El espía que burló la mediación con ETA
La película ‘Mudar la piel’ indaga en la amistad entre el negociador del conflicto vasco Juan Gutiérrez y el único miembro del antiguo CESID condenado por traición, Roberto Flórez
El 19 de junio de 2013, día de su 81 cumpleaños, Juan Gutiérrez, director durante 14 años del Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz y exnegociador entre ETA y el Estado, se volvió a reunir con un viejo amigo, Roberto. Ana Schulz, hija única de Gutiérrez, tomó entonces una fotografía de los dos. En primer plano, su padre, con la mirada risueña y su bigote nietzscheano. Unos pasos atrás, fuera de foco, Roberto, una mancha de la que solo se adivina su cabeza redonda y calva.
De esta imagen fallida nace Mudar la piel, la película en la que Ana Schulz y Cristóbal Fernández intentan comprender —y componer— las claves de la amistad entre Gutiérrez, un ingeniero de formación marxista, culto y sabio, y Roberto, un agente del antiguo Centro Superior de Información de la Defensa (CESID, hoy CNI) que un día, bajo falsa identidad, se infiltró en sus vidas. Sobre el plano fijo de aquella foto la voz en off de Schulz inicia la narración de esta historia: “A Roberto le acababan de conceder la libertad condicional y mi padre y él estaban retomando su amistad. Yo hacía años que no le veía, desde su desaparición. Y no entendía qué hacía ese hombre ahí otra vez junto a mi padre”.
Mudar la piel se estrenará el próximo mes de agosto en el festival de Locarno. Una película inclasificable, que muda de género según avanza. Aparentemente un documental político y familiar, en el fondo, muchas otras cosas, entre ellas, un thriller sobre espías, una carta de amor incondicional de una hija a su padre, una reflexión sobre la traición en las entrañas del conflicto vasco y una historia de amistad marcada por un insondable misterio. “De la necesidad de entender esa amistad nace esta película”, dice la voz en off de Schulz.
“Hemos rodado durante cuatro años”, explica Cristóbal Fernández, montador de cintas como Mimosas, de Oliver Laxe. “En aquella primera foto yo ya quise poner a Roberto detrás de mi padre y fuera de foco porque para mí él siempre fue un misterio. Cuando entrevistamos a Roberto por primera vez tuvimos claro que teníamos que hacer la película. Yo necesitaba entender esa amistad tan fuerte. Era una mezcla de curiosidad y fascinación por Roberto, un hombre acostumbrado a cambiar siempre de rostro”.
Entre una nueva acusación y ser un chivo expiatorio
El pasado marzo The Times señaló a Roberto Flórez como el supuesto delator del espía ruso Sergei Skripal, envenenado con trazas de agente nervioso Novichok junto a su hija Yulia en un restaurante del Salisbury, al sur de Inglaterra. "El Times me vinculó a la delación de Skripal y yo me remito al comunicado que emití", responde en referencia a una nota emitida entonces y en la asegurar ser "un chivo expiatorio" de los servicios secretos británicos. Otros medios, sin embargo, no vinculan a Flórez con los hechos.
La película contaría con pocos personajes, Juan Gutiérrez, su mujer, la activista alemana Frauke Schulz-Utermöhl, y Roberto. De telón de fondo, algunos de los años más duros del conflicto vasco. Pero el rodaje se convirtió pronto en un camino de obstáculos, y la inquietud empezó a apoderarse de los directores. “Empezamos a tener problemas. Fue entonces cuando decidimos girar la cámara para filmar lo que nos estaba ocurriendo a nosotros, un thriller en el que nos sentíamos observados y espiados. Supongo que éramos unos chiquillos jugando a espías, pero jugando de verdad”, apuntan los directores.
Aunque en la película se protege su identidad, Roberto es Roberto Flórez, condenado en 2010 por la Audiencia Provincial de Madrid a nueve años de cárcel por vender información a Rusia. Su juicio fue el primero en democracia por un delito de traición. Cuando esa noticia saltó a los informativos, Juan Gutiérrez y el espía llevaban 12 años sin verse. Nacido en Asturias, huérfano de padre y madre, Flórez fue adoptado por un tío suyo Guardia Civil. Entró muy joven en el cuerpo. “Roberto estaba en la veintena cuando se presentó en Gernika Gogoratuz como un periodista que trabajaba en una agencia de noticias, eso justificaba que ni sus artículos ni su firma se publicasen, lo cual no era cierto”, recuerda Gutiérrez.
La amistad entre ambos hombres se forjó durante aquellos años. El espía se convirtió en la mano derecha de Gutiérrez y, según recuerda su hija, su presencia era constante, también en la casa. Su llegada a Gernika Gogoratuz había coincidido con el creciente protagonismo internacional de Gutiérrez, quien entonces y ahora defiende un discurso de paz alejado de la dualidad entre vencedores y vencidos. En 1991 Gutiérrez había organizado en EE UU un encuentro insólito de diez días de convivencia entre políticos de todos los partidos vascos. Aquella iniciativa no gustó. En 1998, ya con Jaime Mayor Oreja (PP) al frente del Ministerio de Interior, una serie de filtraciones borraron del tablero político al mediador. Unos meses antes el espía infiltrado había desaparecido de sus vidas. A Schulz le cuesta no ver una conexión entre ambos acontecimientos.
“Para mí es esquemático dividir a la gente entre buena y mala. Aquí no hay juicio final con los buenos a la derecha y los malos a la izquierda”, afirma el padre. “Eso es un ejercicio de poder, no de bondad. Y además, ¿quién tiene ese poder? Todos hacemos cosas buenas y malas. En La lista de Schindler, la película de Steven Spielberg, nos encontramos con un corrupto y corruptor pero que hace algo bueno y de forma desinteresada. Es solo un ejemplo. Yo nunca he hurgado mucho en Roberto, pese a que sé que tienes zonas oscuras. Además, Roberto y yo hemos recuperado nuestra amistad y su nuevo cambio de piel demuestra que ha entendido que los servicios secretos son necesarios no para destruir al enemigo sino para llegar a acuerdos que respondan a las necesidades básicas todas las partes en conflicto”.
A Gutiérrez solo le preocupa una cosa: “No quiero que parezca que Roberto y yo tenemos una amistad obsesiva porque no lo es. Aquí no hay síndrome de Estocolmo”. Tanto él como el exagente pidieron controlar la edición de la película. No hubo manera. “A mí me costó entenderlo, y todavía no lo entiendo del todo, y creo que Roberto tampoco”, asegura.
En su página de LinkedIn, Roberto Flórez aparece como Mediador y Consultor en Tratamiento de Conflictos. Según Gutiérrez su trabajo junto a colectivos indígenas de Bolivia es “interesantísimo”. El exespía responde a la llamada de este periódico para decir que no quiere decir nada. “Simplemente no voy a hablar de la película en los medios de comunicación. Sobre todo porque no he hablado aún con Ana”. Al preguntarle por su relación con Juan Gutiérrez responde: “Él es una persona muy importante en mi vida. Es mi amigo y nuestra amistad es profunda y genuina, independientemente de las vicisitudes externas”. ¿Un mentor, una figura paternal? Se ríe. “No voy a hablar de mi amistad con Juan. Suerte y éxitos”.
“Roberto no quiere saber nada de la película, pese a que siempre hemos intentando protegerle”, aseguran Cristóbal Fernández y Ana Schulz. “Ellos se siguen viendo porque mi padre defiende que apostó por él y cree en la autenticidad de su amistad. Mi padre siempre dice que nunca acabarás de conocer del todo al otro, tampoco a una hija o a una pareja; todos somos tierra ignota y pretender lo contrario es infantil”.
Algo más que la historia del espía y espiado
Mudar de piel muestra que quedan muchas historias por contar o insuficientemente contadas en torno a ETA como las de Juan Gutiérrez y Roberto Flórez. Gutiérrez, cántabro, doctor en Ingeniería y en Filosofía por la Universidad de Hamburgo (Alemania), recaló en la atormentada Euskadi de 1983 y respaldado por Joseba Arregi, al que conoció en Alemania, creó en 1987 Gernika Gogoratuz, pionera vasca en la mediación de conflictos. Arregi logró para esta asociación el aval político y económico del Gobierno vasco del que era consejero de Cultura y portavoz.
Tras el fracaso del primer proceso de diálogo del Gobierno de Felipe González con ETA en Argel, en 1989, Gutiérrez trató de relanzar otro proceso. Además del aval del Gobierno vasco, mantenía contacto con el secretario de Estado de Seguridad del Gobierno socialista, Rafael Vera, y con el dirigente de Herri Batasuna (HB) Rafael Díez Usabiaga. Fruto de esos contactos, protagonizó, en 1991, un inédito encuentro en Estados Unidos entre representantes de todos los partidos vascos, desde el PP a HB, radicalmente enfrentados en Euskadi.
Este encuentro y sus contactos hicieron que el CESID (hoy CNI) pusiera sus ojos en Gernika Gogoratuz y logró infiltrar uno de sus agentes, Roberto Flérez, presentándose como periodista. Era un momento clave de una lucha antiterrorista, que mejoraba sus técnicas de inteligencia, con éxitos como la incautación de la contabilidad de ETA en Sokoa y la primera desarticulación de su cúpula en Bidart (Francia).
Flórez, como asesor de comunicación de Gutiérrez, se convirtió en su mano derecha los cinco años que estuvo a su servicio. El CESID estuvo informado de todos los movimientos mediadores que avalaba el Gobierno vasco. La filtración a la prensa de una conversación de Diez Usabiaga con Gutiérrez puso en guardia a HB, y Vera fue cuestionado en el Gobierno, por sus contactos bien conocidos por el CESID. En enero de 1994, dimitió. El papel de Gutiérrez decayó, pero el nombramiento de como ministro de Interior de Jaime Mayor (PP), en 1996, le permitió otro intento, cortado con otra filtración periodística. Gutiérrez asegura que a Mayor le dio tiempo a hacerle una confesión inédita: que el “conflicto vasco” debería resolverse con una segunda Transición, pero seguro que no sería así, con un acuerdo entre extremos, PP y HB.
Flórez, acabada su misión y descubierto, desapareció en 1997. Gernika Gogoratuz le sobrevivió cuatro años. Estuvo destinado en Perú y, según asegura, abandonó el CESID tras la masacre yihadista en Madrid, en marzo de 2004 por la manipulación a la que el Gobierno de Aznar sometió al centro. En 2007, fue detenido en Canarias acusado de trabajar para el espionaje soviético, lo que Flórez niega. Fue condenado a nueve años por robo de material secreto. Acaba de salir de prisión en la que le ha visitado hasta 40 veces un Gutiérrez reconciliado con él. Pero la relación entre espía y espiado es otra historia. Otra inédita historia.
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