Quedarse sin habla
Héctor Abad Faciolince no aceptó la derrota que sintió cuando se le acabaron los temas y creyó que perdía la la soltura al escribir
Héctor Abad Faciolince escribía y tiraba lo que había escrito. Cada vez que escribía, perdía. Escribía, y una vez que lograba terminar el libro, no lo publicaba. Escribía y se hundía. Cuando le preguntaban ¿qué estás escribiendo?, respondía: nada. Se sentía incómodo entre escritores. Huía y se iba con pánico y desesperación. Era horrible y era desesperante, no escribir sino escribir sin fe, escribir sin la confianza en uno mismo. No era un parón: era la confirmación de que lo que escribía no servía. Fue como la pájara de los ciclistas. Para él fue quedarse sin habla.
Pero siguió escribiendo sin gustarle lo que escribía, como la novela que tituló Antepasados futuros para después desechar. Y así empezó La oculta, sin gustarle tampoco. Entonces llegaron los amigos, los maestros y los principios. La oculta (Alfaguara 2015) finalmente salió gracias al trabajo y la constancia.
El desierto literario y temporal que padeció Héctor Abad radicó en ese querer y no poder o en ese detestar lo que se pudo. No supo por qué, a qué obedeció ese estado árido de producción pobre.
Sacar un libro que no te gusta cada año o cada dos sería irresponsableHéctor Abad Faciolince
Uno recuerda lo que fue cuando peligra lo que es. Y esa misma peligrosidad que sintió Héctor Abad le llevó a preguntarse por qué lo conseguía antes y ahora no. Ese era el verdadero hoyo. Su ruina: no poder ser lo de antes.
Héctor Abad gozaba ya de éxito y reconocimiento. Con su libro El olvido que seremos probó y verificó su fuerza literaria, su escritura, su voz, su talento. Por ello contaba con editorial para publicarle lo que fuese. Tenía libro y tenía disgusto. Sintió el peligro y paró, decidió no publicar: “Uno cuando ya lleva muchos libros sabe que hay libros buenos y que también es capaz de escribir libros muy malos, y también de escribir un libro bueno de verdad y eso pone el listón muy alto. Sacar un libro que no te gusta cada año o cada dos sería irresponsable y eso me pasaba a mí. Yo tenía que entregar un libro hacía seis años”.
Héctor Abad rechazaba publicar por publicar, dice: “Lo horrible de algunos escritores que tienen cierto éxito es que ya les publican lo que sea. Es decir, ya no hay prácticamente un filtro. Yo tuve la experiencia triste de ver, después del Nobel, un libro de Gabriel García Márquez con faltas de ortografía, ¿por qué? Porque quién se iba a atrever a tocarle el texto al maestro, a decirle a García Márquez que esa coma faltaba o sobraba, nadie. Entonces llega un momento en que el problema no es escribir, ellos saben que van a vender un cierto número de libros y no van a perder dinero. Si tienes un editor muy franco puede que te pare y te diga no metas la pata, pero es uno mismo el que tiene que ser capaz de darse cuenta de si el libro que estás escribiendo vale la pena o no ser publicado, porque la industria te lo publica, sea bueno o malo”.
Lo horrible de algunos escritores que tienen cierto éxito es que ya les publican lo que sea
No aceptó la derrota Héctor Abad. Una derrota que sintió cuando se le acabaron los temas y creyó que perdía la gracia, la alegría y la soltura con la que escribía. Padeció el abandono de la escritura. Y su solución podía haber estado en vivir del pasado, pero para él era una derrota. Para esta etapa, para este hoy, agradece su oficio: “La profesión literaria tiene de bonita que puede ser muy larga y uno puede esperar, y hay cosas que florecen en la edad adulta, y el músculo cerebral dura más tiempo. Entonces si uno no se vuelve afásico, si uno no se vuelve tonto, si sigue ejercitando el músculo cerebral y funciona, siempre hay esperanza”.
La cocina de este encuentro. Antes de saber que sería publicada en EL PAÍS
Héctor Abad tenía dónde y no tenía cómo. En mí caso, tengo cómo pero no dónde. Héctor Abad tenía editorial pero no tenía libro. Yo tengo oficio periodístico pero no tengo dónde publicar. Héctor se sentía incómodo entre escritores y yo me siento incómodo entre periodistas. Héctor Abad se quedó sin habla, y yo sin medio, que es como quedarse afónico. Hace cuatro meses que estoy desempleado, y hace veinticinco años que ejerzo la profesión periodística. Y como en Héctor, cuando hay un episodio que nos hace dudar de lo que hacemos, la primera reacción es no hacerlo. Pero el miedo a no tener medio lo intento espantar a diario. Por ello escribí a la chica de prensa de la editorial y le dije: Sé que viene Héctor Abad a presentar su última novela. Te cuento, ya no soy Editor jefe y presentador de NCI Noticias (el informativo cultural iberoamericano que se emite por el canal 24 Horas). Ahora estoy con un proyecto audiovisual de entrevistas a escritores. Me gustaría que me enviaran el libro y cuadrar una entrevista con él.
Mientras escribía esto creía que no me contestarían. Porque el periodista existe en la medida que tiene medio. El proyecto es tan verdadero como incierto. Lo hago porque quiero, y porque comprendí que haciendo lo que más me gusta es cuando más soy quien soy.
Paloma, me respondió: “Te enviamos el libro ahora mismo con un mensajero, si lees este mensaje, llámame”.
Y la llamé ese viernes y me propuso el siguiente lunes para hacer la entrevista. Yo rechacé, porque era demasiado pronto y tengo por obligación leerme el libro antes de hacer la entrevista, aún cuando en la entrevista no pregunte por libro. Porque estoy convencido que las mejores preguntas surgen de lo leído, porque la primera forma para escuchar a un autor es leerlo. Acordamos que realizaría la entrevista el siguiente jueves, pero antes le advertí que necesitaba dos horas con el autor, y un sitio específico acorde con el libro. Le advertí que no quería que fuese en la editorial, sitio que ella me sugirió. La promoción de un libro tiene que ver con eso, una especie de churrería, el mismo sitio para todos los medios, en un lapso específico, con un orden estipulado. Quizá esa es la razón por la que en ese lapso de promoción todo lo que se publica comienza y termina pareciéndose mucho. Y en este caso, para esta entrevista, sobre este libro, el lugar era fundamental, porque La oculta es el lugar como persona, es tierra que habla y reclama, es una finca en Antioquia que une, separa y desgarra.
Tras leer el libro decidí que la entrevista debía hacerla en un sitio con plantas, vegetación, árboles, agua. Pensé en La casa de campo de Madrid, o en una barca en El Retiro. Pero recibí un mensaje de la editorial, advirtiéndome que la entrevista sería en la Casa de América, y que tenía media hora como máximo con el autor. Sabiendo esto, escribí a Israel, jefe de prensa de esa institución, solicitándole la terraza donde hay una fuente y algunos árboles. Me contestó que donde quisiera la podría hacer. Y yo le agradecí por darme el mismo trato, con o sin medio. La naturaleza fue la que dijo que no, el viento, el frío y el ruido imposibilitaron hacerla ahí. Nos conformamos con el sitio dispuesto para ello, la sala Julio Cortázar. Un lugar que no tenía nada que ver con La oculta. Por ello, cambié las preguntas en el último momento, y me concentré en la parte accidentada que puede padecer o no un autor: El parón en la escritura.
Cuando hay un episodio que nos hace dudar de lo que hacemos, la primera reacción es no hacerlo<span id="docs-internal-guid-9af31e54-26dc-d437-383d-ef79620b76dd"><span>Gustavo Mota Leyva</span></span><br />
La entrevista salió aunque el lugar no fuera el adecuado y el tiempo no fuera el suficiente. No pudimos sacar más planos con el autor porque ya esperaba el medio informativo para el que trabajaba hasta hacía apenas cuatro meses. La redactora que llegó fue becaria mía, ahora llegaba con unos aires como si fuese Oriana Fallaci. El cámara, un compañero con el que trabajé a diario durante siete años, también llegaba, sin mirarme a la cara, oculto tras el visor de su cámara, prehistórico y sin memoria. No nos habíamos visto desde antes de mi despido, porque cuando sucedió todos mis compañeros estaban de vacaciones. Yo me acerqué a ambos, quienes respondieron a mi saludo con la frialdad de los que alguna vez compartieron algo. Ahí supe que la derrota no era la muerte sino creerse un triunfo, el mismo que permite la desigualdad. Hoy creo que triunfo y fracaso es lo mismo, sólo que suceden en etapas distintas. La derrota aparente de no tener medio para mí fue la victoria momentánea de hacer una entrevista en libertad, sin tener a nadie que me dijera lo que debía o no hacer. Las fotografías que aparecen en el vídeo son buenas porque son malas, porque son testimonio de un entusiasmo. La cámara con la que se hicieron las fotos me la regaló mi hermano sin todavía sospechar que me quedaría muy pronto sin trabajo. Le pedí a Luis, un amigo, que hiciera las fotos. La cámara de televisión la hizo Marcelo, un amigo que ahora, sin trabajo yo, trabaja él sin cobrar. Álvaro realizó el montaje, dijo que sí, haciéndolo. Lili Rico me llevó a Héctor Abad, una amiga en común fuera de lo común.
Durante esa tarde con Héctor Abad supe que no hay regocijo mayor que hacer algo deseándolo hacer. Todos pudieron cuando no podían, convirtiendo las palabras en actos. Héctor Abad pudo salir del pozo por los amigos, porque somos quien nos acompaña, sea en la memoria o en su olvido.
Babelia
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