Elogio del corta y pega
¿Qué puede aprender la literatura de las artes plásticas?
Este año se cumple un siglo de uno de esos actos que nacieron para no ser envueltos en la purpurina de los centenarios pero que ha terminado convertido en hito. En 1917 Marcel Duchamp firmó como R. Mutt un urinario al que tituló Fuente. En 2004 un grupo de 500 expertos británicos la eligió como la obra de arte más influyente del siglo XX. Octavio Paz, que dedicó un gran libro de divulgación al artista francés –Apariencia desnuda (Alianza)-, diría que otros 500 habrían elegido un cuadro de Picasso, pero el Copérnico del arte contemporáneo fue, sin duda, Duchamp.
El poeta y músico británico Brion Gysin decía que la escritura llevaba 50 años de retraso respecto a la pintura. Tal vez exageraba, pero es cierto que la literatura no ha tenido su Marcel Duchamp. Hay quien invoca los nombres de Ezra Pound y James Joyce, pero tal vez el que más se le acerque sea el Walter Benjamin del Libro de los Pasajes (hay traducciones al castellano en Akal y Abada). Igual que aquel no hizo su urinario, este no escribió la mayor parte de su libro, compuesto de apuntes propios y de citas ajenas: un particular ready made de palabras.
Hay quien dice que la escritura lleva 50 años de retraso respecto a la pintura. Tal vez exageran, pero es cierto que la literatura no ha tenido su Marcel Duchamp
Al collage benjaminiano dedica Kenneth Goldsmith el ensayo ‘¿Por qué la apropiación?’, uno de los capítulos de Escritura no-creativa (Caja Negra), cuyo subtítulo es todo un manifiesto: Gestionando el lenguaje en la era digital. Ahora que se acerca Arco -la feria de arte contemporáneo de Madrid se celebra la semana que viene- no está mal, además, detenerse en el capítulo titulado ‘Procesos infalibles: lo que la escritura puede aprender de las artes plásticas’. Goldsmith utiliza los procedimientos de Sol LeWitt y Andy Warhol para ilustrar su idea de que hay tantos textos circulando por el mundo que es absurdo añadir uno más, mejor recombinar los que ya existen.
Según el autor de Inquieto (La Uña Rota), la literatura tiene mucho que hacer por la vía del corta y pega. Ese es, por ejemplo, el camino que siguió para el cine Christian Marclay cuando proyectó la fascinante The Clock, un filme de 24 horas montado con escenas de películas de otros. El mundo del libro todavía discute si papel o digital, casi nadie discute las viejas maneras de escribir. Cuando se le preguntaba a Gerard Mortier por el carácter conservador del público de la ópera asentía pero matizaba: “Lo importante es que no se vuelva reaccionario”. Tal vez a los lectores les convenga pasarse por Arco. Eso sí, no se fijen en los precios.
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