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Policial y político

El lector de ‘No pidas nada’, de Reynaldo Sietecase, es testigo de una violencia política ininterrumpida, como si la caída de la dictadura argentina hubiese sido solo una ficción

Juan Pablo Canala, en su admirable y erudito examen de la invención literaria del detective porteño, Dogos y lobos, muestra la íntima relación que la literatura detectivesca de Río de la Plata mantuvo desde sus comienzos a mediados del siglo XIX con la prensa. Los primeros autores del género entonces folletinesco, como Eduardo Gutiérrez, fueron también periodistas y “se nutrían”, afirma Canala, “de los hechos narrados en la prensa policial”. Sus influencias literarias fueron francesas: Eugène Sue, Victor Hugo, Alexandre Dumas y un Edgar Alan Poe afrancesado por Baudelaire.

Bajo la influencia de Borges, gran lector de la literatura detectivesca en lengua inglesa, y su creación en 1945, junto con Adolfo Bioy Casares, de la exitosa serie El séptimo círculo, los autores argentinos de novelas policiales descubrieron que el argumento detectivesco podía alejarse de la realidad documentada y acercarse más a los problemas de lógica formal. Borges dio el ejemplo con cuentos como La muerte y la brújula y Emma Zunz, y sus discípulos en esa veta fueron Marco Denevi, María Angélica Bosco, Santiago Dabove, el uruguayo Enrique Amorim, el mismo Bioy Casares y varios más. Algunos, como Rodolfo Walsh en su Variaciones en rojo, ensayaron ese estilo razonado de la narración policial, pero también retomaron y profundizaron la tradición establecida por Gutiérrez de elegir como punto de partida crímenes de la crónica periodística. Particularmente en el caso de Walsh, en obras posteriores como Operación masacre, Caso Satanowsky y¿Quién mató a Rosendo?, la crónica misma se convierte en un texto literario en el cual los sucesos verídicos son contados sin mayor elaboración ficticia, tomando los hechos de la realidad diaria y recurriendo a técnicas de la ficción para narrarlos. Esta última estrategia se relaciona superficialmente con la hard-boiled school de la narrativa policiaca norteamericana enfrentada a la novela de detective clásica de la Inglaterra de los años treinta. Refiriéndose a estas dos tendencias, la estudiosa Anne Lafontaine comentó: “El detective hoy tiene que ser una suerte de Hércules, combatiendo la Hidra de Lerna, cada cabeza un problema al parecer lógicamente insoluble, o un crimen real y atroz.”

La dictadura militar de los años setenta dio a los escritores argentinos un terreno histórico en el que la obligación moral de testimoniar los terribles acontecimientos autorizaba una narración policiaca que, sin necesariamente calcar con fidelidad los hechos sucedidos, se hacía eco del horror a través de historias que, si bien eran inventadas, estaban profundamente arraigadas en lo que todos los lectores sabían había sucedido, ficciones que Dante hubiese llamado “invenciones no falsas”. Entre las muchas obras que tratan de hechos situados en esos años de sangre se destacan La penúltima conquista del Ángel, de Elvira Orphée; La aguja en el pajar, de Ernesto Mallo; Infierno grande, de Guillermo Martínez; A veinte años, Luz, de Elsa Osorio; El fin de la historia, de Liliana Heker; Una misma noche, de Leopoldo Brizuela; Ciencias morales, de Martín Kohan; El canario, de Carlos Bernatek, y ahora No pidas nada, de Reynaldo Sietecase.

La novela de Sietecase entrelaza dos narraciones: la de un periodista, el Tano Gentili, quien busca investigar las muertes sospechosas de varios militares argentinos acusados de cometer atrocidades durante la dictadura, y la de un abogado, Mariano Márquez, con un código ético peculiar, a quien una diputada pide que investigue al militar acusado de asesinar a sus padres. A medida que se van desarrollando las dos investigaciones, sin nunca sobreponerse, el lector es testigo de una violencia política ininterrumpida desde hace décadas en Argentina, pero también, en el caso de Gentili, en las favelas de Río de Janeiro, como si la caída de la dictadura argentina (y la de las varias otras dictaduras de América Latina) hubiese sido solo un final convencional, parte de las ficciones de la historia, no así de la realidad, y que hasta que no sean verdaderamente erradicadas las causas de la infamia, esta seguirá resurgiendo periódicamente, como las cabezas de la Hidra de Lerna mencionadas por Lafontaine.

El estilo de Sietecase es escueto, duro, sin desperdicios. Apenas se permite decorar el final de un capítulo con una breve sentencia, casi un aforismo: “Beso, luego existo. No es amor, pero alcanza”. O “Se trata solo de un ínfimo cambio en el calendario. La muerte más lejos o más cerca”. O esta que admirablemente concluye la novela: “Existen distintas formas de escapar a un castigo y el olvido es una de las más refinadas”. Ese puritanismo de Sietecase corresponde únicamente al estilo de escritura. El contenido es todo lo contrario, de un barroquismo exacerbado, una violencia casi insoportable. Los personajes no pueden ser fácilmente comprendidos por el lector: cambian de juicio y de foco constantemente, son desenfrenados y retenidos a la vez, de una moral frecuentemente turbia o al menos no ejemplar. Cometen actos repugnantes y acciones de santos. Tienen algo de los héroes stevensonianos, de Long John Silver, el sangriento bucanero traidor y también honesto, o del atroz señor Hyde, quien es a la vez el buen doctor Jekyll. No podemos decir si Gentili o Martínez son hombres decentes y honestos, pero sí que son heroicos y memorables.

Hay en esto una suerte de espejo invertido. La historia (según la frase cervantina hecha famosa por Borges) es la madre de la verdad; lo que contamos acaba por ser lo que creemos que realmente ha sucedido. Si bajo las celebraciones oficiales de victorias liberales siguen vivos los códigos infames que justificaron los secuestros, las torturas, el robo de niños, la censura sangrienta, el desprecio a la cultura y a la ética ciudadana; si la ficción de lo que llamamos nuestra democracia puede ocultar la sobrevivencia de esos otros dogmas infernales, ficciones explícitas como esta de Sietecase revelan, implícitamente, la verdad de nuestro tiempo.

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Autor: Reynaldo Sietecase.


Editorial: Alfaguara (2018).


Formato: tapa blanda (256 páginas).


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