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El infierno tan temido

La maldad somos nosotros. Se ha ido haciendo con la historia. Se mezcla con otros sentimientos para disimular su vaho

Una cráneo fracturado de hace 33.000 años hallado en Transilvania atestigua la violencia en la antiguedad. /
Una cráneo fracturado de hace 33.000 años hallado en Transilvania atestigua la violencia en la antiguedad. / KRANOTI ET AL

Se sirve fría, o caliente, y es la venganza, la maldad paciente. Juan Carlos Onetti la dibuja en El infierno tan temido. Una mujer que se venga a distancia de un desamor violento y con violencia destruye al causante de su inquina. Un novelista español, Manuel Ríos Sanmartín (1965), ha ido a los yacimientos de Atapuerca para buscar allí (para su novela La huella del mal, Planeta) el origen físico de la maldad.

La maldad somos nosotros. Se ha ido haciendo con la historia. Se mezcla con otros sentimientos para disimular su vaho. Al editor y escritor Julián Rodríguez le contó su padre (y él lo recogió en Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás) ese arte que tiene la maldad para esconderse y sobresalir: “La mezcla de sinceridad y mentira siempre da como resultado una mentira; la mezcla de fuerza y debilidad, siempre debilidad, y la de bondad y maldad, siempre maldad”.

En Atapuerca y en otros yacimientos del mundo hay huella de la violencia del hombre contra el hombre. Es la expresión de la lucha por el territorio, no hay ensañamiento. “No es maldad”. José María Bermúdez de Castro, que trabaja en el famoso yacimiento burgalés, recuerda que ya los chimpancés son violentos. Y en la más rancia antigüedad hubo el canibalismo que, por ejemplo, narra Rudolf Hess que pasaba, ante su mirada, en Auschwitch. ¿Estamos hechos de maldad? ¿Es venganza? “Ni los genetistas dirían que es un gen que conviva con la especie humana”.

Hacer el mayor daño posible, gratuitamente, sólo por el regocijo de dañar, es maldad. En la guerra desaparecen las normas, y por ahí entra esa maldad, ese ensañamiento, que en los fósiles hallados en Atapuerca o en otros lugares no se advierte. Ahí más bien están las guerras por sobrevivir. Hess se curaba del espanto que él mismo organizaba yéndose a jugar al jardín con sus niños. Eso es maldad. Manuel Ríos ve al hombre como un ser que quiere sobrevivir; “cuando la lucha se hace colectiva, como en el caso de los nazis, se convierte en maldad, capaz de destruir un pueblo entero, como pasó también en el caso de hutus y tutsis”. A él y a sus hijos los asustaron las historias de canibalismo que se observan en Atapuerca. De ahí nació su ficción. De la realidad está hecha su historia. “Pero en Atapuerca también hay historias de empatía. Hay algo bueno también en nuestro origen”.

“Todos los vicios humanos”, dice Fernando Savater, “vienen del miedo a la muerte. Buscamos agarraderos: el poder, el dinero, el sexo, y estamos dispuestos a lo que sea porque creemos que nos jugamos la vida con ello”. ¿Y los santos? “Aquellos a los que llamamos santos actúan como si fueran inmortales. Los demás actuamos demasiado conscientes de nuestra mortalidad y por tanto queremos tenerlo todo ahora. Me parece que de ahí vienen todas las aberraciones”. De eso, añade el filósofo, “y del aburrimiento. Las mayores tragedias históricas normalmente vienen del aburrimiento, de que los pueblos se aburren, sobre todo si son medianamente felices”.

La violencia, la guerra, la maldad. La huella del mal está en nosotros. El Génesis, explica Victoria Camps, catedrática de Ética, dice que la maldad es la desobediencia de Dios. “El ensañamiento. La venganza, el desprecio al otro, la indiferencia. La crueldad. Dejar de pensar nos vuelve inhumanos, decía Hannah Arendt, y de ahí viene el peor daño que el ser humano puede hacer”. Buscar el mal con regocijo, eso es el infierno tan temido.

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