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Crítica | 'TROLLS'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pureza y los escrúpulos

La historia está acompañada de un bonito subtexto para los más pequeños sobre el origen de la felicidad

Javier Ocaña

Dos modos de acercamiento a Trolls, la nueva apuesta animada de DreamWorks. En primer lugar, desde una óptica purista, tanto del cine de animación tradicional como del musical clásico y de las fuentes narrativas con enjundia, estaríamos al borde del sarpullido: una película asentada en el ultratecnológico CGI, en la animación en tres dimensiones por ordenador, que sin embargo simula las formas y texturas del artesanal stop motion, o animación fotograma a fotograma tras el modelado a mano de personajes y maquetas; una estructura de musical que apenas se atreve con los temas nuevos y que se conforma con el reciclaje de infinidad de canciones más o menos míticas que van encajando en la trama tanto a través del tono como de la letra; y una película basada en un juguete de los años 60, un muñeco de colores chillones y pelo encrespado supuestamente gracioso.

TROLLS

Dirección: Mike Mitchell.

Género: musical de animación. EE UU, 2016.

Duración: 92 minutos.

Pero hay una segunda posibilidad de acercamiento a la película de Mike Mitchell, esta vez al frente de una obra animada inicial tras dirigir secuelas de Shrek (la cuarta) y de Alvin y las ardillas (la tercera), mucho más desprejuiciada y seguramente más justa: pensar que no hay que renegar de los adelantos técnicos, que los diseños de fieltro y terciopelo, de recortables y animación entrecortada de muchos de los momentos de Trolls, los que ejercen de hilo conductor de la narración a modo de fábula, son bellos y apenas indistinguibles del stop motion tradicional; que aunque la colección de canciones recopilada por Justin Timberlake tenga poca identidad (de los Bee Gees a Black Sabbath, de Katie Perry a los Doors, de Taio Cruz a Edvard Grieg), encaja bien en el universo hortera y chillón de la película; y que la producción puede estar basada en un juguete, pero la historia está acompañada de un bonito subtexto para los más pequeños sobre el origen de la felicidad, y algunos de los personajes son verdaderamente atractivos, comenzando por esa villana con riñonera al cinto como símbolo inequívoca de la maldad suprema. En fin, cuestión de escrúpulos (o no).

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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