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“No se puede explicar un chiste porque se rompe”

El viñetista mexicano Ros presenta su nuevo libro, 'Cual para Tal', humor estilizado para desconcertar psicoanalistas

El cartonista Álvaro Fernández Ros en la Ciudad de México.Vídeo: Alba Mora Roca
David Marcial Pérez

Una mujer está tumbada al revés en un diván, con las piernas colgando por el cabecero. A su lado, un psicoanalista perplejo se sujeta el mentón con la mano. Un diván vacío, un perro tumbado en la alfombra que pregunta “¿para qué sirve ese camastro?” y otro psicoanalista atónito, con los ojos como neumáticos. Dos divanes paralelos. El psicoanalista y la paciente recostados cara a cara: “¿Y esto como funciona doctor? ¿Quién empieza?”

El dibujante Álvaro Fernández Ros (México, 1962) también se tumbó alguna vez en un diván pero se levantó pronto porque no le sorprendía. En sus viñetas, en una especia de revancha freudiana, se concentra tanto en la sombra las cosas, en el espacio entre lo que se ve y lo que no se ve, entre lo que se dice y no se dice, que hasta al psicoanalista le cuesta colocar las respuestas en su sitio.

Como los sueños raros y las preguntas de los niños, los dibujos de Ros insisten, insisten, insisten. Se suceden las escenas de dormitorio, las oficinas, las consultas médicas y las islas desiertas porque es ahí es donde se producen los pequeños fogonazos de las grandes revelaciones. “Para crear la tensión que necesita el humor hacen falta lugares muy aislados donde se digan las netas, las verdades”, explica sentado en la cafetería del centro cultural Horizontal, donde este miércoles se presenta una exposición y un libro con sus cartones, Cual para tal, editado por Almadía.

El orden de las palabras sí altera el producto. Cual para Tal. En la portada del libro, una pareja se mira de frente como en un espejo. Cual para Tal. Humor para desconcertar psicoanalistas.

El trabajo Ros suele llevar colgada la etiqueta de humor blanco. “Creo que es porque me aparto del chascarrillo, de la broma obvia e inmediata. Además, en México es tan marcado el humor político en los diarios y está siempre tan pegado a la actualidad, que mi lenguaje es muy diferente”. Él nunca hará un chiste parodiando el plagio de la tesis de Peña Nieto. Si quiere hablar de política mexicana, se inventa una fonda que se llame El Burócrata y coloca a un señor con saco y corbata al que la camarera le dice: “De segundo plato tenemos Original y copia, Se cayó el sistema o Vuelvamañana”.

Ros

El lenguaje de sus viñetas es limpio, casi esquemático y tiene un afán de atemporalidad. “Ese cartón de El Burócrata –dice refiriéndose al ejemplo anterior– es una excepción. Busco temas universales, que las escenas tengan vigencia en México o en cualquier otro país, ahora o dentro de 30 años”. Los cartones nunca llevan título y en ocasiones tampoco les acompaña ningún texto. “No se puede explicar un chiste porque se rompe”.

Desde una isla desierta, una mujer mira al horizonte, quizá anhelando la llegada de algún barco al rescate. Mientras, un hombre pesca plácidamente al otro lado de la isla. Un niño dispara una bolita de papel hacia el pelo afro de un adulto. El señor mueve la cabeza y los bolitas/pelos/moscas se desmelenan.

Otra excepción a su regla de la intemporalidad: dos hombres, otra vez con saco y corbata, toman un Dry Martini en el salón de una biblioteca. El anfitrión señala la estantería. “Todos comprados en Amazon. Hace años que no piso una librería”. Otro patrón de su lenguaje estilizado: La estantería es altísima, tanto que se pierde por la parte superior del encuadre, igual que las vidrieras de sus iglesias, los cuellos de sus jirafas o los ventanales de sus oficinas.

Esa sobredimensión del decorado provoca a la vez perspectivas marcadas y mucho espacio liberado en blanco para que toda la atención del lector vaya directa al núcleo de la escena. “Hay algo arquitectónico en mis dibujos, me gustan las perspectivas, jugar con pocas líneas y con el blanco. Igual que concentro el texto y el concepto, también concentro el espacio”. Su padre era arquitecto y en los 10 años que lleva de cartonista siempre ha usado una pluma estilográfica con cartuchos recargables de tinta china como las que usan los delineantes. La punta de esa pluma es rígida y consigue un trazo continuo. Las líneas de Ros tienen siempre el mismo ancho.

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Ros

Su proceso de creación es tan reflexivo como el humor de sus dibujos. Tras compaginar las colaboraciones en medios mexicanos como Expansión, Universal o Animal Político, hace año y medio abandonó su trabajo principal durante tres décadas, editar y diseñar libros, para dedicarse por completo a las viñetas. Cada domingo tiene que entregar los siete cartones que se publicarán durante la semana en El PAÍS. “Los más difícil es trabajar la idea. Generalmente empiezo a la vez con el concepto, el dibujo y el texto. Avanzo y si me atasco, los dejo descansar. Hago otra cosa y vuelvo. Las ideas siempre están ahí”, dice con la misma serenidad que los personajes de frente despejada y ojos perfectamente esféricos de su dibujos.

Los trazos limpios y estilizados y los conceptos sofisticados y sesudos lo emparentan con la escuela The New Yorker, una de las revistas más estilizadas y sesudas, al menos, del siglo XX. “He crecido admirando a gente como Saul Steinberg o Jean-Jacques Sempé (el autor del Pequeño Nicolás). Su influencia es innegable”. Hace algunos años, Ros envío una carta con fotocopias de alguna de sus viñetas a la revista más newyorkina de Nueva York. La respuesta vino también por correo y con las fotocopias dentro. Era un no y le pedían además que la próxima vez enviara sellos postales porque no pagaban las cartas de vuelta.

Con Ramón Gómez de la Serna, el más vanguardista de los vanguardistas españolas, no le dio tiempo a cartearse. Pero sus greguerías, agudísimos juegos de palabras que retuercen el sentido de las cosas, son otra de sus influencias. Recuerda una en especial: Necropolis, la última estación del metro. Otra dislocación del lenguaje, otro dolor de cabeza para los psicoanalistas.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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