Zumbada perdida
Siguiendo la hoja de ruta independentista de la divorciada del tercer milenio, me he apuntado a un gimnasio con el fin de reducir pandero y ampliar el círculo. El de contactos, aclaro, porque el de Ahora Separadas Sí Podemos, del que soy miembro fundadora, crece desaforadamente y estoy sopesando presentarme a las primarias a presidenta antes de que salga una nueva a disputarme el liderazgo, aquí la que no corre, trepa. El caso es que, por fin, estoy yendo. Al gym, que dicen los poligoneros, perdón políglotas: he ahí la primicia. Había perdido la cuenta de las cuotas de los mataderos de personas que he pagado para luego no aparecer ni siquiera a darme de baja por no tener que soportar la mirada de superioridad muscular de la jaca de la puerta.
Esta vez, sin embargo, era cuestión de vida perra o muerte por aislamiento social agudo. Hasta contraté a un entrenador personal para tener que ir por ovarios. No tanto por el Congo que me costó la pijada, sino por no darle plantón a ese pedazo de torso con ojos. El tipo se gana el sueldo con el sudor de sus partes. Y de las tuyas. Dime, si no, qué tipo te coge de las caderas y te pone mirando a Chueca con el solo objetivo de que no te lesiones. Quién te jalea cuando te pones a hacer fondos a cuatro patas como si estuvieras subiendo el Everest a la ídem coja, sin sherpa y en apnea. Quién te pone en cuclillas a piernas abiertas diez eternos segundos en esa tortura llamada sentadilla —¡oh Santa Beyoncé de los Muslos Prietos!— mientras te susurra que lo estás haciendo muy bien, que venga, que dale, que nos vamos. En fin, que los glúteos aún no me consta, pero la autoestima te la eleva a pulso. Ahora, para subidón, la clase de zumba.
No me extraña que hasta doña Letizia quede con sus íntimas en palacio a perrear por Pitbul. La cosa consiste, básicamente, en contonearte cual posesa en el momento de la posesión propiamente dicho, y en agitar la pelvis como si fuera a acabarse el mundo y tuvieras la misión de repoblarlo a destajo. Te desfogas, sudas por poros que no sabías que existían y sales pensando que eres una diosa del sexo.
Lo de los contactos es otra cosa. El único varón, aparte del monitor, que no tiene pluma, sino vuela, es un abuelo dándole vidilla a la prótesis de cadera. El resto, una horda de tías pidiendo guerra. Total, que estoy esperando a que salga la lista Ashley Madison para hacer casting. Sabiendo que Sean Penn se los ha puesto corniveletos a ese espectáculo de la genética llamado Charlize Theron, concluyo que la infidelidad masculina es solo cuestión de tiempo. Mejor pillarlos ya pillados, y que se los pongan a otra antes que a ti misma.
Babelia
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