La crisis de refugiados en Europa: el triple fracaso
Algunas personas huyen de las bombas que están cayendo en Siria; otras, de la desesperanza que suponen los campos de refugiados en la región
El pasado mes de septiembre, Europa vivió una traumática vuelta de las vacaciones de verano. Mientras los funcionarios de los Gobiernos volvían a sus trajes y oficinas, y los niños reanudaban el colegio, las islas griegas se convertían en una suerte de autopista para quienes huían de la guerra. En cuestión de días, la autopista se extendió por los Balcanes, siguiendo una vía migratoria hacia el interior de Europa que, hasta ese momento, había estado menos transitada. Poco después, miles de personas se aglomeraban en la frontera de Hungría, mientras el Gobierno de este país intentaba detener su avance.
La ruta se desvió ligeramente, como lo hace el agua para esquivar una roca, pero siguió su curso con la fuerza que le insuflaban las voluntades de tantas y tantas personas dispuestas a ponerse a salvo, independientemente de lo que esto significara para cada una de ellas. Para algunas, es una dirección concreta en una ciudad concreta, en la que alguien les está esperando; para otras, es un destino tan vago como el nombre de un país (probablemente del norte de Europa) que asocian con la idea de un futuro mejor para sus hijos; y, para muchas, es simplemente "más lejos… más lejos del infierno del que trato de escapar".
Enseguida se evidenció que ninguna barrera podía detenerlos, ya fuera física o administrativa; ni siquiera el riesgo de perder la vida en un viaje peligroso. A principios de octubre, más de 450.000 personas habían penetrado en la fortaleza europea a través de Grecia –en fuerte contraste con las 43.500 que llegaron en todo 2014–. El 94% de estas personas provienen de los 10 países que más refugiados generan, encabezados por Siria (69%), Afganistán (19%) e Irak (6%).
No habría crisis de refugiados en Europa sin una crisis en Siria. Este éxodo no es más que la última etapa de un viaje más largo. Algunas personas huyen de las bombas que están cayendo en Siria; otras, de la desesperanza que suponen los campos de refugiados en la región.
Desde una perspectiva más amplia, el mundo se enfrenta a la mayor crisis de desplazados desde la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces, eran los europeos los que huían. Por aquel entonces, se elaboró el cuerpo legal sobre los derechos de los refugiados. Por aquel entonces, Europa estaba interesada en la permeabilidad de las fronteras para que su gente pudiera llegar a los destinos que habían escogido (la mayoría en el continente americano). Por aquel entonces, era fácil para los líderes europeos hablar de solidaridad y compasión. El contraste con lo que ocurre hoy en día no podría ser más desolador. Hoy, cuando llegan los refugiados, Europa quiere sellar sus fronteras externas, y los líderes europeos se dedican a hablar de la guerra contra los traficantes de personas y su modelo de negocio. Se olvidan de la solidaridad y la compasión. Hoy en día, los políticos no debaten sobre cómo ayudar, sino sobre cómo evitar el reasentamiento de los refugiados en sus territorios. El debate actual no se centra en cuánto se necesita, sino en cuánto es lo mínimo para salir del paso.
La respuesta abrumadora de la sociedad civil en apoyo de los refugiados ha sacudido algo la conciencia de nuestros líderes –de algunos más que de otros–, y el discurso se ha modificado ligeramente. Sin embargo, la historia juzgará a la Unión Europea por su triple fracaso en esta prueba. En primer lugar, no ha respondido apropiadamente a las causas y las consecuencias de la crisis que está detrás de esta: el conflicto en Siria (agravado por la guerra de Irak). En segundo lugar, no ha respondido con responsabilidad a la crisis cuando esta llegó a sus costas. Y, en tercer lugar, ha fracasado (de manera lamentable, vergonzosa y cruel) en la prueba moral, con su demostración flagrante de incongruencia ante una crisis humanitaria. De esta manera, Europa ha perdido la legitimidad para solicitar a otros países, y menos aún exigirles, que respeten los convenios internacionales y acaten los principios humanitarios que ella misma no aplica.
Mónica de Castellarnau Cirera es asesora de Asuntos Humanitarios de MSF España
Babelia
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