La herencia literaria en un disco duro
Los nuevos hábitos de escritura digital dificultan el estudio del proceso de creación y extinguen los epistolarios
Dámaso Alonso legó a la Biblioteca de la Real Academia Española en 1997 su fondo bibliográfico y documental. Miles de libros y centenares de cajas con correspondencia y manuscritos. Años después, en 2011, Joan Margarit donó a la Biblioteca Nacional de España (BNE) 2.000 documentos personales y literarios y, novedad, su ordenador personal. Por primera vez, el legado documental de un escritor incluía bytes además de papel. Fernando Valverde, poeta granadino de 38 años, no ha legado aún, pero su correo y sus poemas salen de un teclado y no de una pluma. Además, su sitio web y su Twitter son su otra ventana de expresión. Por eso, si el modus operandi actual de los literatos es ese, es fácil prever que las cajas de legajos y libros dejarán en unos años de llegar a esas bibliotecas y fundaciones. Un espacio que ocuparán los discos duros.
Los archivos documentales de los escritores son relevantes porque incluyen —incluían— sus manuscritos o textos mecanografiados que permiten conocer las distintas versiones por las que ha pasado una obra hasta su publicación. María José Rucio, jefa del Servicio de Manuscritos e Incunables de la Biblioteca Nacional de España, es responsable de la conservación de los archivos que numerosos escritores donan a la institución. Rucio cuenta que con el uso actual de los procesadores de textos y la administración electrónica de los documentos, “lo que llegará en adelante será una versión muy próxima a la edición impresa por lo que esta posibilidad de revisar el proceso de creación de la obra se empobrece o anula ”.
Y eso no solo ocurre con los jóvenes autores. Margarit, de 78 años, explica que sus poemas nacen en libreta pero crecen ya en el ordenador. No obstante, cada cierto tiempo imprime una versión intermedia para seguir el crecimiento del poema. No es el caso de Fernando Valverde: “Escribo a ordenador y borro una versión con la nueva, así que no se conserva prácticamente nada. Sí anoto previamente en una libreta las ideas iniciales pero, del poema como tal solo queda la última versión”, cuenta Valverde. Y, cómo él, muchos. Por eso, concluye el poeta, “las distintas versiones de una obra tienen gran valor porque permiten seguir los pasos de la creación; en cierta manera, es un mapa de su construcción a través de sus pasos falsos. La pérdida de ese material será una lástima”.
Cartas entre autores
Mayor, si no total, sensación de pérdida hay con la correspondencia. Un clásico en los estudios literarios es el análisis de las cartas entre autores —amigos o enemigos— o entre autores y sus editores. Aquí el cambio es radical. El correo postal personal, en la práctica, está extinguido. Margarit no recuerda cuando escribió su última carta. “Solo uso el correo electrónico. Lo más parecido a una carta postal son esos correos, largos y densos, que la otra persona deja pasar un tiempo antes de contestar de un modo igualmente largo. El resto son correos de asuntos cotidianos, sin relevancia e imposibles de ordenar y clasificar” cuenta. También Valverde: “No podría hacerse un epistolario mío. Porque además ahora no solo ha desaparecido la carta, sino también el género. La correspondencia con los amigos poetas es mucho más urgente, el mail no solo ha sustituido a la carta, la ha anulado sin aportar una comunicación similar. Estoy en contacto cada día en grupos o por Skype con los poetas con los que me cartearía, así que tampoco existe esa producción y quien la tiene es muy impostada, no tiene el valor biográfico que ha tenido hasta hoy”. Certificada la defunción de la carta, certificada la defunción de los epistolarios.
Pero aún hay esperanza de revisar los entresijos literarios y de sus autores. Valverde cree que “están las redes sociales, que van a poder ofrecer un material muy valioso si puede conservarse una biografía completa. Se tratará de una biografía de imágenes y comentarios que ya habría querido yo como investigador de la literatura de muchos de mis autores de cabecera”. Algo similar corrobora Margarit cuando dice que “lo importante está en la página web”. Es decir, el patrimonio literario se pasa a la red. Por eso, explica Javier Álvarez, director de la Biblioteca de Andalucía, “el reto ahora es, sin duda, el archivo de la red (Web archives, en inglés) que nos permitirá guardar todo lo publicado en Internet y sus diferentes versiones”. Algo así como una back up permanente de la web. El papel y pluma ceden el testigo, para siempre, a los bytes.
Razones para legar
En general, llegado un momento en la vida de los escritores, estos deciden que el material o no les cabe en casa o cumple una mejor función en alguna institución que pueda documentarlos, cuidarlos y mostrarlos. Javier Álvarez, director de la Biblioteca de Andalucía, explica los criterios que siguen los autores para legar: “Quieren que se asegure el futuro de los documentos, en su sentido material, que se digitalicen éstos. Además, buscan instituciones relevantes para que la obra tenga visibilidad”. En ocasiones es una petición externa. Joan Margarit cuenta que él no había reflexionado sobre el asunto. Sin embargo, “en un cierto momento, en quince días me llegaron dos peticiones; de una Universidad de
Boston y otra de la BNE”. Y, entre risas, cuenta que “a pesar de ser un poeta independentista y catalán, me decidí por la Biblioteca de Madrid”.
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