Emoción y poesía a galope tendido
Paco Ibáñez llena el Teatro Nacional de Cataluña en un viaje a través de las canciones que han marcado su carrera
Desde hace solo cinco días Paco Ibáñez puede presumir de su condición de octogenario y asumir con una cierta resignación que una vez tras otra le vayan recordando que nadie lo diría. Pero es totalmente cierto, no se notan fuera del escenario y subido en la tarima aún menos. Para dejar clara esa juventud que lleva dentro Paco Ibáñez convocó en la noche de ayer a amigos y conocidos en el Teatro Nacional de Cataluña (TNC) con un sencillo lema Vivencias y como en las grandes ocasiones, que lo era, en la sala no cabía ni un alfiler.
Se respiraba ese ambiente cargado de electricidad que parece a punto de estallar. Y estalló con una de esas ovaciones que no se olvidan cuando, con escasos diez minutos de retraso, el cantante irrumpió sobre un escenario minimalista en rojos y negros (obra de Frederic Amat). Vestido de negro, como es su norma, y guitarra en mano Paco Ibáñez saludó en catalán, apoyó su pierna izquierda sobre una silla también negra y atacó Es amarga la verdad de Quevedo. “Empezamos bien”, bromeó, “pero las amarguras de hoy pueden ser la dulzura comparadas con las amarguras de mañana”.
A Quevedo siguió Góngora, no podía ser de otra manera, y ahí inició un recorrido sereno y aparentemente desordenado por toda su ya larga obra. Llegó hasta sus propios inicios con La canción del jinete, de García Lorca, cantó en gallego, euskera y castellano y acabó la primera parte recordando a Che Guevara (“el único que no fue un cantamañanas como el resto”) en palabras de Nicolás Guillén, memorable todavía Soldadito boliviano.
El acordeonista Joxan Goikoetxea y el guitarrista Mario Más le acompañaron de forma tan discreta como efectiva. Un repertorio sin aparentes sorpresas que sorprendió cuando el bailaor Chicharro se marcó unos pasos de auténtico carácter sobre un sentido poema lorquiano, un momento mágico.
El cantautor invitó a Pasqual Maragall a cantar con él un tema de Brassens
Abrió la segunda mitad con Como tú, una canción de esperanza (“que buena falta nos hace en estos tiempos que corren”) de León Felipe y volvió a Lorca acompañado por los sonidos naturales y siempre increíbles de Pep Pascual y el saxo telúrico de un Gorka Benítez sensacional. El bandoneón de otro viejo amigo, César Stroscio, le secundó con aires porteños al recordar a Neruda y Alfonsina Storni.
Ayudado por la voz de su hija abogó por la paz entre Israel y Palestina cantando en hebreo. Acompañado por el contrabajo de Horacio Fumero cantó a José Agustín Goytisolo y aprovechó la coincidencia familiar para declararse en estos momentos más a favor de los que rechazan los premios que de los que los aceptan: ovación cerrada. Y el público cantó a voz en grito Me lo decía mi abuelito y volvió a estremecerse con Palabras para Julia. El TNC se vino abajo.
Y aún faltaban esos eternos Andaluces de Jaén que, una vez más, todo el público cantó con el entusiasmo que le había contagiado el cantante.
Los espectadores corearon ‘Me lo decía mi abuelito’ y ‘Palabras para Julia’
Un entusiasmo que se desbordó cuando Ibáñez invitó a Pasqual Maragall a cantar con él una canción de George Brassens, Les copains d’abord en francés acompañados por todos los músicos. Y el ex presidente de la Generalitat hasta se permitió para la ocasión unos pasos de baile.
El público pedía A galopar y la noche acabó a galope tendido. “Hemos de galopar mucho que todavía hay mucho que galopar”. Y al acabar de galopar el público le deseó felices ochenta años a Ibáñez, que concluyó bailando un vals con su mujer. Pero no era el final, y aún quedó espacio para otro bis, esta vez en catalán. Así, Paco cantó en los cuatro idiomas peninsulares.
Entre familia y buenos amigos, dentro y fuera del escenario, Paco Ibáñez mantuvo durante más de dos horas al público en vilo, siempre al borde del estremecimiento, con esa voz terriblemente cercana que más que cantar susurra las canciones al oído y penetra así hasta lo más profundo. Explicando delicadamente pero con auténtica rabia verdades con mayúsculas que no por conocidas deben dejarse de repetir. Y Paco Ibáñez las sigue explicando envueltas en músicas que nunca molestan a las palabras, al contrarío las llenan de sugerencias. Ayer en el TNC fue un derroche de belleza, de sentimientos compartidos. Una demostración más de la eterna pervivencia de la poesía, de su poesía, de la nuestra.
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