Ni guerrillera ni folklorista
Un libro reconstruye la tragedia de Laura, alías Tania, de verdadero nombre Tamara Bunke
Ay, los excesos de la propaganda. Leo en una entrada en inglés de la Wikipedia que la alemana-argentina Tamara Bunke (1937-1967) recogió “una de las colecciones más valiosas de música boliviana”. Tamara, bajo la identidad de Laura Gutiérrez, vivió más de dos años en La Paz, funcionando como espía durmiente al servicio del castrismo; entre otros oficios, se hizo pasar por folklorista. En verdad era aficionada al folklore argentino, cantaba aceptablemente, tocaba acordeón y guitarra, hasta se compró un magnetofón profesional Telefunken. Daba el pego y fue aceptada como colaboradora (sin paga) en el Ministerio de Educación. Pero hizo más relaciones sociales que trabajo de campo. Aparte de ser falso, atribuirla méritos de folklorista apesta a racismo, a valorar automáticamente a la extranjera de piel blanca sobre los estudiosos autóctonos.
Ya saben que Bunke ha pasado a la historia como Tania la guerrillera, acompañante de Ernesto Che Guevara en su malhadada última expedición guerrera. Su nombre se usó profusamente en la extinta República Democrática Alemana y todavía se puede ver en las calles cubanas. Se susurra que tuvo una relación amorosa con Ernesto y circula incluso una variación perversa: obedecía a órdenes de la KGB y la Stasi, para hacer fracasar la aventura guevarista.
Todo son mentiras, alimentadas por una docena de libros y documentales. Hagiografías y textos fantasiosos que —al igual que partes de las difundidas biografías del Che firmadas por Paco Ignacio Taibo o Jon Lee Anderson— son desmontadas por un autor boliviano con mucha menor proyección. Gustavo Rodríguez Ostria es un diplomático e historiador, especializado en la cuestión indígena y la guerrilla en Bolivia.
Rodríguez Ostria, con acceso a archivos poco explorados y entrevistando a los (pocos) supervivientes, derriba muchos mitos en Tamara, Laura, Tania (RBA). Bien instruida por la seguridad cubana, ella supo mimetizarse con la burguesía boliviana, haciéndose pasar por una argentina de escasos recursos e ideología conservadora. Hasta que, excitada por la inminencia del desembarco del Che, cometió errores. Para conseguir papeles legales, se casó con un joven tarambana que, maravilla, consiguió inmediatamente una beca para estudiar ¡en Bulgaria! Por si eso no fuera suficientemente extraordinario, adquirió un jeep Toyota, un vehículo caro y llamativo. Lo peor: allí encontró la policía una libreta con las coordenadas de sus contactos, amigos que sufrieron brutales interrogatorios y registros.
Su misión era mantener bases urbanas pero debió incorporarse apresuradamente a la guerrilla rural tras ser descubierta, para consternación de los combatientes: fieles al machismo-leninismo, no querían mujeres en sus filas. Tania, su nombre de guerra, fue relegada a la resaca, el pelotón de hombres enfermos o poco fiables que retrasaban las marchas. No tuvo derecho a fusil, que era lo que distinguía al verdadero guerrillero. Pronto se vio que, a pesar de su ardor bélico, Tania no aguantaba las durísimas condiciones de la vida en el monte. Según Rodríguez Ostria, aunque portaba una pistola Browning, no intervino en ninguna de las refriegas.
Cayó en una emboscada mientras cruzaban un río. Su condición femenina estuvo a punto de salvarla: algunos militares evitaron dispararla; fue abatida por una sola bala. Luego, eso sí, cuando rescataron su cadáver, se ensañaron con ella. Puede que recuerden Soldadito boliviano, el poema de Nicolás Guillén. Musicado por Paco Ibáñez, fue interpretado también por Ángel Parra o Joaquín Sabina. Así terminaba: “Pero aprenderás seguro/ soldadito boliviano/ que a un hermano no se mata/ que no se mata a un hermano”.
Hasta el libro de Rodríguez Ostria, nadie había indagado sobre los sentimientos de esos soldados bolivianos. Eran reclutas mal entrenados que veían prolongarse su servicio militar en aras de una guerra no declarada. Sus compañeros habían sido los primeros en morir, acribillados por unos desconocidos que, luego se enteraron, incluían argentinos, peruanos y cubanos. Sencillamente, no podían hacer otra cosa que odiar a los “hermanos” que les disparaban.
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