Dios, Patria, Hogar
'El clan' apunta a los pactos de silencio y a las continuidades en las que se sostiene cualquier cambio de régimen
“Nunca haré nada que ponga a mi familia en riesgo”, afirma Arquímedes Puccio (Guillermo Francella) en El clan. Unos siete años antes de esas palabras (en 1976), y fuera de la ficción, los responsables de la dictadura argentina que había comenzado ese año justificaban la quema de libros de Pablo Neruda y Gabriel García Márquez entre otros autores afirmando que hacían mella en “nuestro más tradicional acervo espiritual: ‘Dios, Patria y Hogar’”.
Visto desde la Argentina, y desde la perspectiva de alguien que escuchó esas tres palabras durante buena parte de su escolarización, lo interesante del nuevo filme de Pablo Trapero (más que su asombroso y muy eficaz uso de un ídolo juvenil como Peter Lanzani y un actor de comedia como Guillermo Francella, cuyo único recurso actoral consiste en no pestañar durante la mayor cantidad de tiempo posible) es, por una parte, el fragmento de historia cultural argentina al que permite acceder de forma casi incidental, un fragmento que incluye canciones, filmes, una cierta jerga juvenil, programas de televisión y radio que posiblemente le resulten indiferentes al espectador español pero con el que el argentino no puede evitar identificarse.
Por otra parte, si El clan resulta tan interesante para un espectador argentino es porque pone de manifiesto que ni el regreso formal a la democracia en 1983 ni la publicación de un testimonio de la contundencia y el rigor del informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que daría origen al Nunca más estaban en condiciones de poner un punto final al horror de los años pasados al que, en las imágenes documentales con las que Trapero abre el filme, el presidente Raúl Alfonsín llama el “camino que jamás deberemos transitar en el futuro”. A finales de 1983, la democracia argentina condenaba a diversas penas de prisión a cinco de los principales responsables militares de la dictadura, incluyendo a Jorge Rafael Videla y Emilio Massera. Durante la Pascua de 1987, cuatro años después, un levantamiento militar obtenía una importante victoria política al imponer la tesis de que los mandos medios y bajos de las fuerzas armadas debían ser eximidos de dar cuenta de sus actos porque “sólo” habían cumplido órdenes. A la Ley de Obediencia Debida de ese año le siguieron otras dos rebeliones militares al año siguiente y una amnistía general en 1989 para integrantes de las fuerzas armadas condenados, detenidos y procesados por su participación en el terrorismo de Estado, en los alzamientos militares y en la nefasta guerra de Malvinas, así como a los jefes de las organizaciones político militares de la década de 1970, y un indulto a los principales responsables de la dictadura al año siguiente, ambos firmados por el presidente Carlos Menem. En menos de seis años, el consenso en el que se fundaba la democracia argentina (que los hechos del pasado reciente no se repetirían “nunca más”) quedaba enterrado en el lodo de la realpolitik.
El clan transcurre entre 1982 y 1985 y apunta a los pactos de silencio y a las continuidades en las que se sostiene cualquier cambio de régimen, también el argentino. La historia de Arquímedes Puccio y del grupo de individuos a las que reclutó para perpetrar secuestros extorsivos en ese período es la de un puñado de personas que, habituadas durante la dictadura a secuestrar a activistas políticos y asesinarlos, continuaron con su actividad durante la democracia transformando su supuesta defensa del país en una actividad trivialmente recaudatoria. Si los crímenes del clan Puccio inquietaron a la sociedad argentina en su momento y aún resultan incómodos es porque habían sido llevados a cabo por personas “normales” y contra quienes, como ellos, creían que la sociedad argentina se fundaba en la tríada “Dios, Patria y Hogar”. Personas (en su mayoría) que no se habían escandalizado con la evidencia del asesinato, la tortura y la desaparición en nombre de la supuesta defensa de esos valores.
La historia de los Puccio ilustra la famosa “banalidad del mal” de la que habló Hannah Arendt y todavía inquieta porque demuestra que las bases en las que se funda una sociedad y las prácticas que son resultado de ellas cambian con mayor lentitud que las instituciones políticas que ésta se otorga. De hecho, fue necesario que transcurriesen veinte años de democracia argentina para que los indultos firmados en 1989 y 1990 fueran considerados contrarios a la Constitución y otros diez para que la Argentina pueda decir, por fin, “nunca más” a un horror que, por fin se sabe, involucró tanto a militares como a civiles. En el medio, la difícil y desagradable aceptación por parte de una sociedad traumatizada de que los asesinos siempre están entre nosotros.
Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor argentino. Sus últimos libros son Nosotros caminamos en sueños y El libro tachado, ambos de 2014.
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