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‘La monja’: No todo lo que brilla asusta

A pesar de su siniestra atmósfera, la película se siente mecánica en sus ritmos y carente de imaginación en sus sustos

Fotograma de la película 'La Monja'.
Andrés Rodríguez

Dicen que todo lo que toca el director malasio-australiano James Wan se convierte en oro. Muchos especialistas de la industria creen que el resurgimiento y éxito comercial del género de terror de los últimos años se debe en gran parte a él, a Oren Peli, creador de la saga Actividad paranormal, y a Jason Blum, productor de películas de terror de bajo presupuesto. En tiempos en los que todo estudio de cine quiere ganar millones de dólares explotando un universo cinematográfico, muy al estilo de la factoría de Disney y Marvel, Wan ha encontrado la fórmula con sus personajes de la franquicia de El conjuro, una toma de ficción basada en los casos de la vida real de los parapsicólogos Ed y Lorraine Warren.

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El éxito de Wan no es nuevo. Sus primeros pasos hacia el éxito comercial los dio con El juego del miedo (2004). La primera incursión del famoso sociópata Jigsaw, tan solo costó un poco más de un millón de dólares y recaudó más de 100 millones en todo el mundo. Poco presupuesto y una gran inventiva se convirtieron en la carta de presentación del director. Esta fórmula la repitió en La noche del demonio (2010, Insidious en inglés), filme que realizó igual con un poco más de un millón de dólares y que facturó casi 100 millones. Este último proyecto fue el que finalmente lo catapultó a convertirse en uno de los cineastas del cine comercial de terror más influyentes de la última década.

Gracias al encanto de los productores que veían cómo sus ingresos se multiplicaban con muy poca inversión, nació la franquicia de El conjuro. Con una inversión de 81,5 millones de dólares en cuatro películas, entre secuelas y spin-offsEl conjuro, El conjuro 2, Annabelle, Annabelle 2: La creación–, ha generado más de mil millones de dólares en taquilla. La monja, protagonizada por el actor mexicano Demián Bichir y la actriz estadounidense Taissa Farmiga, es la más reciente entrega de este universo cinematográfico. Al igual que sus antecesoras, este nuevo capítulo no es la excepción. Estrenada el pasado 6 de septiembre, con un presupuesto de 22 millones de dólares, ya ha recaudado más de 230 millones en todo el mundo.

Basada en la historia escrita por Wan y Gary Dauberman, el filme nos presenta una trama que inicia con el suicidio deuna monja en una abadía rumana, motivo por el cual el Vaticano envía al padre Burke (Bichir) y una novicia, la hermana Irene (Farmiga), a investigar lo sucedido. Lo que ambos encuentran allá es un secreto perverso que les enfrentará cara a cara con el mal en su esencia más pura. La película, dirigida por Corin Hardy, trata de conectar con la audiencia basándose en los artilugios que han forjado la carrera de Wan, pero a pesar de su siniestra atmósfera, el filme se siente mecánico en sus ritmos y carente de imaginación en sus sustos.

La inventiva de Wan y la magistral dirección que realizó en El conjuro y El conjuro 2 –película en la que aparece por primera vez la monja–, no se manifiestan bajo la batuta de Hardy. Las dos películas antes mencionadas gozan de una dicha sostenida y escalofriante, beneficiadas por el toque de realismo y cercanía que había frente a supuestos eventos paranormales como el de la familia Perron en Harrisville, Rhode Island, o el denominado Poltergeist de Enfield, que se reflejan en cada película, respectivamente. En cada una de ellas hay algo más profundo o más oscuro que acecha más allá del simplismo de la sorpresa agresiva o ruidosa. Al contrario, La monja sobredimensiona los eventos que suceden en un territorio más de horror religioso-gótico. Al director se le va de las manos toda la conjura que trata de construir alrededor de la película. Cae en recursos sobreutilizados del género y se refugia en una parafernalia de efectos especiales que traicionan a los orígenes más artesanales de la saga.

A pesar de los defectos que juegan en contra de La monja, las actuaciones de Bichir y Farmiga son un salvavidas para la película. Ambos tienen muy claros a sus personajes, muy bien dibujados en sus convicciones claras y emocionalidades poderosas. La participación de ambos se complementa con la imponente presencia de Bonnie Aarons, en el papel del ente maligno que toma forma de una monja. Asimismo, la dirección de fotografía ofrece una que otra bocanada de aire en el lente de Maxime Alexandre. Este ofrece una gran composición a momentos, como en el plano en el que las monjas del convento se unen en oración a la hermana Irene, para repeler el mal que acecha los pasillos de la infraestructura maldita.

El filme parece buscar desesperadamente alusiones a El exorcista (1973), un clásico del género, pero sus intentos de homenaje caen en saco vacío en su intento de honrar a la gran tradición de películas de posesiones. El nuevo filme derivado del universo de El conjuro fue promocionado como “el capítulo más oscuro de la serie”, pero cae víctima de su excesiva publicidad. Es una película sobreexplotada que deja una sensación de vacío, como si la serie comenzara a irse a la deriva. Sin embargo, desde la casa de ideas de Wan ya piensan en El conjuro 3 y The Crooked Man –otro filme derivado de la saga–. La monja podrá parecer otro éxito de oro, pero no todo lo que brilla gusta, o asusta.

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Sobre la firma

Andrés Rodríguez
Es periodista en la edición de EL PAÍS América. Su trabajo está especializado en cine. Trabaja en Ciudad de México

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