Lo que la muerte ha unido, que no lo separe la vida
'El tipo de la tumba de al lado' se convirtió en best-seller con una eterna historia de amor de polos opuestos en clave de comedia. La adaptación teatral llega a Madrid con acento vasco
Cupido es un tipo caprichoso. Juega a su antojo con los destinos de la gente, lanza sus flechas al libre albedrío y en cualquier lugar... A los dos protagonistas de El tipo de la tumba de al lado les caen encima en un sitio tan poco proclive para el enamoramiento como un cementerio. Allí comienza y acaba esta historia imperecedera sobre dos polos opuestos que se acaban atrayendo. La adaptación del superventas homónimo de la escritora sueca Katarina Mazzeti, dirigida por Begoña Bilbao, ha arrancado su ronda de funciones en el Teatro Quevedo de Madrid, donde se representará cada fin de semana hasta el 12 de junio.
De la novela original conserva la historia de amor y el perfil de los personajes. El humor no; La versión teatral de El tipo de la tumba de al lado se ha empapado del gracejo vasco que tanto parece estar conquistando al público en la era post Ocho apellidos vascos. De Euskadi son sus dos protagonistas, y la primera adaptación del libro que subieron ambos a las tablas se hizo en euskera. Secundaria de la taquillera película de Martínez-Lázaro es Aitziber Garmendia, que en la obra encarna a un ratón de biblioteca un poco melindrosa. A su compañero de reparto, Iker Galartza, los espectadores lo identifican como uno de los amigotes de la cuadrilla de la serie televisiva Allí abajo. Galartza es Pablo, un baserritarra, rudo, anticuado, un perfecto representante de la definición del universo gañán.
Dos mundos tan distintos que jamás se hubieran encontrado si la muerte no los hubiese unido. El marido de ella y la madre de él duermen el sueño eterno en tumbas contiguas. "Al principio se dicen de todo, se caen fatal", cuenta el actor. "Él me llama Blancanieves y la Pálida, y yo a él Atapuerca", añade Garmendia. Lo de después se ve venir. "En un momento se miran y surge algo. No es un flechazo, pero sí son ganas de volver al cementerio al día siguiente para ver al otro". El quid no es el qué; es el cómo lo cuentan. Sin un gran decorado, sin grandes giros de la historia, construyen un relato espontáneo, cómico y enternecedor.
Eso es así se desarrolle en Suecia, en Euskadi o en Pekín. Los actores creen que da igual donde acontezca, porque el lugar no le resta ni vigencia ni verdad. "Me tomé licencias locales cuando empezamos en euskera para que la gente se sintiera más identificada, pero la historia es muy universal, funciona igual en todas partes", opina Galartza. "Su universalidad es el amor, los polos opuestos que se atraen. Se enamoran desde la diferencia", reflexiona Garmendia.
Por eso confían en que en el circuito comercial madrileño funcione igual de bien que lo ha hecho en el País Vasco, donde lleva dos años en cartel con una versión en euskera. "La adaptación no ha sido sencilla, pero ha quedado muy completa", narra Garmendia. "En castellano se ha mantenido la esencia vasca", apunta. Son conscientes de que no será fácil. Los dos actores aluden al tristemente famoso yugo cultural. "Nos están lapidando con el IVA al 21 %. El nivel artístico es increíble, pero no podemos aprovecharlo si no nos dejan", se queja la actriz. Su compañero es igual de beligerante con el tema. "Los proyectos salen porque la gente la echa cojones. Vienes a Madrid siendo consciente de que te puedes ir sin haber ganado nada".
Algo debe de tener el teatro, sin embargo, para que el riesgo merezca la pena. Galartza resume en una frase el mantra que la mayoría de los intérpretes ha repetido en algún momento de su carrera. "El teatro es la forma de sentirse uno actor. Es otra cosa, es otra historia".
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