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Un español busca las huellas del Gran Oriente Antiguo en Turkmenistán

El arqueólogo Joaquín Córdoba investiga desde 2010 las huellas que dejaron los pobladores del Dahistán Arcaico de la Edad de Hierro

Pilar Bonet
El arqueólogo Joaquín Córdoba, en una excavación en el sudoeste de Turkmenistán.
El arqueólogo Joaquín Córdoba, en una excavación en el sudoeste de Turkmenistán.J. C.

En una desértica llanura en el sudoeste de Turkmenistán, entre el mar Caspio y la frontera con Irán, el arqueólogo español Joaquín Córdoba, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, investiga desde 2010 las huellas que dejaron los pobladores del Dahistán Arcaico de la Edad de Hierro. Este lugar de Asia Central es único en el mundo, por conservarse en él la historia de más de 2.500 años (entre el 1300 A.C. y el 1240 D.C.) sin construcciones que la distorsionen y también los restos del mayor plan de regadío unitario de Asia Central en la antigüedad.

Córdoba y Muhamet Mamédov, director del Departamento para la Protección de Monumentos de Turkmenistán, codirigen un proyecto bilateral para responder a las incógnitas del pasado. Los arqueólogos de la URSS establecieron que la red de regadío, de 130 kilómetros de largo por 80 de ancho, fue trazada en la Edad de Hierro y empleada hasta su destrucción total al producirse la invasión de los mongoles en el siglo XIII, explica Córdoba.

Con gran experiencia en Irak, Siria y Emiratos Árabes, Córdoba ha verificado en Turkmenistán que su “presentimiento teórico” es una “realidad”, a saber, que “el Oriente antiguo, como tal, fue un mundo ancho y complejo que abarcaba desde el Mediterráneo hasta el Valle del Indo, y desde Asia Central hasta los confines de la Península Arábiga”, afirma en una entrevista por correo electrónico.

Cada año la expedición de Córdoba y Mamédov excava en Geoktchik Depe e Izat Kuli a partir de su centro de operaciones junto a las legendarias ruinas de Misriam, una enorme ciudad medieval hoy deshabitada. El pueblo más cercano es Madau, “en el corazón del desierto”, dedicado a la ganadería de ovejas, vacas y camellos. La peculiar llanura llamada “takyr” en Asia Central está “seca y cuarteada” en verano, pero se convierte en un “inmenso lodazal” intransitable en época de lluvias.

El Asia Central conquistada por Ciro era “un territorio entonces iranófono, probablemente zoroastraino, por así decir, y pariente cultural de medos y persas”, explica Córdoba. Dahistán (o Dehistán en época medieval) es parte de la región denominada Verhkana por los persas (Tierra de Lobos o Hircania en griego) que se integró en las sartrapías junto con Bajlo (Bactriana) y Marga (Margiana).

Opina Córdoba que la “colonización de Dahistán debió seguir un patrón parecido a la de Mesopotamia, miles de años atrás”. “Los colonos tenían que saber de regadío”, lo que lleva a pensar que se trataba de gente del Valle del Sumbar, el afluente en territorio de Turkmenistán del río Atrek hoy fronterizo en parte con Irán.

El profesor califica de “fascinantes” sus dos excavaciones. Geoktchik Depe es una gran terraza monumental de adobe (60x40 metros de lado y 12 metros de altura) que debió cumplir algún papel en los usos funerarios y ritos zoroastrianos de la élite gobernante de la cultura del Dahistán Arcaico. En cuanto a Izat Kuli, Córdoba aventura que se trató de una “proto-ciudad” de estructura singular, con una superficie de más de 100 hectáreas y arquitectura monumental.

En los siglos XII y XIII de nuestra era, la ciudad de Misrián y el enclave religioso de Mashat, estaban en la ruta de la Seda, la cual aprovechaba en parte caminos y enclaves de la ruta del lapislázuli. Desde la primera urbanización de Mesopotania (3500-2900 A.C.) esta ruta atravesaba parte del Asia Central, partiendo del norte del actual Afganistán. Fragmentos de lapislázuli hallados en Izat Kuli indican que ya en la Edad de Hierro llegó hasta allí el comercio de esta piedra.

La zona de Misrián aspira a ser reconocida como región histórico-cultural por la UNESCO. “El reconocimiento sería muy importante para asegurar la conservación y protección de un conjunto único, por cuanto a simple vista se conservan ruinas de miles de años junto con el mayor conjunto de canales conocido y hasta zonas agrícolas perfectamente discernibles”. Y “no se trata solo de ruinas y monumentos”, subraya Córdoba, según el cual “se puede rehabilitar” el paisaje real de la Edad de Hierro y el Medievo. En Turkmenistán, hay otras regiones arqueológicas, en parte vinculadas a las rutas de la Seda y protegidas por la UNESCO, como la zona de Merv, el conjunto monumental de la antigua capital del Gran Jorezm, en Kunya Urgench, y la vieja capital parta de Nisa.

Antes de dedicarse a Turkmenistán, Córdoba sufrió las turbulencias bélicas en su zona de investigación tradicional. “La guerra, la ocupación de EEUU y la destrucción de Irak” echaron a perder su trabajo y el de otros arqueólogos y también “una infraestructura arqueológica sin paralelos en Oriente”. El investigador lamenta los “museos destruidos, los yacimientos saqueados”, la “impudicia del comercio internacional de obras arqueológicas, los colegas asesinados o forzados a la emigración y al exilio”.

Para Córdoba, Asia Central y aquella remota e inmensa región, más allá de Irán, son parte “de una concepción histórica y cultural amplia del escenario de la Antigüedad en un gran Oriente”. “Fui y quedé fascinado”, dice.

Ayudas y recortes

Las investigaciones en el Dahestán antiguo se financian por parte española con las ayudas convocadas por el ministerio de Educación y Cultura para las excavaciones en el Exterior y, en un 10%, por la Universidad Autónoma de Madrid.

“El proyecto turkmeno-español supone una maravillosa oportunidad para nuestra ciencia”, afirma Córdoba, quien lamenta la presunción por parte de la Administración de que los solicitantes de ayudas piden más de lo que necesitan, razón por lo cual “recortan por principio sobre todo lo pedido”, sin tener en cuenta los costes reales.

Asia Central y Turkmenistán son un objetivo “complejo, difícil y apasionante” y entre las principales dificultades de su trabajo menciona el “clima extremo en calor y frío, las lluvias torrenciales que pueden destruir el trabajo arqueológico en pocas horas, las tormentas de arena de potencia inusitada y los problemas de logística”.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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