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Cuentos perversos de la Transición

La Filmoteca programa dos rarezas del cine lúdico-comprometido, ‘Caperucita y roja’, de Revenga y Goiricelaya, y ‘Alicia en la España de las maravillas’, de Feliu

Cuando se vive en una dictadura tan poco ventilada como la caverna de un ogro, la democracia puede adquirir el brillo seductor de un cuento de hadas. Hasta que una comunidad acaba descubriendo el desencanto o, lo que es lo mismo, la experiencia de abrir el tesoro escondido en el final feliz de ese cuento de hadas y encontrar en su interior un espejismo. O la entrada a otra caverna del ogro, quizá más limpia y mejor acondicionada, pero con parecidas funciones. Cuentos verdes y rojos es el título de la sesión programada dentro de Sala B en Filmoteca Española para el próximo miércoles 27 de diciembre y en ella se rescatan dos valientes películas, realizadas en el justo momento en que el franquismo daba paso a la democracia. En ellas, el imaginario de los cuentos infantiles se pone al servicio de la sátira política y la reflexión desencantada: Alicia en la España de las maravillas (1979) de Jordi Feliu y Caperucita y roja (1977) de Luis Revenga y Aitor Gorocelaya. La sesión contará con la presencia de Revenga, un director de la Escuela de Argüelles a la que pertenecieron Emilio Martínez Lázaro y Antonio Drove, pero que debe su aprendizaje a sus años como guionista y ayudante de dirección de Jesús Franco, junto a quien escribió el díptico pop formado por El caso de las dos bellezas y Bésame, monstruo (1969).

"Yo solo tuve que soportar veinte años de franquismo", recuerda la actriz y directora Mireia Ros, protagonista de Alicia en la España de las maravillas, "pero recuerdo perfectamente la represión y el miedo a hablar de aquellos años, en los que, entre otras cosas, Salvador Puig Antich fue asesinado. Tuve la suerte de pasar un año en Londres y en 1974 regresé a Barcelona, después de haber vivido allí otra vida posible muy diferente al ahogo que volví a experimentar aquí. En el curso de ese viaje supe lo que era la libertad de expresión". Una Mireia Ros vestida únicamente con zapatos de charol, calcetines blancos y un lacito rojigualdo coronando su cabeza, pero con la boca y los pechos tachados por los característicos rectángulos negros de una imagen censurada, preside el cartel de esta heterodoxa película, clasificada S, que fue programada en la Quincena de Realizadores de Cannes en la misma edición en que cineastas como Ventura Pons, Bigas Luna y Ricardo Franco viajaron al certamen como representantes del espíritu iconoclasta del cine español de esos tiempos de cambio. "El cartel que llevamos a Cannes era mucho más potente, porque en él aparecía yo completamente atada con una cinta de la bandera española", recuerda Ros.

Lejos de utilizar el referente de la obra de Carroll como mero barniz iconográfico, la película de Feliu ahonda en las sutilezas del original, abordando, por ejemplo, las estrategias de perversión del lenguaje en el seno de un estado totalitario. Un séptimo de caballería enanizado, una conejita de Playboy negra asumiendo las funciones del Conejo Blanco, torturas en los recovecos de una plaza de toros y ángeles vampíricos conviven en este trabajo de cuidadosa factura y feroz humor que invoca a algunos intelectuales de la época -Avel.lí Artís Gener, Teresa Pàmies, Josep Maria Castellet, Francisco Candel, Maria Aurèlia Capmany- no solo para diseccionar la estructura profunda del franquismo, sino también para lanzar incómodos interrogantes sobre el porvenir de una democracia tutelada por la tecnocracia americana: "¿Dónde está la democracia?", pregunta un mago en una escena que hoy puede sonar incluso (im)pertinente. "Es brutal que cuarenta años después de la dictadura estemos asistiendo a unas mecánicas represivas que se asemejan tanto a las de aquellos tiempos, a pesar de que todo esto suceda en el marco de una situación diferencial muy perversa, porque, en efecto, en democracia estas situaciones no tendrían que repetirse. Aquí la democracia se vio como la posibilidad de pasar página, pero, como bien dijo Marcos Ana, antes de pasar página, primero habrá que leerla", valora Ros.

En la película, el personaje de Alicia está interpretado por cuatro actrices distintas: Silvia Aguilar, Montserrat Móstoles y Concha Bardem comparten el papel con Mireia Ros en lo que hoy puede leerse como una buena manera de asimilar la realidad proteica e inestable del universo imaginado por Lewis Carroll, aunque todo partió de un percance de rodaje: Mireia Ros abandonó temporalmente el proyecto, en solidaridad con los miembros del equipo despedidos en la segunda fase de su realización. Las propuestas de Feliu, Revenga y Goirocelaya no surgían en el vacío: en 1969, dos trabajos surgidos en la Escuela Oficial de Cine -Margarita y el lobo de Cecilia Bartolomé e Historia de la vida de Blancanieves de Bernardo Fernández- ya exploraron las posibilidades de pervertir los cuentos de hadas con fines políticos.

"Añadir la "y" en el título de Caperucita y roja me costó seis meses de pulso con la censura", recuerda Revenga, que en su película adaptó una obra de café-teatro que le sedujo por sus posibilidades de hablar "de la situación política en España, del poder y, sobre todo, de la pequeñez de los que mandan". Con Patxi Andión, Esperanza Roy una joven Victoria Abril en su reparto, Caperucita y roja es otro ejemplo notable de cine comprometido más afín al poder liberador de lo dionisíaco que a los rigores de la militancia ortodoxa. Pese a la buena recepción crítica obtenida -César Santos Fontenla, José Luis Guarner y Rosa Pereda celebraron su irreverencia-, la película marcó la despedida del cine de ficción de un cineasta hasta entonces consagrado al documental. Aguantar que la censura tumbase hasta en siete ocasiones su proyecto de adaptar La Celestina con una confirmada Anna Magnani al frente del reparto le convenció de que hacer cine en España estaba más cerca del cuento de horror que del cuento de hadas.

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