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CRÍTICA | EL AFECTO BAJO SOSPECHA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El afecto bajo sospecha

Al director Ventura Pons le ha salido una película concisa y precisa, que pone el dedo en la llaga de un presente donde cada gesto puede ser una acusación

Fotograma de 'El virus de la por'.
Fotograma de 'El virus de la por'.

En una entrevista concedida en 2005, Todd Solondz, cineasta que ha explotado a conciencia las ambivalencias de la elevación del pedófilo a gran monstruo social de nuestros tiempos, declaraba: “Es importante que todo tipo de abusos infantiles salgan a la luz, pero, al mismo tiempo, todo este proceso provoca un daño irreversible en la psique colectiva que afecta a toda relación entre adultos y niños. Si quisiera ofrecerme como monitor de boy scouts, me mirarían de una manera muy rara. Y eso es un triste comentario a la realidad de la cultura de nuestros días: ya no podemos relacionarnos cómodamente con un niño sin convertirnos, automáticamente, en algo inapropiado”.

Sobre ese territorio resbaladizo levantó el dramaturgo Josep Maria Miró El principi d’Arquímedes, obra galardonada con el premio Born de Teatre en 2011 y que tuvo su gran puesta de largo en el festival Grec de Barcelona al año siguiente. Ambientada en el interior de las instalaciones de una piscina municipal a lo largo de una única jornada, la pieza describía la implacable intoxicación (moral) colectiva a partir de un gesto aparentemente inocuo, pero susceptible de caer en el más destructivo de los malentendidos: el beso en los labios de un monitor de natación a un niño atemorizado antes de lanzarse al agua. Ventura Pons ha convertido la obra de Micó en El virus de la por, utilizando muy acertadamente al mismo reparto que la estrenó en escena.

EL VIRUS DE LA POR

Dirección: Ventura Pons

Intérpretes: Rubén de Eguía, Roser Batalla, Santi Ricart, Diana Gómez, Xavier Pujolràs, Albert Ausellé, Anna Azcona.

Género: drama.

España, 2015.

Duración: 76 minutos.

El cineasta se ha acercado, pues, al material de partida con un marcado empeño de fidelidad, pero buscando, al mismo tiempo, sutiles recursos de lenguaje para reforzar la funcionalidad de la brillante estructura del original, compuesta por constantes saltos atrás en el tiempo que contextualizan escenas previas y, con ello, establecen un sofisticado juego con la percepción del espectador. Pons, así, transforma lo que en el ámbito teatral eran pequeños cambios en la orientación del decorado en contrastadas colocaciones de la cámara que dejan claro que, en la base del conflicto, todo es cuestión de punto de vista. La historia avanza, de este modo, alternando trazos insignificantes que, al rato, se cargan de potencial sospechoso y viceversa, convirtiendo a todo espectador en cómplice pasivo del linchamiento (o la redención) de una figura central –Jordi, el monitor acusado de pedofilia- que, en la obra de Micó, ya se mostraba como figura esencialmente problemática, llena de aristas y puntos conflictivos, pero no por ello necesariamente culpable de lo que se le imputa.

A Pons le ha salido una película concisa y precisa, que pone el dedo en la llaga de un presente donde cada gesto puede ser acusación y todos vivimos en un estado de vigilancia auto-gestionado, con flamantes herramientas de interacción social para el linchamiento.

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