De rapero mestizo a estrella literaria
Gaël Faye, hijo de francés y ruandesa, publica ‘Pequeño país’, relato inspirado en una infancia marcada por la guerra y el exilio, que vendió 700.000 ejemplares en Francia
El debut literario de Gaël Faye (Buyumbura, 1982) habla de un chico africano sometido a las desdichas que azotan al continente donde le ha tocado crecer. Jura que no es su historia, aunque se le parezca sospechosamente. Igual que su protagonista, Faye huyó de la guerra en su Burundi natal. Después escapó al genocidio que sacudía a la Ruanda donde nació su madre, de etnia tutsi. Logró exiliarse en la Europa de sus ancestros gracias al pasaporte francés que le legó su padre. Y, por último, cargó con un poderoso sentimiento de culpa durante el resto de su vida: ¿por qué él pudo subirse al avión que le salvó de la muerte, pero no el resto de sus amigos y familiares?
Son cuestiones que brotan silenciosamente entre las líneas de Pequeño país (Salamandra), que llega a las librerías españolas tras haberse convertido en fenómeno editorial en Francia. La historia de Gabriel, indisimulado alter ego del autor, logró vender 700.000 ejemplares, fue finalista a los grandes premios literarios y ya ha sido traducida a una treintena de idiomas. ¿Cómo logra explicar un éxito tan rotundo este autor desconocido, que solo aspiraba a conquistar, según confiesa, a “una minoría de lectores con un tropismo africano”? “La mirada de un niño que crece entre dos mundos, que es africano sin serlo totalmente, ha permitido que muchos lectores accedan a esos hechos sin recordar exactamente lo que sucedió”, responde Faye, joven de verbo suave y mirada triste, en el comedor de su piso en París.
Otra posible respuesta pasaría por citar su talento narrativo, la contención que desprende un libro alérgico al pathos barato y el poderío del testimonio histórico que contiene. Sin olvidarse de una pequeña dosis de mala conciencia en cada lector, que puede que, en su día, presenciase los hechos que describe este libro como si no fueran con él. “Sí, es posible”, concede Faye. “Es ese discurso tan europeo de creer que esa fue una historia de africanos, de pueblos acostumbrados a matarse los unos a los otros”. Su libro transcurre, voluntariamente, en una África totalmente banal, en un barrio residencial de clase media, “alejado del continente espectacular y lleno de exotismo que describen otros libros”, como dice Faye. En realidad, su primer borrador ni siquiera mencionaba la guerra y el genocidio. “Cambié de opinión porque, mientras escribía el libro, tuvo lugar el atentado de Charlie Hebdo”, afirma.
Antes de convertirse en libro, Pequeño país fue una canción. Faye se dio a conocer en 2013 con Pili-pili sur un croissant au beurre (o Pimiento africano sobre cruasán de mantequilla), un álbum de hip hop empapado de la traumática experiencia del exilio. “Una hoja y un bolígrafo calman mis delirios insomnes / Lejos de mi pequeño país en el África de los grandes lagos”, decían sus versos. “Si mi novela no ha sido una terapia, es porque esa función ya la cumplieron mis canciones, que sí eran plenamente autobiográficas”, asegura Faye. A la vez, recuerda que llegó un día en que la música dejó de ser suficiente. “Me di cuenta de que no me bastaba escribir temas de tres minutos. No me permitían entrar en detalles de manera precisa”.
Fue entonces cuando apareció Catherine Nabokov. Esta editora independiente buscaba nuevos talentos cuando escuchó sus letras saliendo a todo volumen de la habitación de su hijo. Se dieron cita. Ella le incitó a escribir. Él se resistió a ello durante meses. “Tenía un gran sentido de la narración. Me pareció alguien fuera de lo común y con un enorme potencial. Pero, como la mayoría de raperos, tenía una relación acomplejada con la literatura, muy erróneamente”, relata Nabokov. Faye apunta que son prejuicios en los que uno termina por creer, aunque puede que la esperanza de vida del estereotipo se haya reducido gracias a Pequeño país. No es un secreto que las grandes editoriales parisinas corren detrás de nuevos autores hip hop tras el éxito fenomenal de este pequeño libro.
Faye pasa una parte del año en París. La otra parte transcurre en Kigali, la capital ruandesa. La mudanza formaba parte de su plan para reconciliarse con una identidad que, durante tiempo, desdeñó por excesivamente desdibujada. “Mi mestizaje fue un motivo de desarraigo durante mucho tiempo. Ahora intento convertirlo en una riqueza”, afirma. “Durante toda mi vida, la gente no ha sabido como interpretarme. No se entiende mi hibridez. No soy blanco, pero tampoco negro. He vivido en las calles polvorientas de Burundi y en las avenidas aristócratas de Versalles. Hago rap, pero estudié económicas y trabajé en un fondo de inversiones de la City de Londres”. Otra ilustre mestiza como Zadie Smith asegura que, creativamente, ese es el lugar más provechoso donde un escritor pueda encontrarse, ya que le confiere un punto de observación privilegiado. “Sí, tiene razón. Es algo que te permite ser actor y, a la vez, testigo”, asiente Faye.
Su compañera, con la que nos cruzaremos fugazmente al salir del edificio, es hija de Dafroza y Alain Gauthier, los llamados Klarsfeld de Ruanda, que persiguen a los verdugos del genocidio como el matrimonio de franceses cazaron a criminales de guerra tras el Holocausto. Para Faye, sin esa voluntad de justicia, la reconciliación no sirve de nada. “Durante mucho tiempo, mis relaciones amorosas fueron muy complicadas. Fue una suerte conocer a alguien con quien comparto una misma visión”, confesará el autor, poco antes de despedirse. “Espero que nuestros hijos, mestizos de mestizos, sufran menos que nosotros”.
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Autor: Gaël Faye.
Editorial: Salamandra (2018).
Formato: tapa blanda (224 páginas)
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