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Crítica | 120 pulsaciones por minuto
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡A las barricadas!

Implacable, rigurosa, respetuosa, crítica, palpable y verdadera, la película abarca todos los ámbitos

Javier Ocaña

La historia de la humanidad, centrada habitualmente en las grandes guerras, en los conflictos masivos, también está constituida por el estudio de los procesos sociales, de las pequeñas grandes revoluciones, transformadoras del presente y del futuro de los seres humanos y de sus sociedades. Esos gestos alejados de los estadistas, y agitadores del poder establecido, que acaban conformando verdaderas mutaciones y que, vistos en perspectiva, en su contexto y con un análisis objetivo de sus certezas y de sus complejidades, quedan articulados como materia de conocimiento.

120 PULSACIONES POR MINUTO

Dirección: Robin Campillo.

Intérpretes: Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois, Adèle Haenel, Antoine Reinartz.

Género: drama. Francia, 2017.

Duración: 144 minutos.

Resulta sorprendente que en una misma semana se estrenen dos películas radicalmente opuestas en sus modos cinematográficos, aunque ambas formidables, y que puedan verse como objeto del saber, como gestos sociales individuales o de grupo relativamente pequeño, no demasiado lejanos en el tiempo, que es necesario analizar y conocer: la estadounidense Los archivos del Pentágono, sobre la libertad de prensa, y la francesa 120 pulsaciones por minuto, sobre la lucha de la comunidad homosexual por evitar un desastre humano por la enfermedad del sida.

Centrándonos ya en 120 pulsaciones por minuto, su director y guionista, el interesantísimo Robin Campillo, articula su película alrededor del movimiento Act-up París, con sus reivindicaciones sociales y médicas ante la pasividad de los poderes políticos, farmacéuticos y religiosos, en el cambio entre la década de los 80 y la de los 90. Implacable, rigurosa, respetuosa, crítica, palpable y verdadera, la película abarca todos los ámbitos. El activismo social, la crítica a las grandes empresas médicas y al gobierno de Mitterrand, con sus briosas reuniones, narradas casi en modo documental, a la manera de lo que hizo Laurent Cantet en La clase (2008), coescrita no por casualidad por el propio Campillo. El retrato personal, individualizado; el amor, el deseo, la existencia en común, la emoción de vivir. El comportamiento sexual, esencial en este caso, explícito, sin cortapisas pero sin gratuidades, enérgico, a veces elegante, a veces abrupto, incluso con una mirada clave de uno de los protagonistas hacia la cámara, interpelando al espectador sobre su conducta. La vida familiar, con dos madres tan distintas, pero tan madres ambas, cada una en su estilo. El divertimento, las risas, el jolgorio, la amistad, la aventura. El dolor de la enfermedad, su inclemente avance, la tortura física, el rechazo social. Y, por supuesto, la muerte, con toda su crudeza.

Y todo ello con una mirada auténticamente personal, pero mostrando todas las aristas del problema, las desavenencias entre el grupo, sus excesos, los distintos modos de actuación, como en toda revolución. Y eludiendo las formas únicas del cinéma vérité, para abrazar también los detalles de estilo, los ralentís, los parones de sonido, el onirismo de un Sena ensangrentado, los interludios con música electrónica a todo trapo.

120 pulsaciones por minuto es una obra histórica, política y social. Pero no es solo un tratado. Es, al fin y al cabo, y fundamentalmente, una película. Una enorme película.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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