Rodolfo Serrano: “A ciertas edades, el amor empieza a ser nostalgia”
El periodista publica su quinto poemario, con el que regresa a la infancia
La particular guerra de Troya de Rodolfo Serrano está en los recuerdos de su infancia, que ahora recupera en su quinto libro de poemas, El llanto de Aquiles (Huerga&Fierro Editores). La obra es "un lamento de lo perdido", cuenta Serrano, al que esos años le marcaron de una forma definitiva. El poeta, que durante dos décadas fue periodista de EL PAÍS, ha elegido a este héroe legendario de Grecia por ser "un hombre que llora ante el amigo muerto, que no tiene la posibilidad de volver a su tierra, que muere en una conquista luchando por una ciudad y en una guerra que no es la suya". Dice que se reconoce en él.
Los versos son la continuación de su anterior obra, Cuerpos Lejanos, del que solo en unos meses ha despachado 3.000 ejemplares. “No he vendido tantos libros en mi vida”, se sorprende. Aunque lo pueda parecer, sus poemas no narran historias tristes. “Hablo de amor”. No de un amor cualquiera, sino de un amor que está de vuelta, de recuerdos, porque “en la vida llega un momento en el que, como en la letra del tango, empiezas a volver”. Serrano cree que a su edad la poesía amorosa es, sobre todo, el reconocimiento de lo que has vivido porque “a determinadas edades, el amor empieza a ser nostalgia. Llegas a un punto en el que comienzas a volver como Ulises volvía hacia Ítaca”.
Su Ítaca está en Villamanta, a 45 kilómetros de Madrid, el pueblo de 2.500 habitantes que lo vio nacer en 1947. “Es el lugar en el que crecí, donde está la escuela, el primer amor, los amigos y mis primeros libros”. Como decía el poeta alemán Rilke, la patria es la infancia. Y en la infancia de Serrano influyó como nadie la figura de su padre, "un albañil represaliado sin trabajo en mi pueblo por rojo, que tuvo que sacar adelante a seis hijos", rememora.
En el poema La noche de los susurros Serrano recuerda la noche en la que escuchó llorar a su padre mientras hablaba con otra persona. Él tenía apenas cinco años y estaba acostado. Solo décadas más tarde conoció la identidad de aquel hombre: un maquis al que su progenitor había ayudado. Pasados los años se reencontraron y se fundieron en un abrazo largo y silencioso que el poeta entendió sin preguntar.
“Mi actitud ante la política y ante la vida viene de haber vivido en el seno de una familia humilde”. Serrano toma aire y se le nubla la mirada que ofrece en todo momento a su interlocutor cuando habla de sus orígenes. En su casa no faltaba comida, pero se comía casi siempre lo mismo. No era lo más importante, mucho peor era “ver el sufrimiento de mi padre y sus anhelos imposibles de cumplir”. Quizás por ello reafirma que “el poeta tiene un compromiso poético con su tiempo”. Considera que toda persona que escriba está obligada a transmitir la realidad, sus vivencias y todo el dolor de su época. “Yo he procurado que en mis poemas, aparte de los amorosos, haya esa conciencia social”.
Aunque bebió de los poetas clásicos, como Quevedo o Lope de Vega, y la Generación del 27, Serrano se enmarca dentro del concepto poético de la otra sentimentalidad o poesía de la experiencia. En esta concepción ocupa un lugar destacado la reflexión histórica y moral. No solo importa cómo se dice, sino también qué se dice. “Estoy muy de acuerdo con ese movimiento porque revolucionó el discurso poético. Luis García Montero es un buen ejemplo de que se puede hacer una poesía que diga cosas de forma preciosa”, afirma.
“Mi actitud ante la política y ante la vida viene de haber vivido en el seno de una familia humilde” Rodolfo Serrano
Serrano no cree que los poetas tengan una sensibilidad especial. “Nuestra suerte es poder contar las cosas que sentimos. Cuando los demás se ven reflejados en lo que escribes, eso es poesía”. La suya ha evolucionado en cuanto a técnica. La temática siempre es la misma, aunque está convencido de que con el paso del tiempo se acentúa la nostalgia y la añoranza del pasado. “Hay poemas que hablan de la esperanza en el futuro. Pero esa esperanza no está en mí, sino en otros seres que empiezan a vivir".
Lleva toda una vida contando historias, viviendo otras vidas. Sin embargo, Serrano resalta que es ahora, a sus 67 años, cuando ha aprendido a vivir, tras haber superado recientemente una enfermedad. “Ahora el futuro está en la pastilla que me tomo cada día para evitar que vuelva el tumor”. Por eso no piensa renunciar a frecuentar los bares, su Penélope particular, con sus amigos. Son su lugar favorito porque en ellos ha conocido el amor, abrazos y besos. “Han sido rincones donde me he encontrado al hombre”, el mismo que según Serrano tiene la necesidad de cubrir su vacío con la poesía. “La gente quiere leer y escuchar poesía. Ves las redes sociales y está inundada de ella”. Él educó a sus tres hijos entre versos. El mayor de ellos hace años que es un reconocido cantautor. “Antes era el hijo de Rodolfo. Ahora soy yo el que se ha convertido en el padre de Ismael”.
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