De chaperos y autores
Las tres películas del día de la competición, y otra más en las Galas Especiales, ahondan en las dudas de los escritores y en los vericuetos de su labor
Uno se imagina a los programadores de los festivales preparando sus puzzles de proyecciones, cotejando qué estrella puede llegar al certamen qué día, y descubriendo de repente que pueden, por ejemplo, unificar en su temática una jornada de su concurso oficial. En Berlín a alguien se le ocurrió que ayer era el sábado de la literatura, y eso es lo que se vio en las pantallas.
Es cierto que la Berlinale cuida el trasvase literatura-cine. Todos los años escogen doce obras literarias con posibilidades de devenir en producto audiovisual y durante un día, en esta 68ª edición eso ocurrirá mañana, productores, agentes literarios y creadores conversan sobre ellos... y negocian. En esta edición la docena de libros -solo hay uno redactado en castellano, Más allá del invierno, de Isabel Allende, ha sido seleccionada de entre 150 novelas de 30 países. Y el viernes otorgó su mejor hora, a la proyección en el certamen de La librería, de Isabel Coixet. Pero ayer elevaron la apuesta literaria con tres películas muy diferentes de sendos cineastas europeos.
El primero en desfilar ante la prensa fue el veterano realizador francés Benoît Jacquot, que casi logra que su adorada Isabelle Huppert caiga en el ridículo en Eva. La trama se las trae: un chapero (Gaspar Ulliel) roba una obra de teatro a un viejo escritor que fallece en su presencia, y así se convierte en el dramaturgo de moda. Ahora bien, llegan las presiones para que repita su éxito, y solo le llega su inspiración cuando en su camino se cruza una prostituta de lujo (Huppert). La trama recuerda en demasía al inicio de la también francesa Un hombre perfecto, que protagonizaba un actor muy parecido a Ulliel (Pierre Niney). Jacquot hace que sus personajes realicen acciones contradictorias a sus respectivos caracteres y ordena las secuencias como si fuera cemento arrojado contra una pared: a pegotes.
En las Galas Especiales, Rupert Everett da el salto a la dirección con un guion suyo que él mismo protagoniza, The Happy Prince, sobre el último año de la vida de Óscar Wilde. El actor ha estado una década con el proyecto, ha embarcado en él a sus amigos actores, y el resultado no va más allá de un telefilme con ínfulas.
Mucho mejor resulta Dovlátov, que ilustra la vida del escritor ruso Serguéi Dovlátov, que disfruta ahora en España de un resurgir gracias a su humor lacerante. En concreto, la película se centra en siete días de noviembre de 1971, en los que el literato se plantea en Leningrado qué hacer con su existencia, mientras deambula con amigos artistas que también sufren en su obra las iras de la censura soviética. Los diálogos delirantes ilustran perfectamente unas vidas convertidas en sinsentidos por mor de la maquinaria de Brézhnev: lo peor que les podía pasar es que tuvieran talento, y a Dovlátov le sobraba ironía y facilidad en la escritura. Finalmente, se exilió en 1978 en Estados Unidos, donde siempre sintió un autor en tierra extraña.
En cuanto al héroe local, el director Christian Petzold, con Transit no abandona su género más apreciado: el drama versión melodrama. La historia que escucha el espectador transcurre en la Francia de 1940, cuando las tropas alemanas están a punto de conquistar París, y los franceses que luchan contra los nazis huyen a Marsella. Uno de ellos ayuda en su escapada a un escritor moribundo, y tras fallecer suplanta su personalidad (y se lleva su último manuscrito). La apuesta de Petzold estriba en que efectivamente personajes y situaciones se atienen a 1940, pero la acción se desarrolla en 2018, para que los ecos de los refugiados de mediados del siglo XX encuentren un rápido paralelismo para el público en los refugiados del siglo XXI. Y sí, el esqueje de melodrama de los años 40 en el árbol del 2018 prospera.
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