Del templo a la sala de cine con ‘Tal vez mañana’
El drama familiar de un exconvicto sirve de escenario para predicar en Ecuador sobre valores humanos y milagros existenciales
En Tal vez mañana hay un héroe, un villano, un policía y también un protagonista subliminal. La Biblia aparece en los fotogramas del director y guionista, Dwight Gregorich, más veces que algunos personajes secundarios y casi al mismo nivel que los protagonistas. Todo está premeditado para que el drama familiar de un exconvicto que no encuentra trabajo y quiere apartarse del mal camino sea tan solo una buena excusa para difundir el mensaje de Dios. Y hay que hacer que llegue al espectador a través de Jacobo Muñoz, un joven padre sin suerte.
Gregorich, cubano residente en Ecuador, propone una historia de fe que está en las salas de cine comercial desde el 20 de octubre. Su ópera prima combina valores humanos deseables como la honradez, el sacrificio y el cuidado de los seres queridos con la desesperación y el orgullo del protagonista. “Es una historia de la búsqueda de un mañana mejor, pero también quería demostrar si que actúas mal, después hay consecuencias”, explica el director, tras cifrar en 55.000 dólares el limitado presupuesto del proyecto. La radio cristiana HCJB en la que estudió al llegar a Ecuador en 1998 puso 20.000 dólares iniciales y después llegaron patrocinios de pequeñas empresas y los equipos audiovisuales prestados. Todo se rodó en Quito en 43 días entre enero y febrero.
“Lo que hace que sea una película religiosa es la interacción de los personajes y cómo afrontan sus problemas, pero las dificultades que enfrentan son universales”, cuenta Gregorich, dejando claro que no se quiere encasillar en el género cristiano aunque no dejará de transmitir valores en sus próximos proyectos.
En Tal vez mañana, el protagonista sucumbe ante el dilema de la supervivencia económica de la familia y paga duras consecuencias. La ternura y sonrisas de bienvenida que recibe de su esposa y de su hijo nada más salir de prisión rápidamente se convierten súbitamente en agobios en forma de facturas de luz e hipoteca. Jacobo no consigue trabajo y Jade tampoco. Comienzan las discusiones. Y nadie quiere ayudarles, salvo el pastor de su iglesia que lleva comida a la familia y presiona a los feligreses para que le den trabajo al ex ladrón de carros.
¿Pero es realmente Jacobo un ex delincuente? Cuando todo falla, pasan los meses, el hambre ruge en el estómago, el niño es expulsado del colegio por pelearse y por no haber pagado tres mensualidades, cuando el banco rechaza refinanciar por tercera vez las deudas de la casa y aún Jacobo sigue sin contrato, el joven toma la decisión equivocada.
Un mafioso de manual, con patillas largas, aretes en las orejas, gafas de sol de aviador y un palillo de dientes que baila en su boca mientras habla, le convence para recuperar medio millón de dólares que está escondido en una propiedad fruto de un robo años atrás. Su vuelta a las fechorías acaba con todo.
La policía interviene, ataviada con la clásica chaqueta de cuero, pistola en mano y una biblia salvavidas de bolsillo estratégicamente colocada la altura del pecho para interceptar una bala. El joven que buscaba la redención vuelve a la cárcel. No hay más esperanza para un reincidente que huye. Salvo si en realidad era un hombre bueno. Para Jacobo, los milagros existen. Nadie sabecómo, pero el policía al que perdona la vida en el último momento consigue que le traten bien y cumpla una condena corta. A la salida, aguarda el final feliz: el padre se funde en un abrazo con su familia mientras el policía les mira con una sonrisa. Y ahora, a buscar trabajo otra vez con la lección del camino fácil aprendida.
Babelia
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