Rodin revive en el centenario de su muerte
Grandes exposiciones en París, Nueva York, San Francisco, Chicago, Berlín o Barcelona pasan revista a los grandes hallazgos formales del escultor
El invierno de 1917 fue de los peores que se recuerdan. El frío rozaba lo insoportable. En lo más crudo de la Primera Guerra Mundial, el carbón y la leña no abundaban. En Meudon, pueblo pegado a la frontera oeste de París, una pareja de ancianos fallecía a pocos meses de intervalo. La primera en caer fue Rose Beuret, la sufrida esposa del mayor escultor de su tiempo. Nueve meses después, un 17 de noviembre de 1917, Auguste Rodin también sucumbía. El artista francés llevaba meses agonizando en el palacete dieciochesco en el que llevaba diez años retirado, reconvertido hoy en el segundo museo dedicado a su memoria en Francia, tras el que existe en el centro de París.
Sobre un montículo y a dos metros bajo tierra, el féretro de Rodin reposa hoy en el vasto jardín de esta propiedad de tres hectáreas, bajo una reproducción de El pensador con vistas sobre París. En los dos edificios contiguos se pueden descubrir los yesos que Rodin acumuló en los años previos a su muerte. Decenas de visitantes, entre los que había políticos, historiadores del arte, fanáticos de su obra y lugareños anónimos, se han concentrado este viernes frente a su tumba para conmemorar este primer siglo sin Rodin. Todos han parecido coincidir en que su relevancia nunca ha sido mayor. Ya sea a favor o en contra, todo escultor contemporáneo debe decidir cómo quiere posicionarse respecto a su obra cuando se pone a crear.
La ceremonia ha supuesto el final de las celebraciones del centenario en Francia, marcado por numerosas exposiciones que, a lo largo de todo el año, han aportado nuevos ángulos de lectura respecto a su obra. La mayor de todas ellas tuvo lugar hasta el verano en el Grand Palais de París. Cruce de monográfica y ejercicio comparativo, la muestra pasaba revista a sus hallazgos formales y reflejaba su influencia en los artistas de generaciones posteriores, desde Picasso, Giacometti, Brancusi o Henry Moore hasta nombres más recientes como Tracey Emin, Annette Messager, Rachel Whiteread o Thomas Houseago. En la entrada, la escultura original de El pensador competía con un doble de madera que firmó Georg Baselitz en 2009. Algo más allá, semidesconocidas obras de Willem de Kooning parecían la extensión lógica del proceso de deformación del cuerpo humano que inició Rodin. Una cita del británico Antony Gormley daba fe de su poder en la escultura contemporánea: “Rodin sigue siendo un árbol monumental de sombra muy alargada. Es difícil encontrar un fragmento del mundo que no esté conectado con ese árbol o con su sombra”.
En el resto del planeta, las exposiciones también abundan. El Museo de Brooklyn ha inaugurado este viernes una muestra sobre su trabajo en bronce, mientras que otra exposición en la Alte Nationalgalerie de Berlín revisa su relación con Rilke y Hofmannsthal. En la Legión de Honor de San Francisco, propietaria de otra de las reproducciones de El pensador, acaba de arrancar una muestra que compara su obra con la de Klimt, mientras que el Instituto de Arte de Chicago se centra, en otra monográfica, en las calidades de Rodin como narrador. Filadelfia también cuenta con su propio museo dedicado a Rodin, propietario del mayor conjunto de obras del escultor fuera de Francia. En la vecina Barnes Foundation, se ha inaugurado este viernes Kiefer/Rodin, que recoge las obras del primero inspiradas en el universo del escultor francés. Mientras tanto, en Barcelona, la Fundación Mapfre expone 170 obras que reflejan el tormentoso proceso de creación de La puerta del Infierno, encargo del Estado francés que terminaría siendo anulado.
En su conjunto, los actos del centenario recuerdan que Rodin fue responsable de una verdadera revolución expresionista, alejando la escultura del academicismo descriptivo del siglo XIX para acercarla a una expresión más subjetiva de una realidad voluntariamente alterada. Desde su primera obra conocida, El hombre de la nariz rota, que realizó a los 24 años, Rodin se enfrentó a las críticas por los exagerados y poco realistas rasgos de su modelo, un humilde obrero parisino. También fueron contestadas sus estatuas dedicadas a Victor Hugo, que reprochó a Rodin haberle retratado “con ojos de asiático”, y a Balzac, comparada en su época con “un muñeco de nieve”. El escritor francés aparecía convertido en volumen amorfo y casi abstracto, envuelto en un albornoz y con los rasgos desdibujados. A la vez, su obsesión por el realismo de los pliegues y los surcos del cuerpo era enfermiza. De hecho, Rodin sería acusado de utilizar moldes a partir de modelos humanos. Un siglo después de su muerte, el escándalo se ha convertido en virtuosismo.
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