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Crítica | La buena esposa
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La mujer del Nobel

El director juega con aspectos trascendentes de la corriente bergmaniana, pero también con una puesta en escena y una estructura de un academicismo ramplón

Javier Ocaña
Christian Slater, Glenn Close y Jonathan Pryce, en 'La buena esposa'.
Christian Slater, Glenn Close y Jonathan Pryce, en 'La buena esposa'.

¿Cómo asume, cómo celebra, cómo vive un ganador del Premio Nobel de Literatura una llamada desde Estocolmo con la noticia del galardón y los días posteriores alrededor de los fastos? ¿Mirando hacia el presente, hacia el pasado o hacia el futuro? ¿Hacia los suyos o hacia sí mismo? ¿Con la pasión de un principiante o con la calma de la madurez profesional y personal?

LA BUENA ESPOSA

Dirección: Björn Runge.

Intérpretes: Glenn Close, Jonathan Pryce, Christian Slater, Max Irons.

Género: drama. Suecia / Reino Unido, 2017.

Duración: 100 minutos.

El planteamiento inicial de La buena esposa, coproducción entre Suecia y Reino Unido dirigida por Björn Runge, tiene el suficiente atractivo cultural, e incluso psicológico y emocional, como para vislumbrar una obra interesante que, a partir de esa esencia, puede acabar abriéndose en muy diferentes direcciones. La de Ingmar Bergman, por ejemplo, con sus intelectuales rígidos, aislados, fríos, egocéntricos y con desgraciada habilidad para la humillación de sus mujeres, habitualmente dóciles y sumisas. O también la del melodrama más convencional, el que se bifurca hacia el pasado para esclarecer el presente (más que para interpretarlo), a través de flashbacks y explicaciones que no dejen lugar a la duda. Sobre todo, en un caso como el de la película, basada en una novela de Meg Wolitzer, que como bien indica ya su título va a poner el foco no tanto en el galardonado como en su fiel esposa, representante, copista, consejera, voz de la conciencia, señora de la limpieza, enfermera y quizá muchas cosas más.

Runge elige ambas vertientes al mismo tiempo, con aspectos trascendentes de la corriente bergmaniana, pero también con una puesta en escena y una estructura de un academicismo ramplón. Y el resultado es un tanto desigual. Atractivo en determinados matices, queriendo huir del lugar común, sobre todo en el de las razones de la fidelidad de la mujer, y sin embargo cayendo en los clichés con la tipología del novelista (judío, mujeriego, implacable, de alumna en alumna desde la primera de ellas, su propia esposa), y el consabido conflicto con un hijo aspirante a escritor al que suele machacar con su desprecio y sus juicios.

De modo que, ante la evidente irregularidad con cierto encanto de la película, hay que quedarse con dos aspectos incontestables: la reivindicación feminista de la historia, trayendo a la memoria casos lamentablemente semejantes, y la formidable interpretación de Glenn Close, de amplia gama y asentada en la mirada hacia sí misma, hacia un interior derrotado y orgulloso, que en su momento climático evoca a su histórica condesa de Merteuil en el último plano de Las amistades peligrosas.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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