Coetzee continúa su idilio con el español
El Nobel de Literatura culmina una trilogía literaria con ‘La muerte de Jesús’ y, por segunda vez, publica en castellano antes que en inglés
Como ya ocurrió en Siete cuentos morales, el escritor J. M. Coetzee vuelve a dejar que sean la editorial argentina El Hilo de Ariadna y Literatura Random House quienes lancen su nueva novela, La muerte de Jesús, con la que cierra una trilogía, que arrancó en 2013 con La infancia de Jesús y siguió en 2017 con Los días de Jesús en la escuela. Aunque la obra ha sido escrita en inglés, cede el carácter de primicia mundial al castellano.
El Nobel de Literatura anda inmerso en una cruzada contra su propio idioma, en cuya visión del mundo no cree. Teme que al convertirse el inglés en un idioma global, su opinión sobre el mundo también lo será, y eso, admitió hace un año, a su paso por Madrid, “no es en absoluto bueno”, es “un peligro”. Es por eso que, aunque el original esté escrito en esa lengua, el escritor se obsesiona con que el texto hable otra distinta. Trabaja codo a codo con su traductora, Elena Marengo, y exige que no se cambie ni una coma en ninguna de sus ediciones, según cuenta su editor en España, Albert Puigdueta.
Porque La muerte de Jesús, que salió este jueves a la venta en España, llegó antes a Chile, y lo hará en breve a Argentina y a buena parte de Latinoamérica, pero siempre en la edición consensuada con el autor. ¿Cuándo llegará la versión original, en inglés, al mundo anglosajón? Tardará, puesto que Siete cuentos morales, editado en español hace un año, aún no ha sido publicado en su lengua original.
Sabiéndose un autor de peso, Coetzee quiere darle otro enfoque al mundo —y no solo el literario—, jugando a desplazar el foco de atención y a dar pie a otra interpretación predominante de su obra, una que se haga antes desde el español, para escapar a la tiranía de lo anglosajón. Y como ocurre en su última novela con la carismática figura de David, se diría que la obra contiene el mensaje y es el mensaje en sí mismo.
Ahora David, el niño excepcional, quiere ser huérfano. En realidad, dice, siempre lo ha sido, porque Inés y Simón no son sus padres, ni siquiera son una pareja, solo un hombre y una mujer a los que unió su cuidado. Viven en Estrella desde que dejaron Novilla, el único par de pequeñas poblaciones que aparecen en el peculiar y parabólico mundo socrático sin memoria en el que transcurre su historia. En Estrella hay un orfanato. Se llama Las Manos. Lo dirige un tal señor Fabricante. Un buen día, el señor Fabricante quiere organizar un partido de fútbol entre los niños del orfanato y los que juegan en la calle. A David nada le gusta más que el fútbol. O sí. En realidad, la danza y el canto le atraen tanto como el fútbol. Y El Quijote le gusta mucho más.
David tiene 10 años y tiende a explicarse el mundo a partir del clásico de Cervantes. También a partir de los números porque, dice, dan sentido a todos los misterios del universo.
El caso es que, cuando el partido se organiza, David quiere cambiar de bando. Ha decidido que quiere ser huérfano. Va a mudarse a Las Manos. No se siente comprendido por sus padres adoptivos. Ha aceptado que va a estar siempre solo. En ese sentido, el orfanato representa un perfecto microcosmos de la sociedad. Y David no tiene tiempo. Está a punto de enfermar de algo horrible para lo que no parece haber cura. Y eso va a llevarle a pensar en su próxima vida. David quiere ser él en su próxima vida, pero no ser ese niño al que le gusta el fútbol y la danza, el niño que solo lee El Quijote. Con este libro, John Maxwell Coetzee le dice adiós a la platónica y protocristiana trilogía que inició en 2013 con La infancia de Jesús (Literatura Random House).
Más influido por el Jesús de El Evangelio según San Mateo, el clásico cinematográfico de Pier Paolo Pasolini, que por el de la Biblia —aunque admita ser un “apasionado” de su figura—, Coetzee, en su intento por dibujar a un líder, un maestro “salvaje, intenso, frágil”, y además, un niño tan todopoderoso, tan visionario, que podría viajar de planeta en planeta, como El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, impartiendo las máximas aprendidas, reescribe en otra lengua el mundo.
Los personajes hablan en español, la lengua de Cervantes —de ahí su importancia, y su poder simbólico: El Quijote fundó la ficción y la posficción, la idea misma de narrar una historia en la que fondo y forma adquieren la misma importancia, la idea de la novela como algo que se revuelve, que está vivo—, y el español es la lengua en que primero se publica la novela.
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