El erostismo de la luz
Aunque apenas se vea, el 2015 ha sido nominado la ONU Año internacional de la luz.Algunos actos públicos, congresos y conferencias han tratado de celebrar la onomástica pero, en general, está pasando a oscuras. Injustamente, puesto que de la luz se deriva prácticamente todo, sea la religión, la medicina, la casa o la literatura.
Desde la fogata al led desfila un proceso que va de la quemazón al frío. Pero también, desde la luz de las velas a las bombillas de bajo consumo se desarrolla menos vida. La palmatoria se agita y hasta el tubo fluorescente parpadea pero el led es capaz de sostenerse invariable 100.000 horas, 11 años de iluminación continua.
¿Fue, por tanto, la cultura del fuego un fenómeno del cuerpo y los gases en el vacío una metáfora del espíritu? Pues no. Lo característico de la cultura con llama es el temblor del claroscuro. Ni Montainge ni Goya habrían producido nada tan sugestivo a comienzos del siglo XX, cuando ya Edison en 1879 había presentado su ampolla de tungsteno. Igualmente, la lectura de libros o la contemplación de una pintura crea diferentes resultados bajo uno u otro claror. De hecho ni en El Prado los cuadros son lo mismo con los nuevos leds ni es fácil recogerse con un libro bajo los tubos fluorescentes.
Los leds son ahora los amos del mundo y a sus tres inventores japoneses se les concedió el premio Nobel de Física en 2014 como señal de haber logrado la cima de la luz artificial.
Leds es el acrónimo de Light Emiting Diodes (Diodos Emitiendo Luz ) siendo los diodos componentes electrónicos que producen luz cuando los electrones pasan por ellos. ¿Entendido? Claro que no, pero ya nos hemos habituado a tratar con lo más cercano sin conocerlo de nada, se trate de ingenios o de personas.
En el pasado una bombilla tradicional nos proporcionaba luz en virtud de su incandescente sufrimiento. Se asemejaba así a la propuesta cristiana de sacrificarse a cambio de obtener el resplandor celeste. Pero el tubo de neón aun padeciendo interiormente ya se hizo mucho más laxo. Y pagano porque el neón con sus muchos colores crecieron al ritmo de la publicidad tras la segunda guerra mundial y la expansiva sociedad de consumo.
El arte y el pensamiento se diversificaron mucho pero su levedad fue en aumento. Ni hay ya ensayos de peso (hasta 3.000 “obras sólidas, originales e indispensables”, contaba al año Shopenhauer, solamente en Alemania, 1819) ni, efectivamente, el bajo consumo de una bombilla desentona con el bajo nivel del arte. Píndaro dice: “El hombre es el sueño de una sombra”, pero hoy las sombras apenas sueñan a fondo porque, de hecho, ni las mismas Cincuenta sombras de Grey han servido para otra cosa que para pasar el rato.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.