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CRÍTICA | THEO Y HUGO, PARÍS 5:59
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una orgía de amor

Los directores narran el recorrido nocturno de la pareja por las calles de París, marcando tipográficamente con sobreimpresiones el paso del tiempo

Javier Ocaña
La pareja protagonista.
La pareja protagonista.

Cuartos oscuros de un local gay. Docena y media de hombres mantienen una orgía de continuos intercambios, casi siempre efímeros; tríos, cuartetos, penes erectos, besos, felaciones, penetraciones. La cámara, ágil, natural, va de unos a otros, a sus miradas lascivas, también a sus cuerpos, con primeros planos de sexo explícito, de miembros y acciones. Durante 20 minutos. Al ritmo de la música electrónica que puntea cada movimiento. Es el inicio de Theo y Hugo, París 5:59, una hermosa película de amor.

THEO Y HUGO, PARÍS 5:59

Dirección: Olivier Ducastel, Jacques Martineau.

Intérpretes: Geoffrey Couët, François Nambot, Georges Daaboul, Mario Fanfani.

Género: drama. Francia, 2016.

Duración: 97 minutos.

Porque, en la parte final de ese largo, tremendo, valentísimo inicio, dos de esos hombres se encuentran: se miran de otro modo, se besan de otro modo, se penetran de otro modo. Y, a partir de ahí, Olivier Ducastel y Jacques Martineau, en su sexto largometraje desde aquel fundacional Jeanne y el chico formidable (1998), relatan en tiempo real su cruce de caminos, de amores, de destinos. Como en la maravillosa Cleo de 5 a 7, con la que tanto comparte, la pareja de directores narra el recorrido nocturno de la pareja por las calles de París, marcando tipográficamente con sobreimpresiones puntuales en la pantalla el paso del tiempo, con los continuos giros y revueltas que da un guion de conocimiento mutuo personal en circunstancias especiales, y también con enfermedad de por medio.

Ya en la calle, la cámara sigue a sus dos criaturas con la calma y el cariño de la steadycam, a pie o en bicicleta, con una bellísima fotografía nocturna y de amanecer que muestra París con una fabulosa credibilidad, en cada encuentro con la gente, en el Metro, en los locales de comida, en el hospital, como si los extras y secundarios fueran en realidad habitantes de la noche. La película, con un bellísimo efecto visual a la hora del flechazo, va mucho más allá de la provocación, sublime provocación de sus impactantes minutos de arranque. Ayudados por la espontaneidad de Geoffrey Couët y François Nambot, sus protagonistas, Ducastel y Martineau han compuesto un relato contemporáneo sobre la intemporalidad del romance, surgido en los lugares más insospechados, pero romance al fin.

Y, tras el recorrido, las cimas y las caídas de una pareja a la velocidad de nuestros días, un pene vuelve a ocupar las cuatro esquinas del encuadre en la pantalla. Eso sí, ahora está filmado de otro modo. No está erecto. De la explosión del deseo al sosiego de la ternura. Theo y Hugo, París 5:59, simplemente una historia de amor.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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