La pureza y los escrúpulos
La historia está acompañada de un bonito subtexto para los más pequeños sobre el origen de la felicidad
Dos modos de acercamiento a Trolls, la nueva apuesta animada de DreamWorks. En primer lugar, desde una óptica purista, tanto del cine de animación tradicional como del musical clásico y de las fuentes narrativas con enjundia, estaríamos al borde del sarpullido: una película asentada en el ultratecnológico CGI, en la animación en tres dimensiones por ordenador, que sin embargo simula las formas y texturas del artesanal stop motion, o animación fotograma a fotograma tras el modelado a mano de personajes y maquetas; una estructura de musical que apenas se atreve con los temas nuevos y que se conforma con el reciclaje de infinidad de canciones más o menos míticas que van encajando en la trama tanto a través del tono como de la letra; y una película basada en un juguete de los años 60, un muñeco de colores chillones y pelo encrespado supuestamente gracioso.
TROLLS
Dirección: Mike Mitchell.
Género: musical de animación. EE UU, 2016.
Duración: 92 minutos.
Pero hay una segunda posibilidad de acercamiento a la película de Mike Mitchell, esta vez al frente de una obra animada inicial tras dirigir secuelas de Shrek (la cuarta) y de Alvin y las ardillas (la tercera), mucho más desprejuiciada y seguramente más justa: pensar que no hay que renegar de los adelantos técnicos, que los diseños de fieltro y terciopelo, de recortables y animación entrecortada de muchos de los momentos de Trolls, los que ejercen de hilo conductor de la narración a modo de fábula, son bellos y apenas indistinguibles del stop motion tradicional; que aunque la colección de canciones recopilada por Justin Timberlake tenga poca identidad (de los Bee Gees a Black Sabbath, de Katie Perry a los Doors, de Taio Cruz a Edvard Grieg), encaja bien en el universo hortera y chillón de la película; y que la producción puede estar basada en un juguete, pero la historia está acompañada de un bonito subtexto para los más pequeños sobre el origen de la felicidad, y algunos de los personajes son verdaderamente atractivos, comenzando por esa villana con riñonera al cinto como símbolo inequívoca de la maldad suprema. En fin, cuestión de escrúpulos (o no).
Babelia
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