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Con él llegó la modernidad

En Eduardo Mendoza está el denominador común de la narración amena y legible, pespunteado por cierto realismo documental

Carles Geli
Eduardo Mendoza, en entrevista en su casa de Barcelona, en 1990.
Eduardo Mendoza, en entrevista en su casa de Barcelona, en 1990.MARCEL.LÍ SÁENZ
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Si algo caracteriza la narrativa de Eduardo Mendoza es su ductilidad literaria, tanto en vertical (por el registro estilístico) como en horizontal (por la diversidad de géneros). Así, es capaz de subir a los palacios de la alta literatura, como demostró en una de sus obras mayores, La ciudad de los prodigios (1986), como de descender a las cabañas de la narrativa humorística y popular, que bien puede reflejar el popularísimo Sin noticias de Gurb (1991, publicado inicialmente por entregas en este mismo diario). Seguramente por eso, Mendoza ha sido considerado el escritor que trajo la modernidad a la nueva narrativa española. Le ayudaron tanto la novela como la fecha de su debut: La verdad sobre el Caso Savolta, en abril de 1975. Con ese particular puzle hecho de novela cómica y trágica, irónica y social, rompía con la ficción antinarrativa imperante en la época y, de alguna manera, marcaba el paso de los que tendría que llegar. Seguramente ayudó que llevaba ya dos años viviendo en Estados Unidos, como traductor de la Unesco, alejado de corrientes o escuelas o maestros. En cualquier caso, desde lo estrictamente literario, Mendoza ponía las bases de un nuevo mercado para una nueva sociedad.

Arrancaba así una trayectoria narrativa que hoy contabiliza una quincena de novelas y un tardío pero muy elaborado libro de relatos que permaneció años en los cajones de un escritor al que le gusta madurar muy mucho sus textos, contrariamente a lo que suele decir en público —Tres vidas de santos (2009)—, amén de un libro de narrativa infantil: El camino del cole (2011). Con el denominador común de la narración amena y legible antes que nada, pespunteado por cierto realismo documental, siguió andando por una senda que dio, entre otros, títulos como El misterio de la cripta embrujada (1979) o El laberinto de las aceitunas (1982), parodias del género criminal que proseguiría siempre con mucho éxito de lectores en La aventura del tocador de señoras (2001).

Ese impulso cómico o burlesco quedó luego más matizado en novelas posteriores como La isla inaudita (1989) y El año del diluvio (1992), donde gana fuerza la mirada de uno de sus escritores favoritos, Pío Baroja. Algún punto melodramático, el preguntarse por cierto sentido de la vida y esa mirada de sus personajes desde un punto descreído y como si lo observaran todo desde fuera (un poco como el propio autor) puede ratificarse en Riña de gatos. Madrid 1936 (2010), que, si bien abordaba la Guerra Civil, no arreciaba en la carga política o la crítica sociopolítica, algo que Mendoza solo ha hecho claramente en Mauricio o las elecciones primarias (2006). En cualquier caso, con Riña de gatos… ganó el Premio Planeta, cerrando así, 35 años después, un círculo literario-vital al engarzar con el galardón de una editorial que ayudó también a romper, como él, la narrativa predemocrática.

Con ese zurrón de un estilo muy directo, sin barroquismo alguno, lejos de la petulancia formal y de fondo a pesar de su vastísima cultura, Mendoza ha ido cruzando géneros, incluso el ensayístico, que empezó en 1986 con un delicado retrato de Nueva York, al que siguió otro de la Barcelona modernista junto con su hermana Cristina, especialista en el tema (1989); y, claro, no podía faltar un estudio de su admirado maestro literario: Baroja, la contradicción (2001).

Más vinculado a lo personal están sus tan esporádicas como notables incursiones en el teatro que siempre, curiosamente, ha escrito originalmente en catalán: Restauració (1990) y Gloria (1991). “En mi caso, el teatro es más de tradición oral, lo he escuchado siempre en catalán y así me sale escribirlo”, explicaba el autor en 2013, cuando fue el primer escritor catalán en lengua castellana al que se distinguía con el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat. “El lector catalán se hace suya una narrativa sin limitación de fronteras lingüísticas, está muy por encima de esas divisiones de catalán y castellano”, dijo entonces a este diario. La buena literatura y el buen lector, de cualquier lugar, no entiende de según qué, como se demostró aquel abril de 1975.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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