que se vestía de princesa e imitaba a las señoras de la tienda de alimentación, sino que lo "afirmaba". "Me he preguntado varias veces si no era raro tener, a comienzos de los setenta, una familia así. Tal vez eran tan abiertos porque el Ruhr, donde vivíamos, ya era entonces una región de inmigrantes, y la libertad en esos lugares suele ser mayor", asegura Kerkeling.
El humorista vive ahora una nueva luna de miel con su público, esta vez con la gran pantalla mediando entre ambos. Este niño necesita aire fresco, película de la directora Caroline Link basada en la autobiografía de Kerkeling, es en Alemania, con más de 2,9 millones de espectadores, el segundo filme más visto de 2019, solo superado por Vengadores: Endgame. Este viernes llega a España, un país que él adora: "Me dicen a menudo que mi humor es muy español. Que a veces alguno de mis espectáculos recuerda a una escena de una película de Almodóvar. Es para mí todo un cumplido. Aunque si existe tal relación creo que es más bien, lo descubrí hace no mucho, porque mi madre tenía raíces españolas".
Precisamente su progenitora, con su pronta muerte siendo él apenas un crío, es una de las personas que más le ha marcado. Y también el elemento que corta esa continuidad entre el niño que presenta la película y el hombre adulto que habla tras el teléfono: "¿Depresiones? No sé si llamarlo así. Pero claro que me he tenido que reinventar. Sigo haciendo espectáculos, aunque ya no me considero un cómico. Dejé el día a día. La presión era demasiada. Ahora soy, ante todo, escritor". Kerkeling es uno de los presentadores televisivos más conocidos de Alemania, ha participado como actor en más de una veintena de películas y series de televisión, y ha sido el guionista de alguna de estas últimas.
También ha escrito varios libros, entre ellos Bueno, me largo (2006), sobre su recorrido a pie desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela. "Fue una de las mejores experiencias de mi vida. Me ayudó a encontrar mi camino. Un sueño se había cumplido, ciertamente, con todo lo que había ocurrido hasta entonces. Pero mantener aquel éxito requería una actitud determinada, y ya no podía tener esa actitud. Necesitaba bajar el ritmo", cuenta Kerkeling, que a partir de ese momento redujo sus espectáculos públicos y se volcó en su faceta de escritor.
¿Se cansó de divertir? ¿Se estaba convirtiendo en el estereotipo de cómico que hace reír pero es tremendamente desagradable? "En Alemania he conocido a muchos de ellos [ríe]. Pero no me parece bien que se les juzgue negativamente por ser así. Los humoristas en general son personas con pasados muy difíciles. Y está bien que así sea: la abundancia, económica o de cualquier otro tipo, no es nunca buena consejera", sostiene Kerkeling, que asegura que el motivo de su paso atrás fue, sin embargo, otro: "Noté que me continuaba sorprendiendo a mí mismo, que es la clave para sorprender a los demás, pero me ocurría bastante más a menudo fuera de mis espectáculos que en ellos".
La película cubre los años de infancia de Kerkeling, en los que ya se percibe ese humor tierno que rehúye en todo momento el estilo mordaz o la maledicencia. Es el que, reconoce, ha practicado durante toda su vida. Porque, explica, "el límite al humor no lo pone el cómico, sino el espectador".
— Esa afirmación...¿No puede llevar de alguna forma a la autocensura?
— No, simplemente creo que obliga a pensarse las cosas dos veces. Y eso vale para un humorista y para cualquier persona con influencia. También creo que no es lo mismo que, por ejemplo, un chiste sobre homosexuales lo haga yo, que lo soy, que alguien que no lo sea.
— ¿Cree que alguien que no es homosexual no debería hacer humor sobre homosexuales?
— No, tampoco creo que sea así. Pero sí considero que si algo es percibido como discriminatorio, o hace que un colectivo se sienta ridículo, merece una valoración diferente dependiendo de si quien ha hecho ese chiste era o no un miembro de ese colectivo.
— Le parece entonces que de alguna forma los miembros de un colectivo tienen más derecho a hablar de sí mismos en clave de humor que los demás.
— Sí. Y de eso no tengo ninguna duda.
Babelia
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