Un homenaje apropiado para Arturo Barea
Un grupo de ciudadanos ha emprendido una cruzada para honrar la memoria del autor de ‘La forja de un rebelde’ con el bautismo de una calle de Madrid con su nombre
Arturo Barea (1897-1957), autor de la trilogía autobiográfica titulada La forja de un rebelde, llegó a Inglaterra en marzo de 1939, el mismo mes de la derrota de la República, “aplastado espiritualmente... Desembarqué sin nada. Mi vida estaba partida en dos. No tenía perspectivas, ni país, ni hogar, ni trabajo”. Tenía los nervios tan destrozados que, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, ese mismo año, y durante todo su desarrollo, se encontró con que cada vez que sonaban las sirenas antiaéreas vomitaba, porque le recordaban los bombardeos de Madrid durante la Guerra Civil.
En Inglaterra, Barea halló la paz que anhelaba e hizo realidad su ambición de ser escritor. “Más de lo que me esperaba y más de lo que parecía normal en un español, de inmediato me hice a la vida inglesa y me enamoré de la campiña inglesa”. Adquirió la nacionalidad británica en 1948. Sus últimos 18 años de vida fueron muy productivos. Además de la trilogía —que no apareció en España hasta 1977 y no ha dejado de editarse desde entonces en inglés o español—, publicó uno de los primeros libros sobre Lorca, un estudio sobre Unamuno, una novela, The Broken Root (La raíz rota), un panfleto sobre España bajo Franco, y el libro Struggle for the Spanish Soul (La lucha por el alma española). Todos tuvieron una maravillosa traducción al inglés de su esposa austriaca, Ilsa, a la que conoció cuando ambos trabajaban en la oficina de censura de la prensa extranjera de la República, en Madrid. Barea también hizo más de 800 programas de 15 minutos para el servicio latinoamericano de la BBC, con el seudónimo de Juan de Castilla para proteger a su familia en España. Estos monólogos reflexivos, que solían observar y describir la vida inglesa desde su punto de vista de forastero que simpatizaba con Inglaterra, eran siempre los favoritos en la encuesta anual entre los oyentes. Por desgracia, las grabaciones están destruidas. Lo que queda es su archivo personal, que la sobrina de Ilsa, Uli, donó hace poco a la Biblioteca Bodleian de Oxford, para decepción de la Biblioteca Nacional.
En 2010 me encontré con la deteriorada lápida conmemorativa de Barea en el cementerio de Faringdon, en la campiña de Oxford, y en un gesto cívico privado decidí, junto con un grupo de admiradores que incluía a Antonio Muñoz Molina, Elvira Lindo y Javier Marías, restaurarla. En 2013, ese mismo grupo pagó una placa en honor de Barea (diseñada por un amigo vasco que fue enviado a Inglaterra a los siete años, en 1937, tras el bombardeo de Guernica) para que la colocaran en la fachada de su pub favorito, The Volunteer, y no en la casa en la que Ilsa y él vivieron dentro de las tierras de Lord Faringdon, un excéntrico partidario de la República que transformó su Rolls Royce en una ambulancia y fue conduciéndola hasta el Frente de Aragón para que sirviera de hospital de campaña.
Aparte de las calles que llevan su nombre en Badajoz, donde nació (fue a vivir a Madrid cuando era niño, después de morir su padre), y el pueblo de Novés, en Toledo, donde vivió en 1935, no existe nada en su memoria, en particular en Madrid, la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida antes de partir al exilio y sobre la que escribió textos tan conmovedores. Las primeras frases de La forja, sobre su adorada madre, Leonor, que lavaba ropa de soldados en Lavapiés, no han perdido ni un ápice de su poder evocador: “Los doscientos pantalones se llenan de viento y se inflan. Me parecen hombres gordos sin cabeza, que se balancean colgados de las cuerdas del tendedero”.
El pasado mes de diciembre, Isabel Fernández, Yolanda Sánchez y yo pusimos en marcha una campaña para pedir que se dé el nombre de Barea a una calle o una plaza. Nos parecía vergonzoso que no se guarde mejor el recuerdo de Barea en la nación que lo recibió como exiliado que en su país natal. Tenemos alrededor de 1.700 firmas, y la iniciativa ha tenido buena acogida por parte de los cuatro principales partidos en el Distrito Centro del Ayuntamiento de Madrid. Tenemos claro que nuestro proyecto no debe considerarse parte de la politizada Ley de la Memoria Histórica y, si los cuatro partidos no se ponen de acuerdo sobre nuestra iniciativa, la retiraremos. Asimismo hemos estipulado que el nombre de Barea no sustituya al de ningún franquista que pueda desaparecer de alguna de las calles que el Ayuntamiento está estudiando en la actualidad. Nuestra iniciativa no pretende quitar un nombre para poner otro (a Barea no le habría gustado), ni modificar el mapa de Lavapiés, lleno de historia, sino incluir en su memoria a uno de sus hijos y uno de los que hizo el mejor retrato humano y social del barrio en el siglo XX. Pueden firmar la petición aquí.
Hemos encontrado una plaza en Lavapiés que no tiene nombre, y hemos sugerido que se coloque también una placa en lo que queda de las Escuelas Pías, en la calle Tribulete (hoy un centro asociado a la UNED), la escuela a la que asistió Barea hasta los 13 años, y que él vio arder en 1936. Sería un homenaje apropiado.
]William Chislett es el autor de varios libros sobre España. Mañana a las 19.00 habrá un homenaje a Barea en el Ateneo, Madrid.Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Babelia
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