Los académicos de Argamasilla
La cárcel de Medrano es una cueva, antigua bodega de una casona, que está conservada como si Cervantes fuera a volver en cualquier momento
En Argamasilla de Alba Azorín se alojó en una fonda que ya no existe, la de la Xantipa (“La Xantipa tiene unos ojos grandes, unos labios abultados y una barbilla aguda, puntiaguda; la Xantipa va toda vestida de negro y se apoya, toda encorvada, en un diminuto bastón blanco con una enorme vuelta”), frecuentó el Casino del pueblo, que se conserva prácticamente igual que él lo describió (“El Casino está en la misma plaza del pueblo; traspasáis los umbrales de un vetusto caserón; ascendéis por la escalerilla empinada; torcéis después a la derecha y entráis al cabo en un salón ancho, con las paredes pintadas de azul claro y el piso de madera. En este ancho salón hay cuatro o seis personas, silenciosas, inmóviles, sentadas en torno de una estufa”) y asistió a la tertulia de una botica que también se conserva como era entonces, pero convertida ya en museo. En su trasera se reunían, según contó el autor de Castilla, los modernos académicos argamasillanos descendientes de aquellos a los que Cervantes atribuyó burlonamente la autoría de los poemas, seis en total, con los que cierra la primera parte del Quijote(que, recordemos, iba a ser única) y que son los que hicieron afirmar a Avellaneda en su secuela que el ingenioso hidalgo era de Argamasilla sin duda ninguna.
Y el forastero tampoco debe tenerla si no quiere problemas con la vecindad. A Azorín se le ocurrió insinuarlas y el efecto en la tertulia del Casino fue inmediato: “Señor Azorín, yo respeto todas las opiniones, pero sentiría en el alma, sentiría profundamente que a Argamasilla se le quisiera arrebatar esa gloria. Eso creo que es una broma de usted”, le espetó uno de los académicos, manifestándole la contrariedad de todos.
Yo, por si acaso, doy por hecha la residencia de don Quijote en este lugar
Yo, por si acaso, doy por hecha la residencia de don Quijote en este lugar que, en la época en la que él vivió, tenía la cuarta parte de las viviendas que ahora posee, agrupadas ya alrededor de la iglesia de San Juan Bautista, de estilo gótico y sin acabar, a la sombra del pósito del grano y muy cerca del cauce del Guadiana. La iglesia y el pósito siguen en pie, pero el Guadiana apenas es un reguero que desaparece justo al llegar al pueblo. A éste, sin embargo, se le ve animado. Al contrario que el que describe Azorín aplastado por el peso de su historia (una historia atribulada y pesarosa, por culpa de las epidemias), se ve que Argamasilla de Alba hoy es un pueblo próspero gracias a la agricultura, los que explica la presencia de numerosos inmigrantes jóvenes. José Olmedo, jubilado que mira pasar la tarde en la plaza ajardinada de la iglesia, dice que hay “una nube de ellos” y que se necesitan porque el campo de Argamasilla cada vez produce más cosas. “Melones, trigo, tomates, maíz, pimientos, de todo”, dice con indisimulado orgullo. Eso sí, de toponimia sabe ya menos, pues, según él, el nombre de Argamasilla viene de que a un antiguo vecino lo mataron sentado en una silla al amanecer, exclamando antes de morir: “¡Amarga silla al alba!”. Su compañero de banco, de nombre Aurelio, afirma por su parte que al que metieron preso en la cárcel de Medrano, cerca de donde ellos están, no fue a Cervantes, como se dice, sino al mismísimo don Quijote. “Por piropear a la hija del alcalde”, dice, convencido.
Don Rodrigo de Pacheco
Entre los candidatos a haber inspirado el personaje de don Quijote ocupa lugar preferente uno, marqués de Torre Pacheco y de nombre Rodrigo de Pacheco, vecino de Argamasilla de Alba y del que consta en un cuadro exvoto de autor anónimo que se conserva en la iglesia parroquial del pueblo y que muestra la imagen de él y la de su esposa que "se curó por intersección de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas de un gran dolor que tenía en el celebro (sic) de una gran frialdad que se le cuajó dentro". El cuadro está fechado el año 1601, esto es, cuatro años antes de que Cervantes publicara la primera parte del Quijote, y el parecido del personaje con la iconografía habitual de éste es de destacar.
La cárcel de Medrano es una cueva, antigua bodega de una casona pudiente, que me enseña la chica de la Oficina de Información, que la ocupa ahora; la cueva está conservada como si Cervantes fuera volver en cualquier momento. Pedro Padilla, biznieto de Juan Alfonso, uno de los académicos que conoció Azorín y técnico municipal de Turismo, me acompaña desde allí hasta la botica en la que éstos se reunían y que conserva todo el aroma y muchos de los objetos de aquella época. El técnico de Turismo, con los pies en el suelo, me confiesa que no hay datos documentales que prueben que Argamasilla es la patria de don Quijote pero que el pueblo hace bien en aprovechar esa tradición. “Si no, ¿quién iba a venir aquí?”, se pregunta. Por si acaso, un tal Cayetano Hilario, un argamasillés escultor hijo del que fuera alcalde de Argamasilla de Alba en la guerra, se ha encargado de llenar todo el pueblo de esculturas que reafirman el quijotismo de este lugar: está la de Don Quijote, la de Sancho Panza, la de Dulcinea, la de un segador anónimo… Como dice Vicente Hilario, su sobrino, que me aborda al verme mirarlas, en Argamasilla hay gran nivel cultural. Lástima, añade, que algunos no estén a la altura y “se hayan hecho barbaridades en la época de bonanza”.
—Como en todos los sitios —le digo.
—Ya. Pero aquí tenemos más responsabilidad que en otros.
—¿Más responsabilidad por qué?
—Porque aquí vivió don Quijote.
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