La Fura y su ‘padrino’ Falla se funden en ‘El amor brujo’
La compañía y la cantaora Marina Heredia cierran el Festival de Granada en la Plaza de Toros ante 7.200 personas
Paseaba el jueves Carlus Padrissa con aire de optimismo embrujado cerca de la catedral de Granada, cuando le abordó una señora con su ramito dispuesta a leerle la mano. No se arriesgó al mal de ojo: “En menos de dos minutos me había contado mi vida y milagros. Lo encontró todo bien. Me dijo que era algo nervioso, aunque, como ves, esto salta a la vista. Quería 40 euros, pero regateé y se lo dejé en 20. ‘Nunca vas a ganar tanto en tan poco tiempo’, le advertí”. Todos contentos, pues. El creador de La Fura con su ramo de la buena fortuna atado al ojal de la camisa, la señora con la tarifa y todo el equipo responsable de esta nueva versión de El amor brujo, estrenada ayer, por haber ausentado malos presagios.
Lo necesitaban. No sólo para cerrar como hicieron junto a la Orquesta Joven de Andalucía —dirigida por el venezolano Manuel Hernández Silva—, la cantaora Marina Heredia, el guitarrista José Quevedo, el Bola, y un grupo de bailarines coreografiados por Pol Jiménez, en la plaza de toros y ante 7.200 personas, la 64º edición del Festival de Música y Danza de Granada. También para la gira que tienen delante e incluye Peralada, Sevilla, Málaga, Madrid o Montecarlo, Bolonia y Sao Paolo (Brasil), por ahora.
El agua, el fuego y los elementos atávicos protagonizan el montaje. El montaje incluye piezas de ‘La vida breve’ y ‘El sombrero de tres picos’. La Fura asume el riesgo de que todo pueda parecer un pastiche
Esta fábula musical, para baile y cante, inclasificable, compuesta por Manuel de Falla hace ahora 100 años, no se sabía muy bien lo que era. Poco más allá de un encargo hecho para gloria de Pastora Imperio, a estrenar en el teatro Lara, de Madrid, casi como un divertimento para amigos. Pero las ráfagas que consagran el arte en el tiempo son caprichosas. Por eso El amor brujo se ha convertido a nivel internacional en uno de los símbolos más reconocibles de la cultura hispánica.
Falla innovó, quizás por placer, quizás por pulsión vanguardista, seguramente guiado en esa obsesión de elevar el flamenco a la categoría de arte mayúsculo, como hizo con gran parte de su obra. Ahora le toca a La Fura devolverle al espacio popular y no le faltan a Padrissa elementos comunes en la raíz del compositor andaluz para hacerlo suyo: es decir plenamente furero. En El amor brujo crepita el fuego, se abren espacios en mitad de las cavernas para oscuros conjuros, salta el agua, confluyen los elementos atávicos suficientemente compartidos como para regodearse en ellos.
Vuelve así La Fura a Granada y a su gran referente musical para rendir tributo: “Falla es nuestro padrino en la música. Del teatro o lo que fuera que hiciéramos, entramos en el mundo de lo sinfónico y la ópera a través de la Atlántida que nos encargó Josep Pons precisamente aquí, cuando dirigía la orquesta de la ciudad”.
Así que Falla, por esas vueltas que da la vida, es en el siglo XXI, un compositor que alienta la vanguardia escénica. Él, católico de misa y rosario perpetuos, herido por la tragedia colectiva de su gente, exiliado y marcado por la necesidad de modernización de una música anclada y descabalgada de la rabia rupturista que en su tiempo dominaba Europa.
La Fura lo trata de ensalzar, con sus grúas que se metamorfosean de gigantescas novias vestidas de blanco en brujas encerradas dentro de sus cuevas. Desplazándose de la inquietud del fuego que deben sortear los bailarines y los músicos en escena a la inocencia que de pronto hace irrumpir una sencilla bicicleta. “Buscamos la imperfección que nos dan unos bailarines de todas las tallas, gordos, bajos, altos, nada uniformes, con la tensión que les provoca tener que sortear el agua, las llamas, aunque se me cabreen los músicos, que a veces les salpica”, afirma Padrissa.
Un viaje desde 'La Atlántida'
Cuando en los años ochenta amedrentaban con fuego o motosierras a un público entregado a buscar bajos instintos por medio de sus espectáculos, los miembros de la Fura dels Baus no sospechaban que encontrarían en la música todo un refugio de expresividad extrema para su arte. Pero Josep Pons, director de orquesta, músico fundamental en nuestro presente, sí lo intuyó, invitándoles a escenificar La Atlántida,de Manuel de Falla, su obra más obsesiva, que dejó inconclusa. "Fue Pons quien nos metió en esta aventura", recuerda ahora Carlus Padrissa. Y así fue como luego Gerard Mortier supo que podría abrirles las puertas de una consagración en Salzburgo con un título como La condenación de Fausto o después, en otros escenarios, con La flauta mágica o Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, títulos en los que podrían escarbar dentro de sus pulsiones abstractas, arropados por músicas y símbolos todavía hoy inescrutables. Pero su mayor éxito en este mundo quizás haya sido El anillo del Nibelungo wagneriano que abordaron junto a Zubin Mehta en Valencia y que ha dado la vuelta al mundo. No piensan bajarse del carro. Ahora, cuenta Padrissa, buscan óperas "fureras". "Una que podamos hacer con el público de pie, en nuestro barco. Ya hemos convencido a un compositor: Howard Hartman, a ver qué pasa".
Para redondear los escasos 40 minutos, tanto el equipo de La Fura como el maestro Hernández Silva, echan mano de otras piezas de Falla hasta alargar el espectáculo a 70 minutos: la Introducción de El sombrero de tres picos, una danza española de La vida breve, sones de Noches en los jardines de España... Asumen el riesgo de que pueda parecer un pastiche o un puzle demasiado forzado. Y musicalmente, Hernández Silva introduce novedades, que van desde el cajón a la búsqueda de un sonido, dice el director de orquesta, “que se asemeje al de una guitarra gigante”.
Todo con Marina Heredia, esa mezzosoprano flamenca, a juicio de Padrissa, como guía y eje principal de gran parte del espectáculo. La cantaora confiesa que le ha costado reconvertirse en actriz. “Pero he disfrutado haciéndolo y trabajando en plena libertad con todo este equipo”, asegura. Arropada por una orquesta de jóvenes entre 14 y 25 años, escoltada por el cuerpo de baile, cuando Marina Heredia realmente llega hondo es en los momentos de mayor desgarro y soledad en el escenario. Al entonar frases que ponen de manifiesto la crudeza de esta historia preñada de alquimia y violencia, de hipnóticas ensoñaciones incapaces de cubrir la latente humillación que quiso imprimirle la verdadera autora de los textos, María Lejárraga, a quien Padrissa rinde homenaje: “No firmó las letras cuando lo inspiró y escribió, era una feminista adelantada para su época”.
Como adelantado también fue José Val del Omar, el primitivo cineasta envuelto de lleno en las Misiones Pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza. Lo hizo documentando en imágenes entre expresionistas y surrealistas, una España en gran parte borrada. La Fura lo incluye dentro de su espectáculo con una presencia nada marginal. “Para mí era un científico encerrado en su laboratorio como una bruja en su cueva. Muy poco reconocido en su país, pero prueba a buscarlo en internet, te aparecen montones de páginas rusas, allí es un mito”.
Hijo, como Falla, de la apremiante necesidad de modernidad que les costó lo suyo. Un siglo después, ambos son capaces de hacernos todavía viajar, mediante La Fura, a las costuras de un país que en muchos aspectos les parecería irreconocible.
Balance a los pies de la Alhambra
ÉXITO DE PÚBLICO. El Festival Internacional de Música y Danza de Granada ha cerrado su 64º edición con un 97% de ocupación en sus espectáculos según su director, Diego Martínez, tras poner un total de 31.000 entradas a la venta.
ESTRENOS. Cinco estrenos y 39 conciertos han tenido lugar a lo largo de un mes en diferentes escenarios de la ciudad, incluida la Alhambra, la plaza de toros o el Corral del Carbón.
La Fura dels Baus, Estrella Morente, Wim Mertens, el Ballet Nacional de España, Vicente Amigo, Anne-Sophie Mutter, el Ballet de Víctor Ullate, la Orquesta de París y el Ensemble Plus Ultra con Blanca Portillo fueron algunos de los grandes protagonistas.
Babelia
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