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El escritor que filma, el director que escribe

Manuel Gutiérrez Aragón es con 'Feroz', 'Demonios en el jardín' o 'Maravillas' un cineasta necesario en el último cuarto del siglo XX

Cuando era niño, Manuel Gutiérrez Aragón acudía todas las mañanas de domingo a la esquina de la Plaza Mayor de Torrelavega, su ciudad natal, para ver los fotogramas de la película que se estrenaba esa semana. Su primer acercamiento al mundo del cine, como el mismo reconoce en su libro A los actores, no fue para conocer quién era el director del filme o el guionista, sino para contemplar casi hipnotizado el rostro de esos seres que cobraban vida en las pantallas.

Sin embargo, con el tiempo Manuel Gutiérrez Aragón no se convirtió en actor, sino en uno de esos guionistas y directores de cine en los que apenas se fijaba de niño y que gracias a títulos como Feroz, Demonios en el jardín, La mitad del cielo, Maravillas o La noche más hermosa llegó a ser uno de los cineastas imprescindibles del último cuarto de siglo XX en nuestro país. El director madrileño es uno de los protagonistas de Nuestra memoria. El Cine español, la serie de entrevistas que el canal de televisión TCM y la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España vienen realizando para que los protagonistas de nuestro cine compartan con los espectadores sus vivencias más personales.

Manuel Gutiérrez Aragón estudió Filosofía y Letras en Madrid. Iba para escritor pero, como muchos otros jóvenes de su generación, sintió que el cine era el medio perfecto para contar sus historias. “La Escuela Oficial de Cinematografía era un reducto muy especial porque allí ponían películas que no se podían ver en otro sitio como Viridiana”, recuerda. “El cine en los años sesenta tenía un tirón tremendo porque era un oficio muy crítico y al mismo tiempo de gran belleza. El cine era la vida, algo que te abducía”.

En la Escuela de Cine Manuel Gutiérrez Aragón comenzó a rodar cortos. Elías Querejeta vio uno de ellos. Le gustó y le pidió un guion. “No tenía nada, así que amplié un proyecto que se convirtió finalmente en Habla mudita”, explica el director. El filme, protagonizado por José Luis López Vázquez, contaba la obsesión de un hombre por hacer hablar a una joven pastora muda. Cuando se estrenó en 1973 muchos críticos vieron en ella una velada referencia a la incomunicación que provocaba el régimen franquista. Hoy Gutiérrez Aragón se acuerda, con cierta ironía, de las dificultades que afrontó en su primera película. “Fuimos a rodar a Cantabria, a Potes. De allí teníamos que coger un coche para ir al monte, después nos subíamos a un Land Rover y, cuando llegábamos, aún teníamos que andar un poquito porque al director, que era yo, se le había antojado montar el decorado en una montaña”, rememora.

Las películas de Manuel Gutiérrez Aragón han tenido generalmente una buena recepción por parte de la crítica. “Lo bueno que tiene cualquier producto artístico, sobre todo el cine, explica, es que, como no sabes si va a ser un éxito o un fracaso, no estás presionado”. Y añade con sorna: “Los éxitos te los achacas a ti mismo, a tu propio talento, mientras que de los fracasos siempre puedes hacer responsable a la distribuidora. Esa es la grandeza y miseria del cine”.

Hace unos años Manuel Gutiérrez Aragón se apartó voluntariamente de la dirección cinematográfica y se dedicó a su otra gran pasión: la escritura. Su primera novela, La vida antes de marzo, ganó el Premio Herralde. Elegido miembro de la Real Academia Española en abril de 2015, tomó posesión de su sillón, el F, en enero de este mismo año con un discurso titulado En busca de la escritura fílmica en el que analizaba la relación entre el cine y la escritura. Algo que, en su caso, va intrínsecamente unido hasta el punto de que es imposible saber donde termina el cineasta y donde comienza el escritor o viceversa.

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