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¡Híjole¡

El cine del abandono

Tres películas de 2016 anticiparon la convulsión mundial tras la victoria de Trump

Un fotograma de 'Hell or high water'.
Un fotograma de 'Hell or high water'.

El año 2016 quedará como un año convulso, errático e impredecible, según los barómetros a los que estábamos acostumbrados: sondeos, encuestas, expertos y medios fueron incapaces de anticipar los mayores cambios que hemos vivido. Entre algunos de los indicios que anticipaban la situación que vivimos ahora, hay tres películas anglosajonas que actuaron como termómetro social. Describir a Hollywood como una factoría de sueños suena a cursilería recurrente, pero solo si entendemos los sueños en un sentido infantil o aspiracional: Hollywood también es una factoría de sueños febriles y por supuesto, de pesadillas.

Si nos fijamos en tres películas de 2016, Hell or High Water (en español, Comanchería, nominada a cuatro Oscar), Yo, Daniel Blake (ganadora de la Palma de Oro en Cannes y nominada a cinco BAFTA) y American Honey (Dulzura americana, ganadora del Premio del Jurado de Cannes), podemos ver que están unidas por una pesadilla común: el espectro acechante del abandono.

Estos tres filmes están protagonizados por personas que han sido abandonadas por el Estado. Los hermanos de Hell or High Water están siendo perseguidos por un banco depredador que quiere desahuciarles del rancho que su madre les dejó en herencia. Los protagonistas, sin trabajo ni posibilidad de encontrarlo en el pueblo desértico que habitan, no ven otro remedio que asaltar distintas sucursales del mismo banco para pagar la hipoteca.

El director escocés David Mackenzie retrata a la pareja de hermanos como forajidos desesperados, arrinconados por el negocio corrupto de las hipotecas basura y perfectamente ignorados por el Estado. El grado de abandono de los pueblos por los que se mueven es tal, que en una ocasión los Texas Rangers tienen que usar el apoyo de un montón de ciudadanos armados; dispuestos a impartir cualquier justicia montados en sus pick-ups. En Hell or High Water no parece haber esperanza para ningún personaje, ni mayor salida que el crimen o la muerte.

También ambientada en el Medio Oeste y también con directora británica está American Honey. Protagonizada por Sasha Lane (en su primer papel) cuenta la historia de Star, una adolescente de una familia tan fragmentada que ni siquiera podría clasificarse como disfuncional: nunca queda claro qué vínculos le unen a los niños con los que pasea por aparcamientos abandonados al principio de la película, ni si la mujer a la que se los entrega es su madre, la de los niños, o ambas.

En el aparcamiento de un supermercado (uno de los paisajes recurrentes de esta película) conoce a un grupo de gente de su edad que se dedica a vender suscripciones a revistas por distintas ciudades. Como una adaptación contemporánea de los niños perdidos de Peter Pan, la furgoneta en la que viajan está llena de distintos chavales que rozan o ni llegan a la mayoría de edad; todos viviendo en la semiorfandad, de forma nómada y vendiendo revistas como parte de un esquema piramidal para intentar sobrevivir.

El nivel de abandono y decaimiento que describe American Honey es tal que parece que hay una generación de americanos que no ha abandonado sus sueños, sino algo tan básico como el sedentarismo. Este grupo de chicos son más parecidos a los vagabundos itinerantes de la Gran Depresión que a los pioneros del siglo XIX. En los Estados Unidos de American Honey, el Estado una vez más brilla por su ausencia; perfectamente inexistente no solo como distribuidor de riqueza, sino como protector: tanto de bienes materiales como de seguridad y de los derechos más fundamentales. Este grupo de niños no tiene nada ni nadie a quien pedir ayuda.

Finalmente, Yo, Daniel Blake del director irlandés Ken Loach refleja en poco más de noventa minutos las trabas imposibles a las que se enfrenta su protagonista por cobrar la pensión a la que tiene pleno derecho. La película refleja el infierno burocrático al que es sometido, donde el Estado pasa de ser garante de sanidad y protección para convertirse en una imitación del banco de Hell or High Water: en depredador y Daniel Blake en su presa.

Al final de la película, Blake escribe posiblemente uno de los discursos más emocionantes del cine contemporáneo en el que exige sus derechos como ciudadano, “nada más, nada menos”.

Uno asumiría que la extrema derecha de Trump y el resto de políticos afines en Occidente han sabido explotar perfectamente esta pesadilla que se cierne sobre buena parte de la sociedad y, por lo tanto, han conseguido el poder. Pero esa explicación ignoraría otra ausencia: la de alternativa. La extrema derecha occidental no ha construido ningún relato paralelo al del centro político tradicional, sino que tras años de acoso y derribo contra cualquier propuesta de izquierda, se han encontrado el monopolio sobre la idea de cambio. Trump no ganó por sus propuestas, sino por incomparecencia del rival.

Los personajes de estas tres películas se niegan a ser las víctimas de las conspiraciones y paranoias de la nueva derecha. No quieren muros ni reindustrializaciones forzosas, sino un Estado garante de los derechos más básicos; un Estado que como proclama Daniel Blake, no trate a las personas como clientes o usuarios, sino como ciudadanos. Es una lástima que esa idea, por ahora, también se encuentre ausente.

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