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Muere a los 90 años el filósofo Salvador Pániker

Fundador de la editorial Kairós, presidió la Asociación Derecho a Morir Dignamente

Salvador Pániker, entrevistado en su casa de Barcelona en 2013.
Salvador Pániker, entrevistado en su casa de Barcelona en 2013.Gianluca Battista

Salvador Pániker Alemany (Barcelona, 1927-2017) ha dejado este mundo con un montón de dudas sobre si hay otro. Posiblemente ése era su aspecto más interesante e inquietante: la perpetua duda sobre todo. Incluso sobre las certezas acumuladas a lo largo de la vida. Hablar con él era un paseo por la incertidumbre y, a la vez, por una más que notable alegría de vivir. De haber vivido. Hizo casi todo lo que quiso. Incluso quejarse de lo que no hacía.

La vida de Pániker está marcada por su familia. Hijo de padre indio afincado en Barcelona, y de madre barcelonesa, creció en un ambiente claramente burgués que ha narrado en sus varios libros de memorias. Estudió ingeniería y acabó haciéndose cargo durante un periodo muy breve de la empresa familiar porque su hermano, Raimundo Panikkar (cada uno eligió la transcripción del apellido paterno que creyó adecuada) desertó de los negocios mundanos para hacerse sacerdote, miembro del Opus Dei, expulsado de la orden y, finalmente, místico a su manera.

La libertad económica que le dio la herencia familiar le permitió hacer lo que le dio la gana. Por ejemplo, dedicarse la política (fue diputado por la UCD en 1977 y dimitió a los cuatro días por puro aburrimiento). Fundó una editorial, Kairós, que sigue viva en manos de su hijo Agustín. Hijo también de la mujer que más tiempo estuvo junto a Salvador y, probablemente, la que más le influyó: Núria Pompeya.

En la segunda mitad de los sesenta y principios de los setenta, Salvador Pániker fue un referente constante de la vitalidad cultural extramuros del franquismo. Su editorial editó libros tan sorprendentes como el Manifiesto subnormal, de Manuel Vázquez Montalbán; Las Rumbas, de Joan de Sagarra, o El sadismo de nuestra infancia, de Terenci Moix. Pero pronto optó por una vía que trataba de unir lo que quedara de la sabiduría de occidente con la que le llegaba de oriente. La ciencia de un ingeniero de profesión con lo insondable de los pensadores orientales. Curiosamente, todo ello sin la colaboración de su hermano instalado en la India, después de haber sido expulsado del Opus porque, según alguno de sus biógrafos, hacía sombra intelectual a José María Escribá de Balaguer, algo que no era demasiado difícil.

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Fue en esos sesenta cuando publicó dos libros que fueron relativos best-sellers: conversaciones en Cataluña (1966) y Conversaciones en Madrid (1969). Un compendio de charlas con las principales figuras políticas e intelectuales de la época.

Salvador Pániker era también un gran relaciones públicas de sí mismo. Se vendía, pero a decir verdad, estaba convencido de que no timaba a nadie, de que el producto que promocionaba era realmente de calidad. Desde luego, tenía una cultura enciclopedista. No había asunto del que se pudiera hablar con él del que no tuviera cumplida información. Ya fuera de ciencias o de letras. Y de vez en cuando se atrevía con afirmaciones provocadoras. En la última charla que mantuvimos en su casa barcelonesa, desde donde puede verse la gótica silueta del monasterio de Pedralbes, se despachó con calma: “Eso ya lo dijeron los griegos pero, claro, los griegos lo dijeron todo; si no, es que no valía la pena”. Tenía también un notable sentido del humor que le permitía asumir que parte de Barcelona lo reconocía con una expresión atribuida a Juan Marsé: “Pániker en las calles”.

Como Sócrates, fue un gran hablador y, también como Sócrates, no temía la muerte. En sus últimos años batalló por el derecho a una muerte digna. Sin excesivo éxito político, aunque sus ideas sí han cuajado en una población tan distanciada de los usos parlamentarios y, por supuesto, de las consideraciones de la iglesia católica. En una de las últimas conversaciones que mantuvimos me comentó al respecto: “Decía Jacques Monod que la religión es un cerebro biológico. En algún sentido, subsistirá, porque el hombre es una criatura tan desamparada que es comprensible que invente a los dioses. Pero la Iglesia se mantiene, al margen de esto, en una posición integrista para mí incompresible, lo que la hace responsable de que deserte de ella tanta gente”. Recordaba el caso de una amiga suya (fue hombre de múltiples amistades femeninas) que le aseguró que había tenido la mente fuera del cuerpo. “Hay parapsicólogos que se lo toman muy en serio. No lo descarto, aunque sea escéptico. La verdad es que no entendemos casi nada y si profundizamos en la física cuántica, el sentido común se va a paseo. La inteligencia es un órgano para sobrevivir, como los colmillos o los dientes, pero el fondo de la realidad se nos escapa”.

Desde este sábado, Salvador Pániker está en otra realidad. Quizás en uno de esos universos paralelos de los que hablan los físicos. Unos universos con los que, al menos de momento, no hay modo de comunicarse. ¡Es una lástima!

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