Muere Dario Fo, dramaturgo y azote del poder político y eclesial
El Nobel italiano ha fallecido a los 90 años a causa de problemas pulmonares
Ha muerto Dario Fo, premio Nobel de Literatura en 1997. La noticia, aunque temida desde que hace unos días ingresara en un hospital de Milán aquejado de una insuficiencia respiratoria, llena de tristeza Italia. El marzo pasado había cumplido 90 años sin perder la pasión por el teatro, la pintura, la escritura y el activismo que lo llevó a convertirse en referente moral de una izquierda italiana que, según lamentaba, murió el día “en que se casó estúpidamente con el poder”.
Un poder, el de la casta política o eclesial, que el Nobel de Literatura siguió atacando con la misma fuerza con la que, a pesar de los achaques propios de la vejez, acudía cada día a su taller de Milán para transmitir su sabiduría a un grupo de jóvenes artistas: “Solo me interesa trabajar con los jóvenes. Dar ejemplo. Eso es lo más importante”.
Fo, nacido el 24 de marzo de 1926, en Sangiano, un pequeño pueblo de Varese en el que su padre era el jefe de estación, estudió en la Academia de Bellas Artes de Milán, pero enseguida orientó su vida al teatro, entrando a trabajar en la RAI –la televisión pública italiana—como autor y actor de textos satíricos. Desde 1968, en compañía de Franca Rame –su compañera de vida y de carrera artística—y de Massimo de Vita, Vittorio Franceschi y Nanni Ricordi, fundó el grupo teatral Nueva Scena, con la intención de recuperar los valores sociales del teatro. Durante su larga trayectoria publicó más de 100 obras teatrales que él mismo solía dirigir e interpretar, y numerosos libros. Fue un juglar, un maestro de la sátira. Mistero Buffo fue su obra maestra, donde interpretaba él solo multitud de personajes y mostraba unas grandes dotes de mímica. También habría que destacar ¡Aquí no paga nadie!, Tutta casa, letto e chiesa, Coppia aperta.
Estaba desencantado con la política, pero a pesar de eso –o tal vez por eso—no dejó de apoyar hasta el último momento al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, al que consideraba la última playa de la esperanza. Según aseguraba, la tan esperada caída de Silvio Berlusconi no había dado paso a una nueva política en Italia. “Todo sigue casi igual”, se lamentaba el pasado marzo en su estudio de Milán, “todo es un juego. El juego de la falsa democracia. La gente de Berlusconi sigue ahí. Y él se ha salvado. Matteo Renzi lo ha salvado de la cárcel, de algunos procesos muy peligrosos para Berlusconi porque tenían que ver con la sexualidad, con el escándalo que eso conlleva para sus bases católicas. Hoy Italia se ha convertido en una especie de polenta, todo ha sido mezclado, no hay punto de partida ni de llegada, no hay dignidad”.
En muchos momentos de su vida fue un hombre enfadado, pero jamás un hombre triste. Solía decir que había tenido una vida “exageradamente afortunada”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.