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CAFÉ PEREC
Columna
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Si te dicen que Javier Coma

La Filmoteca de Cataluña homenajea a este ensayista cinematográfico de erudición arrolladora

Enrique Vila-Matas

De una erudición y humanidad arrolladoras, el ensayista cinematográfico Javier Coma será homenajeado, a lo largo de este mes, por la Filmoteca de Cataluña a través de un ciclo en el que podrán verse algunas de las que fueron sus películas favoritas. Empieza este jueves, 8, a las ocho de la tarde, con un coloquio y la proyección del wéstern Shane. No hay duda de que el homenaje de la muy activa filmoteca barcelonesa es una buena noticia en una ciudad cada día más culturalmente apagada y en la que ya solo faltaba que muriera el sábado alguien de la inteligencia y sabiduría de Jorge Wagensberg.

Una ciudad que Javier Coma (Blanes 1939–Barcelona 2017) se había pateado a fondo y donde, tras leerlo y verlo todo, escribió exhaustivas enciclopedias, diccionarios, unos cincuenta libros y una infinidad de artículos dedicados al análisis histórico de vertientes de la cultura de los Estados Unidos en su época dorada: cine, preferentemente, pero también novela negra, cómics y jazz.

Aún recuerdo cuando una mañana lo encontré en la Diagonal y vi que tenía la catadura idónea para haber sido un gánster perfecto en cualquiera de las películas que aparecían en su Diccionario del cine negro. Se lo dije y fue tal la satisfacción que sintió al oírlo que le convertí, meses después, en el redomado bellaco de una de mis novelas, lo que no solo le hizo feliz, sino ir de bar en bar alardeando de sus fechorías.

La mítica sala Jamboree, de la Plaza Real, le debe su nombre. Y algunas de sus ideas como creativo freelance para agencias de publicidad son legendarias. Por encargo de Víctor Sagi acuñó el afortunado eslogan El Barça es más que un club. O el del insecticida El Cid: Transforma al ama de casa en amazona. Sus amigos aún recuerdan cuando la censura de Franco se cargó el lema que ideó para el refresco Fruco: Fruco, el hijo de Fruta.

Que todo en él era excesivo se percibía en las intensas tertulias de cine y humo que sostuvo durante un largo tiempo con Juan Marsé y Joan de Sagarra, en el bar —con pianista— del Majestic. Por aquellos días, Marsé llegó a escribir del descomunal Coma: "Tiene que haber algo que este chico no sepa. Se ha visto todos los wésterns y todo el cine negro y de aventuras, todos los melodramas y todas las comedias clásicas, se ha leído toda la narrativa que ha nutrido el cine norteamericano, sabe de jazz y tebeos más que nadie, pero ¡por todos los diablos!".

Era siempre el que disparaba al pianista. Una tarde, en el Ritz, descubrí que se sabía de memoria hasta los índices onomásticos de algunos de sus libros, pues, al preguntarle si en su diccionario sobre las listas negras del Hollywood de McCarthy aparecían los nombres de los imputados que terminaron suicidándose, los nombró de carrerilla, como si compusieran un equipo de fútbol: Bromberg, Sage, Adamic, Loeb, Hollenbeck... "Y hasta hubo un suicida que antes fue asesino. Howard Rushmore, que se mató el 3 de enero de 1958", añadió, sin advertir que me estaba dejando —todavía lo estoy— literalmente pasmado.

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