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Los libros vuelven a las barricadas

El panfleto consolida con la crisis catalana el renacimiento que vivió durante el 15-M. Las nuevas colecciones tienen en cuenta la forma de leer en Internet

Javier Rodríguez Marcos
Fernando Savater, Jordi Amat y Eduardo Mendoza vistos por Sciammarella.
Fernando Savater, Jordi Amat y Eduardo Mendoza vistos por Sciammarella.

Breve, claro, agresivo, masivo y, a ser posible, ingenioso. Podría ser la receta del escrito ideal para las redes sociales, pero lo es del panfleto, un género que vive su particular resurrección desde que la crisis económica sacó la indignación a la calle. En estas semanas, además, la preocupación por la crisis catalana ha producido textos de urgencia como Contra el separatismo (Ariel), de Fernando Savater; La conjura de los irresponsables (Anagrama), de Jordi Amat, o Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral), de Eduardo Mendoza. Solo los dos primeros se autodefinen como panfletos –aunque el segundo sea más una crónica-, pero en la cubierta del libro de Mendoza se lee en mayúsculas: “He escrito estas páginas para cuestionarnos nuestras ideas en lugar de encogernos de hombros ante el prejuicio, la negligencia y la incomprensión”. Cumple así la voluntad de llamar a la acción inherente a todo panfleto, algo más importante que ser un “libelo difamatorio” o un “opúsculo de carácter agresivo”.

Fernando Savater abre Contra el separatismo con esa definición de la RAE pero matiza lo que tiene de peyorativo: “Agresivo no quiere decir insultante ni calumnioso sino que está en pie de guerra. Más que agresivo, la palabra apropiada es beligerante. Una característica fundamental del panfleto es que está dirigido a la acción. No es un texto de estudio y reflexión, quiere que el lector se ponga en marcha”. Savater sabe de qué habla. En 1978, en plena Transición, un jurado compuesto, entre otros, por Juan Benet, Jorge Edwards y Jorge Semprún concedió el Premio Mundo a su Panfleto contra el todo. Tenía 30 años, ahora tiene 70 y no lo ha releído. “¿Cómo voy a releer eso?”, dice entre carcajadas. “No pretendía ser un tratado sino agitar las aguas. Por suerte, caducó”. Nacido de urgencia, la caducidad es otra de las características del panfleto. “Uno que se eterniza y se convierte en un clásico, malo”, apostilla Savater. “Eso quiere decir que no ha cambiado nada de lo que denuncia”. La fugacidad, no obstante, no está reñida con la calidad. El propio filósofo donostiarra es devoto de los libelos de Voltaire. El fondo de sus críticas a la Iglesia está superado, pero la forma de esas críticas sigue siendo un alarde de literatura. Y de malicia: “Otra cualidad del texto de combate: no puede ser aburrido. Irritará o hará reír, pero panfleto soso es una contradicción”.

“El panfleto es a la política lo que la autoayuda a la psicología”, afirma Iván de la Nuez. "Bien visto", le responde Fernando Savater

Cuando se le pregunta por un clásico, Savater cita, antes que a Voltaire, el Manifiesto comunista publicado en 1848, uno de los escritos más influyentes de la historia moderna. En 2012, una versión del opúsculo de Marx y Engels ilustrada por Fernando Vicente para Nórdica se convirtió en un éxito durante la feria del libro de Madrid. La crisis económica daba vida a las viejas fórmulas. Un año después de aquel renacimiento, Iván de la Nuez, ensayista cubano afincado en Barcelona, publicaba un ensayo de título irónico: El comunista manifiesto (Galaxia Gutenberg). En él citaba textos pegados a un presente en derribo como La economía de no existe (Lince, 2009), de Antonio Baños, o Fin de ciclo (Traficantes de sueños, 2010), de Isidro López y Emmanuel Rodríguez, antes de detenerse en el gran hito de la última década: ¡Indignaos! (Destino, 2011). Escrito por el nonagenario Stéphane Hessel, su título bautizó a los protagonistas las protestas que meses después acamparían en la Puerta del Sol. Según Iván de la Nuez, el género reverdeció porque ofrece al lector “una confirmación” y no “una perplejidad”, más que “responder” a las dudas, como el ensayo, trata de “disiparlas”. Su diagnóstico es radical: “El panfleto es a la política lo que la autoayuda a la psicología”.

Fernando Savater escucha la frase y, lejos de considerarla una crítica, la convierte en un elogio: “Está bien visto. La autoayuda, en efecto, trata de poner en práctica las cosas que ha descubierto la psicología, que, como todas las ciencias, es estática en sí misma: descubre cosas y no dice ni que están bien o mal. La autoayuda ya es una toma de posición. Como el panfleto. Ahora bien, si todo lo que tuviéramos fuesen panfletos no podríamos estudiar el mundo”. Como el propio Savater, hay quien pasa de la biblioteca a la trinchera según las circunstancias. Si entre los clásicos es famoso el caso del templado Baruch Spinoza, que dos años después de redactar su Tratado teológico-político volcó en el libelo El colmo de la barbarie toda su rabia por el linchamiento en La Haya de su amigo Johan de Witt, entre los autores vivos 2018 nos traerá Mujeres y poder (Crítica), un “manifiesto” de 100 páginas firmado por Mary Beard, catedrática de latín en Cambridge y reciente premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Ese camino doble es el que han transitado también politólogos como Ignació Sánchez-Cuenca (La desfachatez intelectual), críticos musicales como Víctor Lenore (Indies, hipsters y gafapastas) o ensayistas como David Rieff (en Contra la memoria) o Jordi Gracia (en El intelectual melancólico). Para Iván de la Nuez “el verdadero damnificado del apogeo del panfleto no ha sido el capitalismo sino el ensayo”. Un texto “armado con interrogantes”, afirma, tiene todas las de perder ante uno “parapetado entre signos de admiración”: ¡Uníos! ¡Indignaos! ¡Yo acuso! “Las certezas venden más que las dudas; regla básica del panfleto y también, por cierto, del mercado contemporáneo”.

Cuando un tuit tiene 100 páginas

Si panfleto soso es una contradicción, también lo es panfleto minoritario. Silvia Sesé, directora de Anagrama, se sonríe cuando oye la palabra "masivo" referida a los libros con los que acaba de echar a andar la colección Nuevos Cuadernos, heredera de otra similar nacida en 1969 dentro del sello fundado por Jorge Herralde: tras publicar 165 títulos, cerró en 1982. Pasada la Transición, la narrativa había colonizado el gusto de los lectores. La nueva versión de aquellos Cuadernos -que acogieron opúsculos de Chomsky, Foucault, Rosssana Rossanda o Rubert de Ventós- acoge desde este otoño los firmados por Claudio Magris, Rafael Chirbes, Emmanuel Carrère, Marina Garcés y el citado de Jordi Amat sobre el procés. La tirada es de 4.000 ejemplares, de ahí la sonrisa de Sesé, consciente del carácter efímero de los textos de urgencia.

Si el panfleto florece con la revuelta, se marchita con la estabilidad. En 2001, en tiempos del "España va bien", Debate lanzó como director de la editorial Debate una colección de "panfletos de pensamiento radical": Contratiempos. Filósofos como Raoul Vaneigem (sobre la enseñanza) o Jorge Riechmann (sobre la ecología) inauguraron una serie que, inicialmente, debían tener una tirada de 5.000 ejemplares. El departamento comercial la rebajó a 2.500. La media de ventas estuvo en torno a 1.500. "Nació con vocación de intervenir. No lo logró. Se editaron cuatro o cinco títulos más con idéntico resultado y decidí dejar de publicarlos", explica Constantino Bértolo entonces director de Debate, "aunque conseguí que Tierra de nadie pudiera seguir utilizando el formato y el nombre". Allí se publicaron títulos como La voz común: una poética para reocupar la vida, de Antonio Orihuela, o La guerra literaria (literatura y falsa izquierda), de José Antonio Fortes. Y adiós. Recuperado por La vorágine en su colección Textos (in)surgentes, el primero ya va por la segunda edición. Las cosas de los tiempos revueltos.

Lejos de especializarse en la intervención volátil, los Nuevos Cuadernos Anagrama quieren moverse "entre la discusión y la reflexión", explica Silvia Sesé, que ha encargado un libro sobre perversiones a Luisgé Martín y cita dos obras ajenas para ilustrar sus argumentos: El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, y Biografía del silencio, de Pablo D'Ors, dos long sellers del catálogo de Siruela aparecidos en la misma colección que Contra el fanatismo, de Amos Oz, o Leer contra la nada, de Antonio Basanta. Tanto esa Serie Menor como los Cuadernos del Acantilado o los de Anagrama reflejan una manera de leer mediatizada por Internet pese a que la última de estas colecciones no tiene versión digital. "Por un lado está la brevedad, la costumbre de leer un texto de una sentada", dice Sesé. "Por otro, algo tan de estos tiempos como no dar una conversación por cerrada; un libro puede ser una incitación a la conversación, a la polémica".

Fernando Savater tiene su propios diagnóstico: si el panfleto es el género de estos tiempos es, en parte, porque vivimos tiempos panfletarios: “Puede haber circunstancias que lo favorezcan. Lo de Cataluña, por ejemplo, ha ido tan rápido que se prestaba a publicar algo con urgencia, pero la verdad es que estamos malacostumbrándonos a lo panfletario. A veces las redes no llegan ni a panfletarias porque el panfleto requiere una cierta inteligencia, argumentos; no vale el mero insulto. Todo es tan atropellado que se está formando una visión demasiado subjetiva. El análisis objetivo de los problemas se está sustituyendo por el análisis psiquiátrico”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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