El artista en el patíbulo
Abel Azcona realiza una 'performance' en la que invita a agrupaciones de ultraderecha y religiosas de todo signo a que cumplan las amenazas que le hacen en las redes sociales
Crear destruyendo no es algo que haya inventado Banksy hace dos semanas. En la trayectoria del artista Abel Azcona es una constante, otra es que su cuerpo es parte fundamental de su obra. Y en la performance de la tarde del viernes en el vestíbulo del Círculo de Bellas Artes de Madrid se conjugan los dos elementos: ¿qué mejor que un arma para destruir un cuerpo, una vida? En eso ha consistido La muerte del artista: Azcona situado en un pedestal; en otro, una pistola; la entrada era libre, cualquiera la podía usar.
Y así ha sido, antes de que apareciera el artista, Cristina la ha cogido. “Quería saber si era de verdad”. No le queda claro. “Diría que sí... No lo sé, nunca he tocado un arma, pero si no lo fuera no tendría sentido, en eso consiste, ¿no?”.
Otro grupo de estudiantes de arte contemporáneo se quedan en estado de shock después de que alguien se atreviera a cogerla y a disparar contra Azcona, que se queda inmóvil en la peana. No suena, no pasa nada. (El micrófono del poeta Guillermo Carnero, que participaba en un coloquio en una de las plantas superiores, daba más miedo cuando hacía interferencias). Sandra, que venía con sus compañeros, reconoce que había llegado hasta allí en parte por el “morbo” y le quedaba la duda de si el arma sería de real, fruto de la sugestión del artista a sus seguidores en redes sociales. Habían creído en ello y aunque tuvieran la evidencia de que era ficticia seguían dudando.
Azcona recibe disparos a diario: “Unos cien, de católicos, de musulmanes, de adeptos a algunos partidos políticos…”, se refiere a los mensajes insultantes y amenazadores que le llegan a través de las redes sociales, le cuenta a EL PAÍS unos días antes de la performance. Pero no solo a estos, también a las denuncias y a los procesos judiciales a los que se ha visto sometido. Y ante lo que él denomina “lo normal, mi realidad”, reacciona: se planta, se “empodera” -la palabra que más utiliza cuando explica qué es La muerte del artista- y convoca a los grupos que le mandan su odio por diversas vías, sobre todo online, que lo hagan offline, es decir, que se personen. Para ello invitó a la Asociación de Abogados Cristianos, a Vox, a la Falange, a la Fundación Francisco Franco, al Frente Nacional francés, al Partido Republicano de EE UU, al Arzobispado de Pamplona, a Al Qaeda, a Intereconomía… y así hasta una veintena de distintas organizaciones que según el creador atentan contra la libertad de expresión, de creación y quieren implantar la política del terror. La tarde del viernes, en el Círculo, no se vio a nadie de estos colectivos, o, al menos, no se identificó.
Pero el artista quería ir más allá de la simulación del disparo, eso era la excusa. Para él lo importante es la espera, el silencio, la reflexión, el hecho de estar allí de pie, el paso del tiempo, “la inacción”: él vestido de negro delante de la estatua de Atenea que preside ese conocido vestíbulo madrileño, la escalera de mármol, el público del Festival Eñe, que acoge este acto, subiendo y bajando a los distintos coloquios literarios. “Tiene fuerza visual, busco el concepto”, explicaba.
Pero claro, el papel del espectador es importante en la obra del arte, es quien interpreta. Así, Sara, estudiante de un máster de edición, que iba a escuchar a Elvira Lindo en la charla Crear ideas, entiende La muerte de un artista como un acto que habla de todos esos escritores reconocidos, “incluso premiados”, cuando su vida ya ha acabado. Nada que ver con la falta de libertad de expresión ni con la política del miedo
La pieza de Azcona se construye según va ocurriendo, más espectadores hicieron el amago de pegarle un tiro. El fin será este sábado por la mañana con la lectura del manifiesto Presunción del artista como sujeto radical y desobediente, tanto en vida como en muerte. Esta publicación agrupa reflexiones del performer sobre la muerte y fotografías de algunas de sus obras, por las que ha sufrido amenazas como el escribir la palabra “pederastia” con 242 hostias –la Asociación de Abogados Cristianos (que dicen que no les ha llegado ninguna invitación) le denunció, pero el juez archivó la causa en 2016 ya que consideró que hubiera delito de ofensa contra los sentimientos religiosos- o arrancar y comerse las páginas del Corán, o uno de sus últimos trabajos La vergüenza en el que ha documentado cómo ha instalado pequeños fragmentos del muro de Berlín en el de Cisjordania que separa territorio israelí y palestino.
La muerte del artista es una metáfora, recuerda Luis Posada –director del festival- que ellos celebran la literatura y la vida. La performance, que duró una hora escasa, pretende “dejar en evidencia el fundamentalismo, el ataque continuo a la libertad de expresión”, como escribe Azcona en las cartas de invitación. Añade que hay que visibilizar el odio que cada vez ocupa más espacio y aterroriza a más gente. Está a la orden del día cuando el jueves, la Asociación de Abogados Cristianos consiguió que un juez admitiera a trámite una querella porque Carlos Santiago, dramaturgo y poeta, aludiera a “los huevos” del apóstol Santiago en un pregón de carnaval. Los artistas plantan cara a esa censura, pero no solo ellos, uno de los gritos de la caravana de migrantes hondureños cuyo objetivo es llegar a Estados Unidos a pesar de las amenazas de Trump es “no tenemos miedo”. Y esto sí que es real.
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